Pablo Iglesias Turrión: “el reino de podemos está cerca”

Pablo Iglesias Turrión: “el reino de podemos está cerca”

Azotado por las plagas del paro, la pobreza y los desahucios, el pueblo español alzaba la vista al cielo y gemía, preguntándose por qué Dios le había abandonado. Soñaba con un Mesías que le llevara a la tierra prometida, pero el cielo no atendía a sus plegarias y los esbirros del Borbón no se cansaban de maltratarlo y humillarlo, recordándole que la tierra es un valle de lágrimas. Pese a todo, no olvidaba la promesa divina de un Mesías que convertiría los yermos en vergeles, con ríos de miel, perfumes embriagadores, suaves colinas y frutas de inconcebible dulzura. Abatido y desesperanzado, el pueblo español no sospechaba que ese Mesías meditaba en un departamento universitario, sin caer en las tentaciones del IBEX-35, que le ofrecía las riquezas del mundo a cambio de una simple genuflexión. El joven Mesías no flaqueaba ni un instante, pues sabía que era la primavera de un nuevo amanecer. Después de 40 días de retiro, abandonó el campus y empezó a caminar al paso alegre de la paz. Mientras bordeaba el Arco del Triunfo de la Moncloa, se cruzó con Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero, elaborando estrategias para escalar la cima del poder. “Seguidme –les dijo- y os haré pescadores de votos”.

Pablo Iglesias adquirió fama exorcizando demonios y sembrando ilusiones en los pobres, los humildes y los marginados. Subió a una pradera del Parque del Oeste y abrió los labios para instruir a las masas: “Bienaventurados los euroescépticos porque saldremos del euro. Bienaventurados los desahuciados porque expropiaremos a los bancos. Bienaventurados los parados porque heredarán la tierra. Bienaventurados los republicanos porque la Monarquía tiene los días contados. Bienaventurados los pacifistas porque abandonaremos la OTAN. Bienaventuradas las deudas porque son ilegítimas y no serán satisfechas. Bienaventurados los pueblos porque podrán ejercer su derecho de autodeterminación. Bienaventurados los vecinos de Gamonal porque son vanguardia de una utopía posible. Bienaventurada la Revolución Bolivariana porque el socialismo es la ideología del futuro. Bienaventurados seréis cuando, por causa mía, os insulten y persigan y digan toda clase de calumnias contra vosotros. Alegraos y regocijaros porque sois la sal de la tierra”. Pablo Iglesias bajó de la pradera de césped y la multitud le siguió, arrojándole flores y guirnaldas. Al atravesar Princesa y la Plaza de España, los parados se acercaban y se postraban ante él, extendiendo las manos para tocar sus pantalones vaqueros adquiridos en Alcampo: “Joven Maestro, si quieres puedo encontrar trabajo”. Pablo Iglesias contestaba con humildad y ternura: “Sí, puedes”. “¿Qué tengo que hacer?”, le preguntaban los parados de larga duración, con el rostro bañado en lágrimas. “Tened fe. Con fe, todo es posible. Podemos acabar con la casta. Podemos crear un mundo nuevo. En verdad os digo que los incrédulos, serán arrojados a la oscuridad. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”. Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón caminaban detrás de Pablo Iglesias, intentando que no molestaran al Maestro, pero la multitud no dejaba de crecer. Las mujeres lloraban de alegría, los niños gritaban alborozados y los jóvenes besaban el suelo, pensando que ya no tendrían que emigrar a Alemania. El asfalto temblaba bajo el sol del incipiente verano y parecía el azul oscuro, metálico, de un mar en calma. Al ver cómo avanzaba por el centro de la Gran Vía, los que le seguían exclamaron asombrados: “Es el Mesías. Camina sobre las aguas”. Un policía municipal se aproximó  y exclamó: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya será suficiente para que mi anciana madre pueda ser operada de cataratas. Lleva en lista de espera desde hace más de dos años”. Conmovido, Pablo Iglesias se detuvo y se dirigió a sus seguideros: “En el Reino de España, nadie encontré con tanta fe. Puedes marcharte, agente, pues tu madre recibirá muy pronto una carta. El Reino de Podemos está cerca”.

