Opositar en Sanidad: Lo que nadie te cuenta

Opositar en Sanidad: Lo que nadie te cuenta

Por Alejandro Giménez Sánchez

Hace tiempo que conseguí plaza fija en el sistema sanitario público, pero actualmente convivo con compañeros que se enfrentan a la incertidumbre de este proceso y creo que mi experiencia personal, puede colaborar a arrojar algo de luz donde hay mucha oscuridad.

Aunque conseguir una plaza fija es motivo de felicidad, se antoja difícil traducir en palabras todo lo que llevo dentro después de este proceso. No sé ni por dónde empezar, pero bueno, ya sabes cómo es esto… cuando algo te hierve dentro, al final tienes que soltarlo. Así que ahí va, sin filtros ni rodeos.

Cuando decidí meterme en esto de la sanidad, tenía claro que no iba a ser fácil. O sea, vamos, nadie te dice que vaya a ser un camino de rosas, ¿no? Sabía que habría días larguísimos, pacientes difíciles, situaciones incómodas… Ya sabes, esas cosas que ves en las películas cuando alguien decide dedicarse a cuidar a los demás. Pero aceptas todo eso porque tienes un propósito, ¿verdad? Quieres ayudar, quieres formar parte de esa red invisible que sostiene a la gente cuando más lo necesita. Esa idea, ese sueño, es lo que te empuja a tirar adelante, aunque cueste.

Pero, hay algo que nunca imaginé. La mayor batalla que he tenido que librar no ha sido contra enfermedades, pandemias o incluso la muerte. No. Mi peor lucha ha sido contra quienes deberían protegernos: nuestra propia administración. Sí, sí, lo has leído bien. Nuestra administración. Y no lo digo por decir. Lo digo porque lo vivo cada día. Porque lo veo, lo sufro y lo veo sufrir a compañeros y compañeras que están igual que yo.

Me acuerdo perfectamente del día del acto de asignación de plazas. Llevaba años estudiando como un loco, sacrificando fines de semana, madrugando, cenando con los libros encima de la mesa. Había superado el proceso selectivo, había aprobado. Estaba listo para elegir una plaza digna (o eso pensaba) donde poder desarrollar mi carrera profesional.

Y entonces… Algo falló. No todas las plazas vacantes estaban disponibles. Vacantes existentes, pero no ofertadas. ¡No ofertadas! ¿Sabéis qué es lo peor? Que algunas de esas plazas estaban en mi propio municipio. En centros donde ya había trabajado, donde conocía a la gente, donde podría haber encontrado estabilidad laboral y conciliado con mi vida personal. Pero no. Alguien, desde un despacho, decidió que yo no podía acceder a ellas. Alguien decidió jugar con mi futuro y el del resto de opositores.

¿Os lo podéis creer? Porque yo todavía estoy procesándolo. Todavía me pregunto por qué. Y no soy el único. Hablé con compañeros ese día que tuvieron que renunciar a destinos definitivos porque las opciones eran tan limitadas que no les dejaban conciliar su trabajo con su familia. Una de ellas me dijo, con rabia y resignación a partes iguales: “Prefiero quedarme sin plaza antes que aceptar trabajar a 100 kilómetros de mi casa”. Y ahí estaba yo, pensando: ¿por qué tiene que elegir entre su trabajo y su familia? ¿Por qué tenemos que pagar nosotros los platos rotos de una mala gestión?

En cuanto al sistema de asignación de plazas es uno de los aspectos que más indignación me provoca, especialmente cuando analizamos cómo se manejan los destinos menos atractivos. Las instituciones suelen cubrir rápidamente las plazas menos deseables, “premiando” a los profesionales que ganan su plaza fija a destinos alejados y en condiciones precarias, mientras otras plazas más codiciadas quedan ocupadas por personal temporal. Lo más injusto es que este personal eventual, aunque carece de la especialidad requerida, disfruta de mejores condiciones laborales que quienes hemos dedicado años de estudio y/o superado rigurosos procesos selectivos para alcanzar nuestra cualificación.

Es decir, estamos hablando de gente que trabaja en centros más cercanos, mejor dotados, con menos carga asistencial, mientras otros luchamos por tener un destino digno. ¿Y sabéis qué es lo más indignante? Que muchas de esas plazas ocupadas por temporales podrían ser nuestras o al menos tener la opción de poderlas elegir. Pero no, tienen otros intereses. Intereses económicos, conveniencias políticas, miedo a indemnizaciones… Lo que sea. Pero lo que queda claro es que priman sus intereses sobre los nuestros.

