Milagros ante notario

Milagros ante notario

Nònimo Lustre*. LQS. Enero 2021

Cosme y Damián fueron unos santos milagreros -gemelos, médicos y mártires-, conocidos desde el siglo III. Pero debieron esperar diez siglos para que su nombradía ascendiera de local a mediterránea, fenómeno no menos milagroso que ocurrió en el siglo XIII a raíz de que sus sobrenaturales fechos fueran reseñados en la Leyenda Dorada, una recopilación de maravillas cristianas perpetrada por Jacopo della Voragine.

En la actualidad, Cosme, el adornado, bien presentado y Damián, el domador, árabes de nacimiento, son los patronos de los médicos en general y de los cirujanos en particular pero también de los boticarios y de los barberos. ¿Por qué?, porque eran anárgiros (enemigos del dinero) y por ende, no cobraban a los enfermos. No, evidente y crematísticamente no por anárgiros les llegó su gigantesca fama sino porque trasplantaron a un sacristán gangrenado la pierna de uno de sus criados negros recién fallecido. El bajorrelieve, a la derecha, es concluyente.

Ahora bien, ¿cómo entendemos en el siglo XXI el supuesto milagro? Para ello tenemos dos vías: la simbólica o metafórica y la materialista. Siguiendo la primera e independientemente del bajorrelieve, es plausible colegir que hubo un accidentado negro -es probable que le accidentaran sus amos-, con cuya pierna experimentaran los poderosos anárgiros. No por el vil metal sino por la ciencia. En este caso, pudiera ser que la amputación del negro no fuera total sino que le dejaran un muñón al cual atar una prótesis. Pero también pudo ocurrir que, en efecto, perpetraran una amputación completa quizá convencidos de sus poderes sobrenaturales. Como somos biempensantes, nos quedamos con la hipótesis ‘científica parcial’ y concluimos que la tradición popular tuvo mil años para, estimulada por el coro de los monjes locos, ascender el muñón a la categoría de pierna entera. En cuanto a la vía materialista, simplemente la desaconsejamos.

También cabe la posibilidad de que el criado negro no fuera negro. Los cuadros, imagen izquierda, apuntan a que pudo ser así puesto que la pierna a trasplantar comienza teniendo el consabido color de la tumefacción post mortem y termina siendo rotundamente negra.

Las hipótesis anteriores son resueltas por una autoridad superior en lo artístico al dilecto fray Angélico: el mutilado por su esclavitud era definitivamente negro (derecha).

Sacristanías

No cabe duda de que el beneficiario del ‘trasplante’ fue un sacristán -es decir, lo que un meapilas del siglo III pudiera servir a los santos como hoy lo hacen los llamados sacristanes. Y es que, en el siglo III esos dudosos personajillos ya eran poderosos, probablemente más de lo que son en la actualidad. Por otra parte, hasta hace pocos años, el sacristán era un enchufado al que, desde el vulgo, se le atribuían todo tipo de privilegios inconfesables. A este respecto, en el fastuoso corpus del ingenio popular abundan los ejemplos:

O sancristán de Coimbra / facía de mil diabluras / mollaba o pan en aceite / debeaba os santos a escuras (copla portuguesa) Sacristán que vende cera y no tiene cerería, ¿de dónde la sacaría? y también Sacristán que vende cera y no tiene colmenar, o la roba de la iglesia o la coge del altar (refranes castellanos) Como remate, nada mejor que finalizar con un obra maestra escrita en bable: El sacristán, romance chusco cantado en Carnaval por Jerónimo Granda con letra de Antón el Coque:

Tuvo Rufa siete fíos / roxos como l`azafrán / y el octavu salio-y prietu / y eso mosquió munchu a Xuan.

-Vas a decime, Rufona, / cómo salió prietu´l fiu, / metióseme na cabeza / qu´esi guahe [guaje, niño] non ye míu.

Non vaigas a figúrate / que yo soi algún mastuerzu, / si non dices la verdá / voi retorcete´l pescuezu.

– Con dolor de corazón / voi a decítelo, Xuan: / el neñu prietu ye tuyu; / los roxos, del sacristán.