Nadie esperaba la súbita aparición de Esperanza Aguirre, la Reina de la Malicia Absoluta: “Pablo –irrumpió la audaz lideresa-, me van a meter un puro que te cagas por aparcar en la Gran Vía. ¿Debo pagar la multa?”. El joven Mesías advirtió de inmediato que le tendían una trampa y respondió con la sabiduría de un anciano profeta: “Paga a Hacienda lo que es de Hacienda y a Dios lo que es de Dios”. “¿Qué coño tiene que ver Dios en esto? –protestó Aguirre, estirándose sobre sus tacones de diez centímetros-. ¡Yo solo soy una pobre sexagenaria y me han tratado como a una terrorista! Además, la multa es del Ayuntamiento, no de Hacienda”. “Pues reclama a tu amiga Ana Botella –intervino Juan Carlos Monedero-. No molestes al Maestro y que te vaya bonito”. Mientras se alejaban, Esperanza Aguirre chillaba como una poseída: “¡Sois unos asquerosos perro-flautas! Ya os ajustará las cuentas Cristina Cifuentes”. Pablo Iglesias continuó su marcha, sin inmutarse. Los niños saltaban a su alrededor, ebrios de felicidad. “¡Dejad de fastidiar!”, exclamó Monedero visiblemente cabreado. El Mesías se detuvo e invitó a acercarse a los niños: “Os aseguro que, si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de Podemos”. Íñigo Errejón se acercó discretamente y susurró: “Pablo, que son críos y no pueden votar hasta los 18 años”. El Mesías arrugó ligeramente la nariz, se rascó la cabeza y reemprendió el camino, desviándose hacia el Paseo de Recoletos. Nadie sabía hacia donde se dirigía, pero él avanzaba con la serenidad de Moisés apartando las aguas del Mar Rojo. Su paseo terminó en las puertas del Hotel Ritz. Algunos no pudieron contener su sorpresa y murmuraron: “¡Qué hacemos aquí! Esto está lleno de cochinos capitalistas. Es una de las cuevas de la castuza”. Las críticas no pasaron desapercibidas al joven Mesías: “En el Reino de Podemos, no sobra nadie”, exclamó, alzando levemente la voz. Después desapareció por el vestíbulo, esquivó las mesas de desayuno habilitadas en tres salas y subió a una pequeña tribuna con un micrófono. Invitado por Asisa, BT y Red Eléctrica de España, inició su sermón con una frase conmovedora: “Estoy aquí porque sé que los ricos también lloran. No os preocupéis. No he venido a expropiar abrigos y visones. Yo no muerdo el cuello a los niños para chuparles la sangre. Bienaventurados los europeístas porque construiremos la Europa de los Pueblos. Bienaventurados los desahuciados porque hablaremos con los bancos para restablecer el crédito a las familias y a las pequeñas y medianas empresas. Bienaventurados los parados porque estimularemos la creación de empleo. Bienaventurados los republicanos porque se abrirá un debate sobre la forma del Estado. Bienaventurados los pacifistas porque exigiremos a la OTAN que reflexione sobre su papel en el tablero internacional. Bienaventuradas las deudas porque serán reestructuradas. Bienaventurados los pueblos porque se enamorarán de la España de Buñuel y García Lorca. Bienaventurados los vecinos de Gamonal porque ya no tendrán que alterar el orden público, quemando contenedores. Bienaventurada Venezuela porque muy pronto reinará la paz y la democracia. Bienaventurados seréis cuando, por causa mía, os insulten y persigan y digan toda clase de calumnias contra vosotros. Alegraos y regocijaros porque sois la sal de la tierra”.

-Lo que dice suena de otra manera –musitó uno de los jóvenes que había escuchado a Pablo Iglesias en el Parque del Oeste, logrando deslizarse en el Hotel Ritz, a pesar de su rastas de perro-flauta.

-Es que ha hecho un largo camino –contestó un hombre de mediana edad, con un impecable traje azul marino y una exclusiva corbata a rayas.
Pablo Iglesias finalizó su discurso con unas frases para la Historia:

-Espero que algún día se me dará todo el poder del cielo y la tierra. El Reino de Podemos está cerca. Podéis anunciarlo a todas las naciones del planeta.
Íñigo Errejón se rascó el trasero, asintiendo con la cabeza:

-Esto marcha.

-Ya te digo –corroboró Monedero.

Esa noche se vieron en Madrid dos gaviotas posándose sobre una rosa. Otros aseguraron haber visto el rostro de Pablo Iglesias flotando en el cielo. Yo solo soy un simple testigo. No puedo decir mucho más. Que el Espíritu de la Democracia sea con todos vosotros.

*Rafael Narbona 

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