Romance de Rol
El famoso romance de los duques de Normandía, llamado “Romance de Rol” (román de Rou), que es uno de los documentos más antiguos de la lengua que llamamos francesa, y cuyo autor fue Wace, natural de la isla de Jersey, en el Canal de la Mancha, le iba leyendoWadaldo, obispo de Elna, quien en compañía de Wadamiro, obispo de Vique, imperando los Lotarios, crítico con la célebre concubina de Lotario II, Waldrada, por la cual abandonó a su mujer Teuberga y estuvo en constantes diferencias con los pontífices Nicolás I y Adriano II, y Walarico, obispo de Gerona, en tiempos de Carlomagno, se vienen en una huagoneta, carro pequeño de transporte, hecho para rodar sobre carriles, a Córdoba para saber de la in matriculación de su Mezquita, un robo al pueblo por parte de la iglesia bien visto, como en aquel otro entonces fue una santa blasfemia contra el Islam construir una iglesia en medio de ella.
Van compitiendo entre ellos y alabando los crueles privilegios de la Iglesia y lo bien que esta haciendo al apropiarse indebidamente de innumerables inmuebles pertenecientes al pueblo. Wadaldo les dice y recuerda que él vino en ayuda de Wadh, caudillo de estirpe eslava, gobernador de Aragón durante el gobierno de Almanzor, rey de Fez, de la dinastía de los Benimerines, el cual conquistó a Marruecos y pasó varias veces a España en ayuda del rey de Granada, y de Alfonso el Sabio, rey de Castilla, contra su hijo Don Sancho, y a Yacubal Sofar, fundador de la dinastía de los Sofaridas en Persia, el primer ministro del califa de Córdoba Hicham II, en el turbulento período que siguió a la muerte de aquel celebre guerrero como partidario de Mohamed al Mahdi, en cuyo auxilio condujo a Córdoba a los condes Ramón Berenguer de Barcelona y Armengol de Urgell, a quienes espera volver a ver.
Wadamiro se pregunta en voz alta, para que le oyeran, si pasarán por Wagram, aldea cercana a Viena y célebre por la gran batalla reñida en su campo entre Napoleón y el archiduque Carlos de Austria. Que allí tuvo un amante en su Seminario, y allí comprendió que la Iglesia quiere la homosexualidad para ella sola.
Walarico le responde que no. Que no pasarán por Wagram, pero sí por Walbingen, aldea de Wurtemberg, donde nació el emperador Federico Barbarroja. Que el nombre de ella, corrompido, es el mismo de Gibelino que tomó el partido o bando defensor de los emperadores en sus luchas contra el pontificado, luchas que llenan las páginas de la historia de Alemania e Italia.
Se pararon a hacer cacas al pie del castillo de Bohemia, Walstein, del que tomó su nombre Alberto Wenceslao de Waldstein, comúnmente llamado de Wallenstein, celebérrimo caudillo del partido imperial y católico en la Guerra de las Treinta Años. Una vez terminadas sus necesidades, que hicieron los tres de frente, se acercaron a la Walhalla, monumento magnífico en honor de los grandes hombres de Alemania erigido por el rey Luis I de Baviera en una altura a orillas del Danubio.
Wadamiro les habló diciendo: supongo que lo sabréis. Pero, por si acaso, os lo digo. Walhalla es el nombre del paraíso de la mitología teutónica o escandinava, al cual van las almas de los héroes después de la muerte. Enrique Waldpott de Passenheim fue el primer maestre de la orden teutónica.
A continuación, se puso a leer en voz alta una historia de Guillermo Walker, célebre aventurero angloamericano que después de haber ejercido varias profesiones, entre ellas las de médico y periodista, emprendió por su cuenta una expedición pirática a Nicaragua, de cuya república se hizo dueño, y más adelante otra contra Honduras en la que perdió la vida. Al terminar, calló.
Y no iba a ser menos Walarico, que se puso a leer la “Aritmética de los Infinitos” del célebre geómetra inglés Juan Wallis, que abrió el camino a Newton y a Leibnitz para la invención del cálculo infinitesimal; dejando a un lado una novela rosa que dicen escrita por Gualter de Chatillon, natural de Lila, escritor latino, autor de un poema a Alejandro Magno que sirvió de modelo a las que se escribieron en francés, castellano y otras lenguas vulgares.
Los dos dejaron caer sus libros contra el suelo, quedándose dormidos., al mismo tiempo que lo hacía Wadaldo.
Al despertar, vieron que estaban en Lucena, no muy lejos de Córdoba. Unas hojas sueltas de un periódico revolotearon cerca de ellos, entrando en la huagoneta una de ellas. En ella se hablaba de una boda habida de la duquesa de Alba. Al instante, Wadaldo les dijo que le recordaba a Horacio Walpole, hijo tercero de Roberto Walpole, estadista inglés del partido whig, y primer ministro de Jorge II, famoso por sus tardías relaciones con la no menos célebre marquesa francesa du Deffant, que comenzaron cuando tenía él cincuenta años, y ella setenta y dos, y duraron doce años, hasta la muerte de ella.
En Lucena se les unió Nicolás Patricio Wiseman, eminente eclesiástico católico inglés, natural de Sevilla. Merced a sus gestiones, fue restablecida la jerarquía católica en Inglaterra por el papa Pío IX, recibiendo él la dignidad de cardenal, arzobispo de Westminster y primado de la iglesia católica de Inglaterra. Escribió en latín y en ingles. Entre estas últimas, alcanzó gran popularidad su novela Fabiola.
Le contaron el porqué de su venida a Córdoba, y Wiseman comenzó a platicar, preguntando: ¿Y seremos menguados que pasemos por eso? ¿Y qué será de nosotros si tal sucede? Ya tenemos que dar la batalla. Se refería a la devolución al pueblo de la Mezquita de Córdoba, así como de todos los bienes inmuebles in matriculados, con lo que no estaban conformes de ninguna manera.
Ya se había puesto el sol cuando entraban en Córdoba, y vieron a una yacedora que tiene por oficio llevar a yacer el ganado por la noche en el campo.
Llegados a la Mezquita, se apostaron en sus columnas, abriendo una pancarta donde se leía: “La Mezquita es nuestra”. La gente que pasaba por delante y les veía decía: “¡ pero serán de mala yacija, de mal dormir, de genio inquieto y desasosegado, y, asimismo, vagabundos y de mala vida y costumbres estos curatos¡”