Tácticas y prácticas en los movimientos sociales
El llamado movimiento anti-globalización ha generado un nuevo optimismo social entre los activistas que, desde diferentes atalayas, pretenden transformar este mundo en una perspectiva más o menos anticapitalista. Las movilizaciones contra los principales organismos del poder capitalista internacional, junto a las celebraciones de Foros Sociales Mundiales, continentales o regionales, han trascendido el marco de los propios actos, creando una cierta conciencia planetaria idealista de que “Otro mundo es posible”.
Estos acontecimientos de los últimos años, con la repercusión mediática que han tenido, han hecho resurgir un cierto optimismo e impulsado y revitalizado movimientos que se encontraban languideciendo o hibernando, fomentando también la creación de otro nuevos, recordando, en cierto modo (y por supuesto salvando las distancias), a aquel impulso que produjo el mayo del 68 y otros movimientos culturales de la época.
Pero este leve optimismo se produce en un momento de enorme debilidad organizativa e ideológica del movimiento anticapitalista mundial, que, con la caída del muro de Berlín, mostró la magnitud de sus carencias. Y en esta situación el idealismo y ciertas corrientes humanitaristas son claramente insuficientes para dotar de estrategias y organización a un movimiento que no se puede limitar a criticar a los poderosos, sino que debe aspirar a eliminar las condiciones de explotación y miseria que sufre la mayor parte de la humanidad.
Las movilizaciones ocurridas en la última década, de gran importancia y trascendencia internacional, no están teniendo la efectividad o los resultados que cabría esperar en cuanto al avance de las posiciones transformadoras. ¿Qué está ocurriendo para que todo ese caudal social no se esté convirtiendo en energía transformadora y política, que suponga un avance en las posiciones de la transformación social?
Voy a analizar en estas líneas los defectos que contemplo en la práctica de no pocos movimientos, grandes o pequeños, que corren el riesgo de convertir su actividad en menos que una práctica testimonial, que a duras penas siquiera sirven para tranquilizar las conciencias bien-pensantes o super-revolucionarias de sus líderes, convirtiendo su actividad tan estéril o más que muchas de las mal llamadas ONGs en las que se refugian muchos para lavar sus conciencias.
Como creo que cualquier análisis, sobre todo si es crítico, debe intentar plantear alternativas, eso es lo que voy a intentar al referirme a ciertos errores de concepción o planteamiento que veo demasiado arraigados en muchos dirigentes sociales (y políticos, claro).
Frente a la desilusión, el desinterés y la rutina, convicción en los objetivos.-
Por desgracia hay muchos dirigentes que ya no creen en los objetivos que dice representar su organización. Nadie está exento de pasar por bajones anímicos, incertidumbres en la lucha (que suele ser más larga de lo que inicialmente se pensaba), pero que en lugar de tomarse un respiro, “unas merecidas vacaciones”, se empeñan en seguir pilotando un barco en cuyo rumbo ya no creen, impidiendo de esta manera el necesario relevo por personas con motivación renovada, y que debería convertirse en algo habitual. Es muy típico escuchar a estos dirigentes-tapones quejarse de falta de relevo, pero cuando aparece alguien siempre tiene un defecto gordo, patrimonializando de esta manera organizaciones que deben estar alimentadas de criterios democráticos y participativos.
Otra muestra de esa desgana en los objetivos es la convocatoria de actos, manifestaciones, etc, recordando fechas, como quien rinde culto al santoral, pero sin capacidad de renovación, de actualización de los objetivos de la lucha histórica. Es lo que les pasa a los sindicatos mayoritarios, cuyas manifestaciones del 1 de mayo van perdiendo cada vez más su carácter reivindicativo, convirtiéndose en marchas sociales que sirven de encuentro anual a viejos dirigentes desencantados que, sin embargo, mantienen como compromiso el cumplimiento de ese rito periódico.
Cuántos dirigentes sindicales no hay que traicionan a sus compañeros trabajadores firmando acuerdos vergonzantes, despidos colectivos, mucho antes de haber intentado acuerdos mejores o radicales, por haber renunciado muchos años antes a defender hasta el final los intereses de sus compañeros. Cuántos dirigentes vecinales no hay también que ya no convocan siquiera a sus asociados porque no esperan conseguir otra cosa que no sean las migajas del poder. Desde luego que estas actitudes suelen coincidir con otras expresiones de compadreo con el poder, de prebendas (económicas o de status social) etc, que me limito a señalar en este artículo.