La Ley 20/2021 agua de borrajas

Hablando de promesas incumplidas, no puedo evitar sentirme traicionado cuando escucho hablar de la Ley 20/2021. Se suponía que esta ley iba a acabar con la temporalidad abusiva, que garantizaría la estabilidad laboral y dignificaría nuestras condiciones. Nos dijeron que éramos el futuro de la sanidad. Pero aquí estamos, viendo cómo siguen perpetuándose las mismas injusticias. Las plazas vacantes no se ofertan, la precariedad sigue siendo la norma y nosotros seguimos siendo piezas de un tablero que mueven a su antojo.

Nos dijeron que íbamos a tener derechos, pero en realidad solo tenemos migajas. Nos dijeron que éramos importantes, pero ahora veo que somos números en una estadística. Y eso duele.

Pero, a pesar de todo, no podemos rendirnos. Porque si lo hacemos, estaríamos aceptando que este sistema corrupto y arbitrario es el único posible. Y no, no lo es. Sabemos que otra sanidad es posible. Una sanidad donde prime la transparencia, donde se respeten nuestros derechos, donde podamos elegir destino sin que nadie juegue con nuestras vidas. Basta de abusos, basta de mentiras, basta de vulnerar nuestros derechos. Está es mi experiencia, pero lamentablemente, es la de muchos otros.

Esto no es un problema solo de trabajadores

Quiero terminar recordando, porque esto no es solo un problema de quienes trabajamos en la sanidad o de quienes dependemos directamente de estos servicios. Esto va mucho más allá. Es una cuestión de dignidad, de justicia, y de lo que queremos como sociedad. Los servicios públicos son el reflejo de quiénes somos y de los valores que defendemos como comunidad.

La sanidad, la educación, las infraestructuras… No son números en un presupuesto ni simples líneas en un organigrama administrativo. Son derechos fundamentales que garantizan que todos tengamos acceso a una vida digna, sin importar cuánto dinero tengamos en el banco o de dónde venimos. Son la base de una sociedad cohesionada, solidaria y humana. Pero hoy, esos pilares están siendo debilitados por decisiones que priorizan intereses económicos y políticos, sobre las personas.

Cuando permitimos que se juegue con las plazas sanitarias, que se mantenga la precariedad laboral o que se invisibilicen nuestras necesidades básicas, no solo estamos traicionando a quienes dedican su vida a cuidar a otros; estamos traicionando también a quienes necesitan ser cuidados. Estamos diciendo que los beneficios y las conveniencias burocráticas valen más que la salud, la estabilidad y el bienestar de las personas.

Hemos de levantar la voz no solo por nosotros mismos, sino por todo lo que representa un sistema público fuerte, justo y accesible para todas y todos. Para acabar con las decisiones arbitrarias y deshumanizantes, para acabar con la falta de transparencia y contra cualquier política que nos divida o nos haga sentir pequeños frente al poder. Aunque a veces parezca que el sistema nos aplasta, siempre habrá alguien dispuesto a dar un paso adelante y decir: “Esto no puede seguir así”.

Así que, compañeros, compañeras, ciudadanos y ciudadanas: no dejemos que nos arrebaten lo que es nuestro. No permitamos que conviertan nuestros sueños en migajas ni nuestras voces en silencio. Luchemos por una sanidad pública de calidad, por unos servicios públicos dignos y por un futuro en el que nadie tenga que elegir entre trabajar o vivir, entre ser curado o sobrevivir. Porque otra forma de gestionar esto es posible. Porque merecemos algo mejor que ser simples espectadores.

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One thought on “Opositar en Sanidad: Lo que nadie te cuenta

  1. Dr. Giménez, compañero Alejandro pues creo que bogamos juntos en el desvencijado batel de la sanidad pública, rodeado de tiburones ansiosos y, lo confirmas lúcidamente, patroneado por sujetos no precisamente comprometidos con su mejora y salvaguarda sino atentos y obedientes a lo que obligan tanto el clientelismo como los intereses del capital financiero. Lo relatado es más que una anécdota, pones en evidencia un inadmisible tinglado, demostrando como, sin pudor alguno, se obvian los principios que deben ser norte de una administración supuestamente democrática … y, ¡ay! transparente.
    Así que, gracias por alzar tu voz al margen de las habituales reivindicaciones corporativistas / clasistas tan habituales en esa sedicente “clase médica”, la única que parece tener voz. Y, además de las ideas, ahí va otra razón, quizás groseramente interesada y que, lamentablemente, muchos de nuestros conciudadanos olvidan: soy usuario del sistema, he necesitado y necesitaré ser cuidado. Ineluctable.

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