Racismo, un fuego que se expande
Por Miguel Martí*
Un vídeo grabado en Lanzarote, más concretamente en La Santa, recoge el momento en que un hombre adulto increpa e inicia una pelea contra un grupo de adolescentes dentro de una guagua (autobús, para los no familiarizados en canarismos) repleta de viajeros. El adulto es español y los adolescentes, migrantes acogidos en un centro de la localidad. No es el primer altercado de esta índole del que se tenga constancia en La Santa, pero sí ha sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia del gobierno insular, que ha tomado medidas para evitar nuevos episodios violentos en el escaso transporte público que presta servicio.
¿Qué medidas ha tomado?, se preguntarán. Pues prohibir el acceso a las guaguas a los adolescentes migrantes que están tutelados por el Gobierno de Canarias en el centro de La Santa, si estos no van acompañados por un tutor-vigilante. “Es una medida para proteger a los menores”, ha comunicado el Cabildo, muy satisfecho de sí mismo. Poco antes, había anunciado también que pondría guaguas especiales a disposición del centro de menores migrantes para que los muchachos viajaran en ellas y así no se mezclasen con el resto de residentes, siempre por la seguridad de los menores, por supuesto. Pero esto último olía demasiado a Apartheid, alguien de su confianza tuvo que advertírselo o por casualidad leyeron el comunicado de protesta de `La Red de Solidaridad con las Personas Migrantes de Lanzarote´, y al final el Cabildo no lo llevó a cabo, aunque no descarten que en un futuro supere sus complejos.
Hace unos meses, hubo otro altercado mediático en La Santa: adolescentes migrantes usuarios del centro y jóvenes locales se pelearon a pedradas. Alguien lo grabó, hoy todo se graba, y los medios se hicieron eco, y los administradores de lo público tomaron medidas: trasladaron a otra isla a un grupo de adolescentes migrantes del centro de La Santa. Quizá a los más problemáticos, digo yo, por seguir con la lógica de “muerto el perro, se acabó la rabia”, que se ha impuesto el propio gobierno insular. Así que los individuos de la pelea en el autobús no son los mismos que los jóvenes que se lanzaron piedras meses antes, al menos no por parte de los menores migrantes.
Que existe un problema de convivencia en La Santa, es evidente. El propio alcalde ya reclamó con contundencia el cierre de este centro, “Un día se va a armar la de Dios”, dijo cargado de razones. Para él no tiene cabida en ningún otro espacio del municipio, y si pudiera, seguramente, ni en la isla ni el archipiélago ni en el país entero. Y lo peor es que cada vez más personas están de acuerdo con esta posición racista. No solo en La Santa, claro está, también en el resto del estado español. Porque cuando los conflictos surgen, el racismo resurge.
Seamos razonables, lo que necesita todo menor de edad es estar bien acompañado en su vida, en su día a día, en su desarrollo hacia la adultez. Buenos y suficientes profesionales, en el caso de estas niñas, niños y adolescentes que tienen la desgracia de vivir sin sus familias y en una cultura desconocida para ellas, donde algunos individuos les son hostiles por el mero hecho de no haber nacido aquí. A los más vulnerables e indefensos no hay que pisarles, sino proveerles de las oportunidades y recursos que necesitan para salir adelante y ser felices. Más medios para atenderles es el principal cortafuego que evita la extensión incendiaria del racismo, pues lo contiene, aunque no lo extinga. Más medios para ellos, que somos nosotros, para evitar arder todos juntos en la hoguera del sálvese quien pueda.
* Miguel Martí ha trabajado y residido en Camerún, Perú y Canarias realizando trabajos para ONGs. Es autor de varios relatos, y tiene publicadas en el mercado dos novelas: Sísifo en el abismo y Hacia el este del río Congo. Participa en el espacio literario Desenfocados.
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