Es imposible crear un movimiento potente sin una tremenda convicción en lo que se pretende conseguir. Es la diferencia entre los grandes dirigentes históricos y los de pacotilla.
Los llamados partidos de izquierda, ¿quieren transformar algo? ¿El qué realmente? ¿Tienen un objetivo más allá de gestionar la actualidad que ofrecen los medios de comunicación? Y los partidos más a la izquierda todavía, ¿creen realmente en sus objetivos? ¿Confían en sus fuerzas más allá de dedicarse a echar las culpas de todo a los demás?
Frente a la desconfianza generalizada hacia “la gente”, renovar la confianza en el pueblo, en nuestros seguidores,.-
“La gente ya no se mueve por nada” es la frase mágica que casi todo lo justifica. No es más que el reverso de una moneda cuyo anverso es la falta de convicción en las propias ideas comentada anteriormente. Mucha dejación de objetivos se justifica en la supuesta escasa o nula capacidad de lucha de la gente, pero mucho antes siquiera de haberlo intentado. Yo siempre me he preguntado qué hacen ciertas personas ocupando puestos de dirección en movimientos sociales cuando afirman sin tapujos que la “gente es pasota”, “no quiere moverse” o frases por el estilo. En el fondo, esta desconfianza esconde, bien una falta de convicción o interés por alcanzar ciertos objetivos que para uno mismo ya no son relevantes, o bien una vagancia tremenda, una renuncia total a dedicar el tiempo y las energías que requiere la preparación de una movilización en condiciones.
Es verdad que el desarrollo del capitalismo y sus poderosos medios de comunicación y alienación basados en el individualismo explotador dificultan cada vez más las posibilidades de organización y movilización en torno a propuestas emancipatorias, basadas en la solidaridad. Pero no es menos verdad que este desarrollo salvaje del capitalismo, sobre todo tras la caída del muro de Berlín, agrava los problemas, no sólo de las 2/3 partes de la humanidad, en los países dependientes, sino también de capas cada vez más extensas de población de los países dominantes, creando las condiciones objetivas de la movilización. Lo que está en un nivel muy bajo de desarrollo son las condiciones subjetivas, en parte por los poderosos medios de que dispone la maquinaria de propaganda del sistema, y en parte también porque los movimientos transformadores no aprovechan los escasos recursos que la sociedad llamada democrática brinda para hacer una contra-propaganda. Creo que en el franquismo, con unas restricciones totales para propagación de ideas contrarias al régimen, había mucha más actividad de información, de comunicación y elaboración ideológica que ahora. Se luchaba por la libertad, entre otras cosas para no tener restricciones en esta tarea, y ahora que estas restricciones son mucho menores (las de tipo económico siguen igual o peor), es cuando no las aprovechamos. E incluso últimamente nos sentimos satisfechos con hacer envíos masivos de correos electrónicos de manera anónima, sin preocuparnos de crear tejido o red con capacidad de movilización.
Otros se quejan de que “siempre somos los mismos”, lo que sólo en parte es cierto. Hay cierto tipo de movilizaciones convocados siempre por los mismos, de la misma mala forma habitual, a las que sólo va la misma vanguardia enterada del asunto. Pero estas vanguardias encerradas en su propio círculo no conoce que hay actualmente un importante nivel reivindicativo, con una gran variedad de protagonistas según los temas. Y si uno se sale un poco del entorno estrecho en el que nos solemos mover, podrá apreciar que hay montones de personas y colectivos nuevos y que están en una corriente social compatible con la suya. Las grandes transformaciones se hacen gracias a la movilización de inmensas minorías concienciadas que son capaces de arrastrar a otros menos concienciados.
