Salud y República
Mientras las golondrinas que anuncian la imparable llegada del verano me distraen de la estridencia de las campanas “digitales” de este cura mal vecino que ha llenado un “barrio obrero” de comuniones y banderitas españolas, tengo que interrumpir por un momento el concierto de liturgia y tañido para cura y orquesta, para indignarme por la estúpida presencia en las páginas del diario de los más rancios e indecorosos personajes de obligado cumplimento por imperativo “social”. Se casa Briatore, ese fulano de diseño que destaca de su obra “artística” el poseer una escudería de “Fórmula 1”. Junto a él, el insulto a la razón y a la inteligencia de la sonrisa hipócrita de José María Aznar y su señora Botella, y como telón de fondo sus amigos de fatigas: Berlusconi, Fernando Alonso, Fabio Capello, modelos, modistos, futbolistas y toda esa comparsa que nos ha hecho entender que el mundo es imposible sin Benetton y Armani.
Pero hoy no me hacen gracia sus ridículas bufonadas, ni las del cura que sigue jodiendo con la campanita, hoy todavía tengo los oídos y los ojos llenos de otro concierto, el de memoria, reconocimiento y cariño que se tributo a viejos luchadores y represaliados antifranquistas que se empeñan en rejuvenecer con cada abrazo.
Ya el viernes me tocó compartir mesa con dos de ellos en “La Cerve” vallecana, tras la emotiva presentación en “Muga” del libro de Salvador Cava sobre los guerrilleros de Levante y Aragón: Eulalio Barroso “Carrete” que hacía alarde de memoria cantando íntegro el himno guerrillero, y Pedro Alcorisa, que con sus 87 años y su bastón se empeñaba en “meterme minutos” cuando intentaba acompañarlo al retrete por endemoniada escalera en picado. Una cena llena de “duende”, y no por el alcohol, que en estos malditos tiempos de “carnet por puntos” no hay quien se atreva a hacer dos brindis por la República sin temor a convertirse en delincuente. Allí estaban los de “La Gavilla Verde”, Iñaki y unos cuantos “LQSomos”, “el autor” Salvador dando muestra en la distancia corta de su importancia documental, Pedreño, pionero forista de la memoria, analítico y sintético que templaba con mano diestra opiniones más jóvenes de razones inmediatas, y unos cuantos de aquí y de allá en amplio abanico de sensibilidades, que nos sentíamos orgullos por un minuto de nuestras pequeñas “batallas” y de compartir mesa y mantel por quienes se jugaron la vida por allanar un camino de futuro para que un día unos republicanos del tercer milenio pudieran cenar juntos públicamente en un régimen monárquico. Eso si, parlamentario y democrático aunque se confunda el interés con la justicia. Que llena de dolor la ausencia de los que sobrados motivos tienen para caminar juntos hasta el Parlamento para dignificar luchadores tan generosos.
Otros más jóvenes y menos prostituidos serán los que nos aleccionen; voluntarios de “Rivas” capaces de servir una paella con lágrimas de emoción, y de pedir la cámara fotográfica al padre “recadero” para perpetuar el momento que el tiempo se encargará de convertir en historia. Otras fotos juveniles como aquellas que habitan el libro de Salvador, de los que en un tiempo fueron hombres y mujeres jóvenes que cautivaron con su entusiasmo a la primavera republicana.
Sin tiempo para la tregua ni para la siesta, sin digerir la paella ni la charanga pachanguera (que juro contratar un día para contrarrestar al cura), los llevamos a Carabanchel, que más parecía que queríamos acabar con ellos en vez homenajearlos, y lo que no fue capaz de provocar el cansancio a punto estuvo de lograrlo la emoción, porque a aquel escenario de Vistalegre, lo que a veces aun es coso taurino, se subieron mil voces de los más incondicionales artistas para vivir los textos de los inasistentes. Me emocionaron los de José Luis Sampedro, como siempre, la voz rota de Juan Diego, el arrojo rockero de Miguel Ríos, la presencia discreta e imprescindible de Álvaro de Luna, la vivaracha Natalia Dicenta levantando al cielo el dedo justiciero, y ese incontenible grito de “Salud y República” de Ana Otero proclamando su condición republicana más allá de la ficción.
Por eso hoy no puedo tolerar a esos fantoches mercantilistas que sonríen estúpidamente bajo sus pamelas y tocados. Hoy no puedo tolerarlos porque ayer, una gente más “vieja” y más joven lograron emocionarme en momentos de tan manifiesta insensibilidad. De los unos y de los otros me siento orgulloso, a los primeros agradecido y reconfortado por tan generoso desvelo, de los segundos, expectante por quienes de forma tan espontánea han sido capaces de recoger un testigo del que se ha olvidado alguna generación precedente. Incluso hasta para una tercera que corrían entre las mesas sin tener muy claro aun si Gervasio Puerta era el cocinero que había hecho la apella, pero que se sentían ofendidos si les llamabas “republicanillos”. A todos ellos un saludo de reconocimiento.
¡¡¡SALUD Y REPUBLICA!!!