Los ricos, sin pagar
Por Carles Manera*
Lo publicó el International Inequalities Institute de la London School of Economics, en un documento de trabajo que se ha re-editado en Socio-Economic Review hace apenas dos años (se trata de una reconocida revista de investigación en economía que procede de Oxford Academic, vol. 20, número 2, pp. 539-559). Los autores: los profesores David Hope y Julian Limberg. El título, elocuente: “The economic consequences of major tax cuts for the rich”; o, las consecuencias económicas de un mayor recorte de impuestos para los ricos. De nuevo, una vez más, la historia económica se revela como un instrumento clave. Estos dos economistas han buceado en los últimos cincuenta años, cuando se ha visto una caída dramática de los impuestos a los ricos en todas las democracias avanzadas. Sin embargo, todavía existe un ferviente debate en los círculos políticos y académicos sobre las consecuencias económicas de este cambio radical en la política fiscal. Lo hemos visto en la campaña electoral norteamericana; lo seguimos observando de forma cotidiana en declaraciones de dirigentes políticos y económicos en la Unión Europea y en España.
La investigación de Hope y Limberg propone un indicador recientemente construido de impuestos a los ricos para identificar todos los casos de importantes reducciones de impuestos a esa minoritaria franja de población en –y esto es relevante– dieciocho países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), entre 1965 y 2015. Lapso temporal robusto; trabajo de campo convincente. La estimación de los efectos promedio de estas importantes reformas tributarias en agregados macroeconómicos clave arrojan unos resultados imbatibles: los recortes de impuestos para los ricos infieren una mayor desigualdad de ingresos tanto en el corto como en el medio plazo. Por el contrario, dichas reformas no tienen ningún efecto significativo sobre el crecimiento económico o el desempleo. Por lo tanto, se proporciona una evidencia sólida en contra de la influyente idea político-económica de que los recortes de impuestos para los ricos “gotean” y se hacen porosos para impulsar la economía en general.
Es importante que la ciencia económica desvele, con análisis rigurosos, que una promesa central de determinadas opciones políticas conservadoras y ultraconservadoras no se sostienen empíricamente. La ciencia debe servir para esto; la transferencia de sus resultados compete a otros agentes. El estudio de Hope y Limberg no es coyuntural: abraza medio siglo de datos y de variables, tratados con la matemática precisa, una metodología aceptada por la disciplina: ecuaciones necesarias que desentrañan la falsedad. Sin embargo, el reciente triunfo de Donald Trump en Estados Unidos ha realimentado la fantasía de la rebaja de impuestos para los ricos, reducción que, se comunica, impregnará al crecimiento económico. Los milmillonarios que han apoyado al magnate acudirán, prestos, a pasarle la factura de sus generosas ayudas: reducción de tributos y colocación de sus lobbies en lugares estratégicos, desde los que implementar sus negocios. Sus fortunas.
El lema y su contenido lo han adquirido opciones de derechas en todo el mundo: también en Europa y en España, donde el ataque a las economías públicas está a la orden del día, incluso en episodios dramáticos como los que se están viviendo en regiones españolas a raíz del desastre de la dana. El Estado, tildado de “desaparecido”, se quiere contraponer al “pueblo”, en una grotesca acepción que ignora de forma deliberada una obviedad: sin menoscabar el enorme esfuerzo de voluntarios y población, solo el Estado puede contribuir a reorganizar la situación caótica y devolverla a unas coordenadas de recuperación. Con servicios públicos diversos, con infraestructuras sanitarias, de seguridad, militares, cívicas, de construcción, gracias precisamente a la política tributaria. Esta que se recorta cuando se puede, con la tesis de que el dinero está mejor en los bolsillos de los contribuyentes. La falacia, sencilla, está servida. Pero la realidad, como vemos, es mucho más compleja. Y llama a la puerta, dramáticamente.
Se suele contraponer que quienes abogan por una fiscalidad progresiva están haciendo “política”, toda vez que la profesionalidad técnica pareciera estar del lado de los abolicionistas fiscales. La ideología redunda entonces como arma arrojadiza. Pero lo que no puede ni debe arrinconarse son los datos: estos son los que, sin obscenas manipulaciones, ofrecen la perspectiva precisa. La investigación que estamos comentando proporciona, al menos, tres evidencias importantes, muy concretas:
• Por el lado de la desigualdad de ingresos, los resultados no se alinean estrechamente con la teoría de que los ricos tienen mayores incentivos para trabajar e invertir cuando se reducen sus impuestos, dado que no se encuentra ningún efecto estadísticamente significativo sobre el crecimiento, el desempleo o la inversión por la reducción de impuestos.
• Dado que la medida de desigualdad de ingresos incluye tanto las ganancias de capital realizadas como los ingresos laborales, es poco probable que los resultados estén siendo impulsados por la evasión fiscal, porque una parte importante de la evasión toma la forma de transferencia de ingresos hacia el capital.
• Los impuestos más bajos sobre los ingresos más altos inducen a los ricos a negociar de manera más agresiva para aumentar sus propias recompensas, en detrimento directo de aquellos que se encuentran en los niveles más bajos de la distribución del ingreso.
Que quienes más tienen devenguen más a las haciendas públicas no debería ser un anatema, una herejía. La defensa acientífica de que rebajar los impuestos a los más acaudalados es lo mejor para las economías no debería, a su vez, ser un artilugio ideológico para engañar a la población. Una población formada por ese pueblo al que se invoca con palabras huecas, necesitado de los grandes resortes del Estado del Bienestar que se han ido construyendo de manera gradual. Es la redistribución de la renta: ni más ni menos. Esa justicia social que explicaba Adam Smith en La teoría de los sentimientos morales. Conquistas que se pueden revertir, si no se trabaja para que permanezcan.
* Catedrático de Historia e Instituciones Económicas, en el departamento de Economía Aplicada de la Universitat de les Illes Balears. Doctor en Historia por la Universitat de les Illes Balears y doctor en Ciencias Económicas por la Universitat de Barcelona. Consejero del Banco de España. Consejero de Economía, Hacienda e Innovación (desde julio de 2007 hasta septiembre de 2009); y Consejero de Economía y Hacienda (desde septiembre de 2009 hasta junio de 2011), del Govern de les Illes Balears. Presidente del Consejo Económico y Social de Baleares. Miembro de Economistas Frente a la Crisis. Blog: http://carlesmanera.com
– Publicado en Economistas Contra la Crisis
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