En toda época histórica y lugar fue muy complicado movilizar a los sujetos protagonistas de los cambios. En cada momento son unos u otros los factores que dificultan la llegada del mensaje, las trabas ideológicas, materiales, etc. que se interponen. Pero si llegamos al convencimiento de que no hay nada que hacer en los países desarrollados, que la persona-ciudadano ha dejado paso al consumidor-objeto, en ese caso resulta una pérdida de tiempo pensar en cambiar las cosas, pues sin las personas, el cambio es imposible. Una cosa es pensar que las grandes transformaciones mundiales vayan a tener su motor en occidente, lo que no parece probable, y otra muy diferente es que no se puedan agudizar, mediante la movilización, las contradicciones del sistema, debilitando de esta manera los núcleos del poder mundial.
Son muchas las razones por las cuales “la gente” (gente somos todos y todas) no participa de movilizaciones. Continuamente se convocan movilizaciones, por causas tan nobles como las que defendemos nosotros, y en las que no participamos por mil razones. ¿Por qué no acudimos a muchas movilizaciones? Muchas veces porque no nos enteramos; otras porque tenemos compromisos previos; a veces porque el objetivo propuesto nos parece inalcanzable; otras porque no conocemos suficientemente a los que convocan, y las personas valoramos tanto el dónde vamos como el con quién. ¿Nos hemos parado suficientemente a analizar estas circunstancias respecto a nuestras convocatorias?.
Poniéndolo en positivo, para que una movilización tenga posibilidades de éxito tiene que reunir, al menos, las siguientes circunstancias: Que el problema a reivindicar sea conocido, sentido y sufrido; que haya esperanza en que pueda ser superado, solucionado; que la acción propuesta sea proporcional a la envergadura y urgencia del problema (unas veces se requieren acciones tranquilas, y en otras sólo tienen sentido las radicales); que la convocatoria sea bien conocida por los potenciales participantes, buscando también el momento más adecuado; y que haya confianza hacia las personas y colectivos convocantes, o al menos sea superior que los posibles recelos, desconfianzas o desconocimientos. No olvidemos que en el mundo de la acción política y social, no siempre existe la presunción de inocencia, sino todo lo contrario; hay muchos líderes que lo único que buscan es el medro personal, cuando no el lucro económico, y eso es aprovechado por el enemigo para desprestigiar a los líderes y colectivos populares. Si no somos de éstos, nos tocará demostrarlo pacientemente, y de esta manera obtendremos confianza.
Frente a la improvisación y desgana, preparación meticulosa de las acciones en todas sus fases.-
Analizando más despacio los anteriores criterios que considero necesarios, pero no siempre suficientes, si queremos de verdad que una acción salga bien y cumpla con los objetivos propuestos, hay que prepararla muy bien. Si sabemos que hay una tendencia fomentada por esta sociedad hacia la desmovilización, ¿cómo podemos pretender que con una simple cartelada por el centro de la ciudad se vaya a enterar de la convocatoria todo el mundo, máxime cuando los potenciales participantes viven y trabajan mayoritariamente en los barrios periféricos?. En circunstancias especiales una movilización se puede preparar de un día para otro; incluso, si se deja pasar la oportunidad especial, la condenamos al fracaso. Pero en circunstancias normales lleva tiempo el poder comunicar a la población la problemática que se pretende abordar, la finalidad perseguida, la confianza en que los objetivos se pueden alcanzar, etc.
Pero no sólo es importante saber arrancar bien. Normalmente una lucha suele ser larga; el poder sabe esperar a que pase la noticia, y sabe bien que la gente se desanima fácil. Las luchas deben ir de menos a más, y para ello hay que planificar las fases. Si en la primera movida hemos quemado toda la pólvora, no sabremos cómo seguir y cundirá el desánimo, del que seremos nosotros los primeros responsables por improvisación. Siempre que empecemos debemos saber guardarnos cartuchos en la manga, con capacidad de sorprender al enemigo y a la propia opinión pública, lo que además será un aliciente estimulador para los propios participantes. Creo que el caso de la movilización de SINTEL es paradigmática, por la constancia y variedad de medios que desplegaron, pues aunque lo más conocido fue la acampada de 6 meses en la Castellana, anteriormente habían hecho multitud de movilizaciones como manifestaciones en vehículos por el centro de la ciudad, broncas en juntas de accionistas, etc. Cuando el poder se dio cuenta de que no podía doblegarlos es cuando se puso a negociar. Los trabajadores de SINTEL son personas tan normales como los de cualquier otra empresa o barrio popular. Pero si se han convertido en una referencia moderna es por su constancia, su convicción en los objetivos, su planificación de las movilizaciones, su ánimo renovado, etc.
