Rajoy, desde el jardín de Goebbels
Estamos perdidos por más de mil. España padece una implosión; es un país que se contrae a ojos vistas como una ciruela pasa. Aquí se ha dicho siempre que hasta el más tonto hace relojes. Lo cierto es que en este país los tontos presumen de serlo, porque al ser útiles y obedientes a los amos tienen más oportunidades de prosperidad. Sus glándulas segregan una sumisión que persigue la excitación el paternalismo de los poderosos.
Mariano Rajoy es un relevante ejemplo tajante de este pan con pan.
Hace escasamente un año, todo el mundo consideraba a Rajoy un simple monaguillo de Aznar; la cúspide de la grisura y la mediocidad del <="" i=""> burocrático. Según los cánones electorales, no tenía ninguna posibilidad. No es guapo, ni teñido con “farmatint”, carece de cualquier atisbo carismático y no es especialmente agudo. Su imagen de fray Frenillo de Lacón es la de un zampabollos provincial que toma el chocolate a media tarde con el cura del pueblo y reza rosario con las beatas tías solteronas.
Pero lo preocupante, es que las masas lo hayan votado. Este es un destacado ejemplo del corolario de Paul Joseph Goebbels, el gran maestro de la propaganda nazi. Sostenía éste que “una mentira mil veces repetida se convierte en una verdad”. Y eso que los sigfridos rubios no tenían a su alcance la televisión. De haber sido así habrían pasado su triunfo por la alamedas del mundo conquistado. El brillo de la TV produce el fenómeno del acostumbramiento. Así ha sido posible que un atascado líder del neofranquismo sea visto como presidente providencial de este cuitado país que llamamos España-Nacional-España.
Rajoy es el pasmado personaje protagonista de Peter Sellers en la reveladora película Desde el Jardín, basada en la novela homónima de Jerzy Kosinski. Es decir, el cómo la necesidad, en un momento dado de la política o la antipolítica, excreta el personaje adecuado y, en este caso, lleva a la cumbre presidencial a un negado. Rajoy/Sellers tan solo tienen que soltar vaguedades y monosílabos para que todo el mundo idiota crea en su repentina y profunda genialidad. El resto lo hace la unción general e interesada hacia el poder.
Y eso que, en los años treinta, los sigfridos nacionalsocialistas no tenían la televisión. De ser así, se habrían paseado triunfales por las avenidas del mundo, conquistado por el arma letal de su publicidad goebbeliana.
Otro de los ingredientes de este guiso catastrófico 20-N, es el desfondamiento socialista con seria pérdida de aceite. Fascinados por don dinero han perdido hasta la identidad. Por su parte, el español es un ser fundamentalmente emotivo y testicular. Es frecuente escuchar, desde hace tiempo, que estaba hasta los cojones de Zapatero y sus pasteleos vergonzantes con la OTAN, el neoliberalismo, el archiventajismo curial… Así que muchos electores del montón han vuelto sus ojos estrábicos y su alterado escroto hacia la derecha de toda la vida en la creencia de que los amos, al tener más banquete, regurgitarán más migajas laborales que aquellos. No saben, aún no pero lo sabrán enseguida, que los amos actuales no son como los de antes. Estos devoran hasta las peladuras.
Perdona a tu pueblo, señor, por haberse desviado hacia soñadoras conjuras izquierdosas. Pagaremos la penitencia, pero danos empleo, señor. No estés perpetuamente enojado. Perdónale señor.
¿Qué ha sucedido en estos meses, que abocado a este pasmo electoral? Solo puede explicarse por una conjunción de factores. “Desde el jardín” de la televisión se ha promocionado al personaje que los amos económicos necesitan en ese momento para desmantelar los costosos mecanismos de la protección ciudadana pública. Da igual e incluso viene bien un retorno a la legendaria España negra. Desde su natural ambigüedad, porque no su talento no le permite encarnar otra cosa. Cuestión de rigidez de principios. Mariano Rajoy preside un Partido Popular que, según el CIS, recibe los votos del 90% del electorado de ultraderecha. Es decir, los fachas no necesitan partidos propios porque se ven bien representados por la doctrina política del PP. Que dios nos coja confesados.
Hablando de los seres del aprisco falangistopus, en ningún país ni región europeos se asiste a la permanente exhibición de símbolos patrioteros españolistas. Es un desideratum de collares de perros, arreos equinos, bisutería, pendones, banderas, prendas de vestir exteriores e interiores… Se protagoniza una perentoria y permanente necesidad de autoafirmación chovinista e identitaria. Ya se sabe que lo que se desea es aquello que no se tiene. Sorprende el contraste de esta continua algarada non-plus-ultra con la rotunda y célebre afirmación de Antonio Cánovas del Castillo, carismático líder conservador, cuando dijo aquello de ”español es el que no puede ser otra cosa”.
Bienvenidos al jardín.