Trabajo: informal y/o formal – decente y/o indecente
Por Eduardo Camín*
El Tesauro (1) de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) define al trabajo como el conjunto de actividades humanas, remuneradas o no, que producen bienes o servicios en una economía, o que satisfacen las necesidades de una comunidad o proveen los medios de sustento necesarios para los individuos. El empleo es definido como «trabajo efectuado a cambio de pago (salario, sueldo, comisiones, propinas, pagos a destajo o pagos en especie)» sin importar la relación de dependencia (si es empleo dependiente-asalariado, o independiente-autoempleo).
Un informe de la OIT señala que más de 2.000 millones de personas ocupan un empleo informal
Desde los albores del derecho social y laboral, se reconoce el derecho al trabajo. Si bien a este se lo identifica con la labor dependiente, las enunciaciones de las constituciones nacionales desde las primeras de carácter social y en algunos casos prerrevolucionarios como las de México de 1917, Rusia de1918 y Alemania de 1919 pasando por el Tratado de Paz de Versalles de 1919 que fundó la Organización Internacional del Trabajo, (OIT) la declaración de Filadelfia de 1944, hasta los tratados y otros instrumentos internacionales de última generación, se manifiestan ampliamente respecto del “derecho al trabajo”, sin diferenciaciones.
Ello nos lleva a pensar, que se tiene consolidado en normas positivas y en definiciones conceptuales el derecho al trabajo, como un derecho fundamental o derecho humano laboral. El trabajo se ha transformado en una subjetividad indefinida de contradicciones dialécticas entre informales y formales, decente o indecente.
“Trabajo decente”, el nuevo travestismo del capital
En realidad, el trabajo decente promovido por la OIT viene de larga data e implica como elemento central generar suficientes puestos de trabajo para responder a las demandas de la población, pero también es un requisito indispensable que estos sean empleos productivos y de calidad, y que las trabajadoras y los trabajadores los ocupen en condiciones de libertad, igualdad, seguridad y dignidad humana.
El concepto de trabajo decente recoge las expectativas de la gente común. Sin dudas que el trabajo decente se ha convertido en un objetivo universal y es integrado en las más importantes declaraciones de derechos humanos, las Resoluciones de la ONU y los documentos finales de las principales conferencias, incluyendo el Artículo 23 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), la Cumbre Mundial sobre desarrollo social (1995), el Documento de la Cumbre mundial (2005), el segmento de alto nivel de ECOSOC (2006), la Segunda década de las Naciones Unidas para la erradicación de la pobreza (2008-2017), la Conferencia sobre el Desarrollo Sostenible (2011) y en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas (2015).
De esta forma, el trabajo decente sintetiza las aspiraciones de las personas durante su vida laboral. Significa la oportunidad de acceder a un empleo productivo que genere un ingreso justo, la seguridad en el lugar de trabajo y la protección social para todos, mejores perspectivas de desarrollo personal e integración social, libertad para que los individuos expresen sus opiniones, se organicen y participen en las decisiones que afectan sus vidas, y la igualdad de oportunidades y trato para todos, mujeres y hombres.
Tenemos el sentimiento que poco a poco el trabajo se ha transformado en una subjetividad indefinida de contradicciones dialécticas entre informales y formales, decente o indecente.
Desde el comienzo de la globalización, entre los círculos de poder, se iniciaron una serie de debates en las publicitadas teorías acerca del «fin del trabajo» y del «crecimiento sin empleo» basadas en extrapolaciones infundadas -en algunos casos- o espectaculares como la reducción del tamaño de empresas, que ignoran la creación compensatoria de empleo en otras empresas u otros sectores de la economía.
Es decir, la lógica del modelo económico neoliberal dominante ha impuesto una nueva configuración del trabajo en la que el desempleo y la precariedad son lo habitual, en la búsqueda de la rentabilidad. Desde esta perspectiva, el empleo se vuelve inestable, inseguro, a merced de las fluctuaciones del mercado, que es el que acaba decidiendo qué persona y en qué lugar trabajará o no hoy, en qué empresa, con qué horario, en qué puesto, por cuánto salario.