Basta analizar un poquito la cantidad de frustrantes movilizaciones que se convocan periódicamente para darse cuenta de las carencias organizativas que arrastran. Si no hay condiciones organizativas o materiales para realizar con éxito una movilización, es mejor no convocarla. De la misma manera que el movimiento obrero sabe que no se puede convocar una huelga sin tener condiciones ciertas de éxito, pues lo contrario sería poner en bandeja al patrón las cabezas de los líderes y acabar con el movimiento, tampoco se puede convocar una manifestación sin unas garantías de éxito, pues desprestigia y desmoviliza al movimiento. Hay que hacer daño, no el ridículo.
Contra el sectarismo imperante, trabajar por la unidad y luchar pacientemente por la hegemonía desarrollando iniciativas y creando alianzas, no excluyendo.-
En el marco de los movimientos sociales hay líderes con desmesurado afán de protagonismo, que sueñan quizás con ser el Lenin español; y están más preocupados por la pureza de las consignas que de sumar apoyos a las movilizaciones. No estamos en momento pre-revolucionario, al menos en nuestro país, y por ello no es el momento de determinar el carácter final de todos los objetivos y consignas que se pretenden. Los movimientos sociales están cruzados por muy diversas ideologías, intereses de clase, de grupo y hasta personales. El arte de dirigir consiste en discernir, de entre estas contradicciones, los comunes intereses que permiten amplias alianzas frente al enemigo común.
No existe una receta para toda circunstancia, pero sí criterios de actuación.
Hay que distinguir en cada momento cuál es la contradicción principal y cuáles son las secundarias. Si dejamos que éstas se coloquen en primer plano, nunca avanzaremos. La movilización es un buen criterio de realidad frente a las discusiones estériles de despacho, de asambleas interminables e inútiles. En la calle cada cual se retrata, cada persona y colectivo da la medida de su capacidad, de su voluntad, de sus posibilidades. Hay que dejar muchas veces que sea la lucha la que coloque a cada uno en su sitio; pretender lo contrario es muchas veces ineficaz, pues evita el avance real en la concienciación, no sólo de los dirigentes, sino del conjunto de trabajadores y ciudadanos.
Muchas de las contradicciones secundarias se disuelven parcial o totalmente en el transcurso de la lucha, de las movilizaciones, pues en la acción, las diversas capas populares tienen oportunidad de conocerse mejor, aumentar su confianza mutua y en definitiva sellar alianzas más poderosas frente al común enemigo, el sistema capitalista. Luchar por mantener el puesto de trabajo, por un mejor sueldo, por un equipamiento público en un barrio, por la igualdad de género, o contra la ocupación de un pueblo, no son luchas estrictamente por la superación del capitalismo, pero sin lugar a dudas que contribuyen a dicho fin. Y en ellas pueden, o mejor dicho, deben participar grupos, colectivos y personas que no tienen por qué tener en su horizonte implícito o explícito dicho fin. E incluso algunos lo rechazarán de manera explícita. Pero el interés en los avances sociales, y la indudable contribución que representan para el fin más a largo plazo, hace inexcusable la necesidad de conseguir amplias alianzas que son las que permitirán tener éxito en la movilización.
Pero para ello es necesario erradicar el sectarismo, la prepotencia, las mentes iluminadas, el conmigo o contra mí, que desgraciadamente también practican muchos nefastos líderes de la izquierda social. Y no estoy tratando aquí de establecer una cierta ética pseudo-religiosa, sino de establecer criterios que a mi modo de ver son necesarios para dotar de utilidad y eficacia a nuestra lucha. Ya está bien de despilfarrar recursos, de dar un paso adelante y dos atrás, de destruir lo que ha costado años crear. Quizá algunos de esos anti-dirigentes están confortablemente instalados en sus paranoias, en sus chiringuitos, en su aceptable nivel de vida, pero la lucha social no es para mayor gloria de uno mismo, sino para crear las condiciones que permitan una vida digna a la población que habitamos este planeta, en particular la que está explotada y la que muere a diario de hambre o de enfermedades que tienen remedio. Por ello son necesarios cambios estructurales profundos, y para ello tenemos que crear un vasto movimiento y organización, que irá consiguiendo en su lucha mejoras sustanciales en sus condiciones de vida.
