Parna
Jesús Gómez Gutiérrez*. LQSomos. Septiembre 2015
Seria en el 83
Pues no lo sé, pero sería en el 83 y porque alguien me invitó. Entonces estaba como ahora, sin un duro, salvando el hecho indiscutible de que estar así, con dieciocho, no es lo mismo que estar con cincuenta. Yo adoraba Malasaña… eso también sigue igual, y esto: que la vivía a años luz de sus lentejuelas y ni a un milímetro de su carne. Hay cosas que se eligen, hay cosas que te eligen, hay cosas que te dejan seco, y luego eres tú quien decide qué se hace con esa combinación y dónde te sientas a descansar.
Por cierto, la madre que parió al mundo. Como yo era un chico listo -por algún perfil-, sabía que al puto mundo le iba a dar por correr hacia atrás y que, en adelante, adelante sería el territorio de la nada, y que cuando el mundo volviera a correr en la dirección contraria a las cavernas, habrían pasado XX años. Ya van XXXII. Enseguida, XXXIII. Pero nunca he sido de los que permiten que una minucia les joda el día, así que me cerré en banda, reiteré mi lealtad eterna a la palabra escrita, agarré bien fuerte la bandera roja y, a pesar de las muchas dificultades, no dejé de aplicarme aquello de «beati hispani, quibus vivere bibere est» (dichosos los hispanos, para los que vivir es beber) descontando obviamente la crítica innata a nuestra dificultad histórica para distinguir el sonido de la b y la v.
Julio César estuvo fino en ese caso. Y bien que me bebí yo el vivere. Incluso, a veces, bebía en sentido literal. Cervezas en el Sol de Mayo, que estaba en la plaza; cervezas en la terraza del kiosco de la plaza, que desapareció más tarde y, de cuando en cuando, cervezas en El Parnasillo, en San Andrés, que es mi 83 que cierra hoy. Con el tiempo, el Parna se convirtió en una especie de hogar nocturno. Las ninfas de sus paredes venían a ser una extensión de los libros de las mías. ¿Debo citar nombres? No hace falta. Vosotros sabéis y yo sé, de modo que lo dejaré en dos que nos representan a todos, Martín y Mario, a los que siempre tendré por amigos. Tanto si el puto mundo se va al infierno como si espabila y se dice: qué coño he hecho, era vivir.
Madrid cada vez es más pequeño, aunque siga creciendo…
Nos pudieron incautar la “vietnamita”, el local y los libros de Ruedo Ibérico. Pudieron hacernos rodar por el asfalto de las ciudades sus bestis uniformadas; cayeron los mejores -que se dice-, nos cambiaron el vinilo, cuando escuchábamos en aquella estancia las voces de Silvio, la de Víctor, Violeta, Pablo Milanés, Paco Ibáñez y Quilapayún. Pero seguimos siendo los mismos soñadores que entonces leían al Che, el poemario del abuelo Ho; los que coreábamos las canciones de Labordeta, La Bullonera, Luís Pastor…, y luego salíamos a la calle a gritar bajo los balcones burgueses aquello de: ¡España, mañana, será republicana!