Milagros aragoneses

El milagro de los santos gemelos perduró a lo largo de muchos siglos. Y reverdeció en un caso muy comentado durante el siglo XVII. Veamos:

El nombre del campesino aragonés Miguel Juan Pellicer Blasco (1617-1647, en adelante MJ) no le dice nada a casi nadie pero fue muy celebrado en el siglo XVII puesto que protagonizó el milagro de Calanda, magnoevento que arrastró en su extravagancia a tribunales e iglesias e incluso a un jesuita, Francisco Franco -nombre execrable del que el tonsurado no tuvo culpa ni conocimiento.

A sus 20 años, MJ sufrió la amputación de su pierna derecha a causa de un accidente propio del laboreo. Una vez rehecho, al año siguiente viaja a Zaragoza donde fue ingresado en el hospital de Nuestra Señora de Gracia; allí se le amputa la pierna “cuatro dedos más debajo de la rodilla”, se le da de alta y se le proporcionan una pierna de madera y una muleta. Todo ello, queda debidamente registrado en los archivos del hospital. A los 23 años, regresa mocho a Calanda, su pueblo natal donde, a las once de la noche, entran sus padres en su cuartucho “a luz de candil” y perciben una “fragancia y olor suave no acostumbrados allí”; MJ está durmiendo, pero la madre ve admirada que, por debajo del pellejo que le sirve a su hijo de cobertor, asoman dos pies cruzados.

Intervienen la ley y la justicia: cinco días después del milagro, el notario de Mazaleón levanta acta notarial de “tan impresionante hecho” –que todavía puede consultarse en el archivo del ayuntamiento de Zaragoza-. Testificaron en el proceso un total de 24 personas: 5 facultativos y sanitarios, entre ellos el cirujano que le amputó la pierna; 5 familiares y vecinos; 4 autoridades locales; 4 autoridades eclesiásticas y 6 personajes diversos. Y lo que resulta más llamativo: la archidiócesis aragonesa reconoce el hecho como “milagro” (27.IV.1641) Pasado el verano, MJ es presentado al rey Felipe IV quien tiene “la deferencia de besarle la pierna”. A finales del siglo XVII, sobre la casa de MJ, se construye en Calanda el templo del Pilar. Hoy, una capilla en su honor se levanta en su antiguo cuartucho.

Otro sacristán loco y Francisco Franco SJ

Pocos años después del supuesto milagro de Calanda, semejante portento se expande por toda España… y se cobra algunas víctimas no letales: la primera, la del jesuita Francisco Franco (Sacerdote Jesuita) quien, aunque está bien considerado socialmente, se vuelve acérrimo defensor del espléndido fenómeno al mismo tiempo que es seducido por las ideas del oscense Pedro Ysábal, un sacristán que hablaba con la Virgen, con los ángeles y con los profetas bíblicos. Más aún, proclamaba que Samuel, Zacarías, la Virgen, la Trinidad y San Miguel le habían ungido rey, no sólo de Aragón o de España sino monarca del Universo. Estas pretensiones las certificaba milagreando sin tino ni camino.

Pero el susodicho sacristán se entusiasmó tanto con sus facultades taumatúrgicas que cometió un error fatal: derivar de lo religioso a lo político. En este sentido, comenzó a despotricar sobre Felipe IV llamándole “tonto, iluso y hechizado Rey que tenemos”. Incluso prometió a Francisco Franco SJ que le haría Papa cuando se muriera Inocencio X, el entonces Papa reinante. La Inquisición le procesó pero no le calificó como loco –ni como cuerdo-, sino que entendió que era uno más de los innumerables majaras poseídos por el Diablo que pululaban por el reyno. Al final, escapó del auto de Fé y sólo fue desterrado por un año de Zaragoza y tres leguas en contorno. Por su parte, a Franco SJ tampoco le fue demasiado mal porque sobrevivió -aunque corrió el peligro de verse sambenitado.

Posdata

Para quien suscribe, Cosme Damián y sus epígonos aragoneses simbolizan dos hechos incontrovertibles: a) que los notarios son crédulos por conveniencia o por imbecilidad congénita pero, en ambos casos, contribuyen a las más absurdas milagrerías -o sea, que mejor no respetemos los protocolos de sus archivos. b) la intrínseca irresponsabilidad médica y hasta vesania quirúrgica que caracteriza a los poderosos, sean santos, sean diablos o sean reyes que viene a ser lo mismo. Por ejemplo, los reyes de Francia se vanagloriaban de poder curar la escrofulosis por el simple método de imponer sus regias manos a los enfermos -por increíble que hoy nos parezca, tal dislate duró incluso hasta después de la Revolución Francesa.

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