Tejer redes alternativas y estables, generar confianza, actuar con generosidad, resulta imprescindible para que el movimiento avance en su conjunto y abandone la permanente confrontación que le tiene paralizado; realmente uno duda de que tanto navajazo sea producto sólo de la torpeza de algunos dirigentes.
Pasar de la queja a la exigencia y la imposición.- VER ESTE APARTADO
La transición española cooptó muchos dirigentes políticos y sociales de la lucha antifranquista, que en los años 60 y 70 lideraron importantes movilizaciones. En aquellos años había una gran resolución en el movimiento obrero y ciudadano, los principales de la época, por no parar hasta conseguir acabar con el régimen fascista.
Todavía no hemos alcanzado aquel nivel de organización y movilización, a pesar de que ahora hay menos impedimentos políticos. Esto es por varias razones: Muchos de aquellos dirigentes que afirmaban que la lucha por la democracia era una fase en la lucha por el socialismo, se quedaron en la primera fase renegando de la segunda. Salvo en una pequeña isla, el socialismo conocido históricamente se derrumbó en 1989, sentenciando el desprestigio que la propaganda capitalista había ido sembrando durante sus 70 años de existencia. Esto ha desmovilizado a las clases y grupos interesados en superar el capitalismo, al perder la perspectiva ideológica que sustentaba su lucha. Posiblemente tengan que pasar décadas hasta que se reconstruya una ideología, que, partiendo de los cimientos de ideologías pasadas, se renueve a la luz de las experiencias históricas vividas.
Esta incertidumbre en la perspectiva del futuro emancipador, ese “quién gestionará el no” famoso del referéndum de la OTAN, es lo que debilita también la radicalidad de las reivindicaciones. Nos hemos instalado, y no sólo la población en general, en la cultura de la queja, frente a la cultura de la exigencia. Criticamos lo que se hace (o no se hace) con nuestros dineros públicos; nos lamentamos de los abusos del patrón, etc, pero no nos damos cuenta de que está en nuestra mano el que esas cosas no ocurran. Parece que hemos perdido la osadía, instalándonos en una especie de fatalismo. Y buena parte de la responsabilidad corresponde a esas movilizaciones fracasadas de antemano, que no cumplen ningún objetivo más allá de la satisfacción personal de los convocantes. Si la movilización no sirve para nada, para qué perder el tiempo, piensan con pragmatismo (y auto-justificación también) muchas personas que no acuden a las convocatorias. Por eso, como comentaba más arriba, existe una tremenda responsabilidad en los dirigentes para dotar a las movilizaciones de las mayores garantías de éxito. Un triunfo, lo mismo que una derrota, finalmente es de todos. En Carabanchel Alto (barrio de Madrid), donde los vecinos consiguieron con su lucha un parque, un centro cultural, un centro de mayores, que llegara el metro, la paralización de ampliación de carreteras como M-40 y M-45, etc., ocurrió también que los vecinos, de manera espontánea, echaran “a gorrazos” a los responsables municipales cuando pretendían instalar un centro de recogida de residuos en medio de su parque. Ambos procesos van unidos de la mano, y, en esas condiciones, de la queja se pasa a la exigencia.
Conocer la fuerza y maldad del enemigo no es suficiente: Hay que conocer también sus debilidades y nuestras capacidades, para poder triunfar.-
Otro de los fenómenos de nuestro tiempo es la escasez de analistas que sean capaces de mostrarnos, no sólo la maldad y poder del enemigo, sino también sus contradicciones, sus debilidades, para poder derrotarlo. Es necesario que haya intelectuales (más y mejores) que nos ayuden a conocer mejor la naturaleza y maldad del capitalismo; pero este análisis debe ir acompañado de otro que nos muestre las contradicciones y puntos débiles de la estructura que queremos superar, y la manera de hacerlo. Dedicarse sólo a magnificar al enemigo, a crear un discurso catastrofista, no sólo es insuficiente, sino que además es contraproducente, pues en vez de movilizar lo que hace es cohibir, atemorizar. Si tan malo es, ¿cómo vamos a poder derrotarlo?. Un buen dirigente es quien, además de denunciar el carácter negativo del capitalismo, nos enseña el camino y los medios para su superación.
Hay que conocer la fuerza del enemigo, la naturaleza de la misma, y las consecuencias que esta tiene entre la población, no sólo en sus condiciones de vida, sino también en su alienación. Pero al mismo tiempo debemos estudiar muy bien sus debilidades, que las tiene y muchas. El funcionamiento del capitalismo está basado en los intereses egoístas y meramente económicos de las personas y grupos económicos, y que satisface las necesidades tan sólo una minoría de la población, como “Katrina” se ha encargado de mostrar al mundo entero. En sí mismo es un sistema insostenible, que requiere enormes recursos para su mantenimiento. Entre estos ingentes recursos figuran los poderosos medios de comunicación y propaganda, los cuerpos represivos a nivel nacional e internacional, la explotación de personas y recursos a escala planetaria. Y a pesar de todos estos recursos, puede venirse abajo en cualquier momento, como se demostró en 1929, o hace pocos años en Argentina. Por eso debemos estar preparados, pues el hundimiento del capitalismo puede producirse en cualquier momento.
Y también debemos conocer bien nuestras limitaciones, nuestras contradicciones, nuestras mezquindades; pero tan importante o más que eso es conocer además nuestras capacidades, que son más de las que pensamos. Es muy grande el desconocimiento que tenemos de nuestras fuerzas, tan acojonados como estamos de la fuerza del enemigo, al que magnificamos innecesariamente. Pero el enemigo nos teme, y por algo será. Nos teme porque somos muchos los perjudicados por sus intereses. Nos teme porque el pueblo, con democracia o si ella, es la fuente de todo poder, y así se ha demostrado en las crisis políticas pasadas y recientes. Tiene miedo del desorden político que podemos ocasionar con nuestra desobediencia. De que sus fuerzas represoras en un momento determinado se vuelvan contra ellos, pues del pueblo salen y en un momento determinado pueden sentir la lealtad a su origen, la coincidencia de intereses frente a los poderosos.
El poder desconfía cuando el pueblo se une, se relaciona, se junta en fiestas, cuando se ríe colectivamente, como puede comprobarse en el recelo que tiene a unos carnavales cuando son algo más que un desfile controlado. Y desconfía más cuando el pueblo tiene orgullo de serlo, cuando tiene convicciones, cuando no repara en sacrificios hasta conseguir lo que considera un derecho colectivo. El poder tiene miedo cuando el enfrentamiento con el pueblo tiene lugar en el terreno y con los medios que le son propios a éste, la rebelión democrática (en sentido amplio, claro) y popular. Hay terrenos y modos de lucha que son movilizadores, y otros que tienen un efecto contraproducente, por inhibidores, desmovilizadores, que retraen de participar a los trabajadores y vecinos.
Los dirigentes y los movimientos sociales no deben ser la retaguardia calculadora, sino la locomotora de las transformaciones con su iniciativa y lucha.-
En este lento pero imparable proceso de institucionalización democrática en que estamos inmersos desde la transición, cada vez conozco más afiliados de organizaciones “transformadoras” que en realidad son más conservadores que la media social. Pero no sólo afiliados, sino muchos dirigentes que el día que vean de lejos avanzar la revolución se meterán asustados debajo de la mesa. El mercadeo electoral, junto al miedo que provocan los poderosos medios de comunicación en manos de las multinacionales, ha generado una casta de dirigentes cobardes, timoratos, que al final colocan a las organizaciones que dirigen en la retaguardia social, en lugar de la vanguardia. ¿A qué se tiene miedo?. ¿A que retiren la subvención?. ¿A que le muevan a uno la silla al primer error?. Se piensa que es más cómodo no asumir riesgos, y que el inmovilismo mantiene votos. No hay nada más falso, y basta con echar un vistazo a la composición política de las diferentes comunidades autónomas para ver que aquellas que son capaces de generar más iniciativa, como Euskadi y Cataluña, son las que más vitalidad electoral y riqueza de partidos mantienen.
Pero aunque los movimientos sociales no se presenten a las elecciones, parece como si vivieran bajo su síndrome, bien por la cierta influencia que puedan ejercer los partidos, bien porque piensan que una política de peloteo y adulación al poder les traerá más ventajas. Pero con esa actitud anulan o debilitan toda su capacidad transformadora.
El que tiene conciencia de dirigente, y quiere serlo, tiene que ponerse delante. No puede estar todo el día quejándose de que hay que empujar a la gente, porque esa es su función. El que hace de locomotora debe mirar hacia adelante, abrir caminos, diseñar nuevas estrategias, trabajar por el cambio emancipador, en vez de ponerse a la cola del tren por miedo a la equivocación o al castigo; hacia atrás sólo hay que mirar de vez en cuando para asegurarse de que ningún vagón se suelte del tren, ya que a la estación debe llegar el tren completo. Cuando alguien se descuelga o rezaga debe analizarse si la velocidad es la adecuada, y periódicamente hay que reagrupar las fuerzas. Es claro también que a veces no hay más remedio que “soltar lastre” para seguir avanzando, pero con mucha cabeza, pues podemos caer fácilmente en el sectarismo; una cosa es dar un paso atrás para dar luego dos hacia delante, y otra muy diferente invertir los términos, es decir, caminar como los cangrejos.
Informar, concienciar y organizar para vencer.-
Todos somos conscientes de las dificultades que entraña intentar movilizar a unos ciudadanos poco concienciados, en gran parte alienados por la constante y agresiva oferta consumista de los países más ricos. Pero se ven pocos activistas repartiendo folletos en la calle, en los buzones, saliendo con megáfono por las calles u otros medios de hacer llegar mensajes diferentes a la población. No se hace porque requiere mucho esfuerzo; pero si no estamos dispuestos a hacerlo, el fracaso de nuestras iniciativas está garantizado.
Los partidos ya no organizan actos informativos fuera de las campañas electorales. El PCE sólo aparece en medios de comunicación para anunciar su fiesta, pero no anuncia la necesidad de la emancipación, del comunismo. Los sindicatos abandonan progresivamente las organizaciones de empresa, pues sus dirigentes “liberados” cada vez pasan menos tiempo con sus compañeros, y más en las sedes, entretenidos en el “despacheo” interno.
Quien aspire a transformar esta sociedad debe afrontar en profundidad esta tarea informativa y concienciadora, con especial atención a los más jóvenes. Y junto a esta tarea está otra, no menos importante, que es organizar a los activistas y preparar a los dirigentes de hoy y de mañana, lo que se llamaba antiguamente “el proselitismo”. Desconozco si ya se ha inventado una palabra que sustituya aquella, bastante fea por cierto; pero la tarea es de rabiosa actualidad.
Además no hay que olvidar tampoco que el fascismo ganó una guerra de tres años en nuestro país, y que, a su término, exterminó a la mayoría de los dirigentes revolucionarios que habían sobrevivido. Los 40 años de dictadura han dejado un poso de “apoliticismo” y desorganización muy fuerte en la población, dándose la extraña situación de que mientras algunos partidos, sindicatos y asociaciones están en pleno proceso de institucionalización y renuncia a ir más allá de esta injusta y pobre democracia, todavía hay muchos trabajadores que ven con mucho recelo a los sindicatos, a los partidos, y sienten miedo y desconfianza de pertenecer a ellos, por ser “muy rojos”. A veces leemos tanto que se nos olvida quitarnos las gafas de cerca, y no somos capaces de contemplar la situación en toda su complejidad.
Vamos a pensar por una vez que podemos vencer. Vamos a salir de la mediocridad en la que estamos instalados muy a menudo, y convenzámonos de nuestra capacidad. Y seamos capaces también de sacrificar, pues la lucha requiere esfuerzo y disciplina de las personas, de unas más que de otras. Las estampidas de fin de semana están dificultando mucho la actividad transformadora, pues es del ocio de donde podemos sacar el tiempo para esta noble actividad al servicio de intereses colectivos.