De esta forma se precariza el empleo y, con él, la vida de los trabajadores y por ende la de sus familias, tanto que cada vez es más difícil planificar el futuro. Los temores que impregnan estas teorías son comprensibles habida cuenta del deterioro prácticamente universal de las condiciones de trabajo, y de las proporciones que alcanzan las reducciones de personal.
Las sociedades industrializadas han venido girando desde el pleno empleo hasta la segregación estructural de contingentes laborales a los que somete a la movilidad y precariedad permanente y, por otro, en los países subdesarrollados, la informalidad y la marginalidad laboral posee una naturaleza igualmente orgánica y hasta, podría decirse, arquitectónica de la desigualdad e injusta distribución de ingresos.
Un reciente informe de la OIT señala que más de 2.000 millones de personas ocupan un empleo informal, gran parte de ellas en los países emergentes y los países en desarrollo. Es decir que la economía informal emplea más de 60 por ciento de la población activa en el mundo.
En este sentido el trabajo decente que se soslaya en las cumbres de los organismos multilaterales en Ginebra, cada día se parece más a la “flexiprecariedad”, a la fragmentación del mundo del trabajo ante las diversas y siempre cambiantes modalidades de empleo, con las constantes idas y vueltas del mercado.
Los debates no son inocentes y demuestran claramente que la conducción neoliberal de la economía usa la referencia a la globalización como argumento para deshacerse de las obligaciones sociales del capital, y así especula el neoliberalismo, con el razonamiento de que, como los estados compiten por los puestos de trabajo, hay que atraer la inversión con medidas que eliminen los llamados impedimentos para dicha inversión, entendiendo por tales los aspectos ecológicos, sindicales, sociales e impositivo.
El globalismo neoliberal no es más que una ideología del movimiento sin trabas del capital en su búsqueda de condiciones favorables a la rentabilidad. Trabaja con la advertencia convertida en amenaza, de que “podemos separarnos de las corrientes del capital”. Con tales argumentos pone sobre nuestras cabezas un escenario amenazador, y la amenaza no persigue otro fin que la imposición del primado de la economía. El neoliberalismo esgrime el carácter básico de la economía con tanto énfasis que el ser económico determina la conciencia social.
En poco tiempo nos hemos desecho de mucho. ¿Cuántas cosas importantes hemos perdido? Un sujeto definido ha sido remplazado por una subjetividad indefinible. El poder del proletariado ha sido remplazado por un antipoder indefinido. Esta clase de movimiento teórico a menudo se asocia con la desilusión, con el abandono de la idea de revolución a favor de la sofisticación teórica.
La expansión de las formas precarias de trabajo se ha transformado como un recurso de empresas y gobiernos. Se piensa, con base, que los fenómenos de externalización, segmentación, tercerización y subcontratación están asociados con la reducción de costos y consecuente disminución de umbrales de condiciones de trabajo y protección laboral. La flexibilización laboral se dirige precisamente a lograr ese objetivo.
Los empleadores favorecen el trabajo precario reduciendo a la vez, el plantel de trabajadores centrales y protegidos con convenios colectivos que garantizan condiciones de trabajo (salarios, jornada, licencias, etc.) más elevadas.
Conclusión
Esta clase de movimiento teórico a menudo se asocia con la desilusión, con el abandono de la idea de cambio, de revolución, a favor de la sofisticación teórica y el oportunismo. Nuestras sociedades se han ido configurando de tal manera que lo no-productivo, lo que no es útil para obtener beneficio en el menor tiempo posible, se desecha, se descarta.
En el actual contexto globalizador, el mundo se mueve alrededor de la “economía” del mercado: trabajo, política, sociedad, ocio, relaciones, la persona es un todo. Nada queda fuera del alcance del culto al dios dinero, que convierte todo en mercancía, incluidas las personas. Es una economía que destruye de esta forma toda noción de vida y pone sobre nuestras cabezas un escenario amenazador. Y la amenaza no persigue otro fin que la imposición del primado de la economía: éste escenario es la cotidianidad del mundo.
Sin embargo, nunca en la historia ha habido tanta riqueza acumulada como ahora. El problema del hambre es solucionable, al igual que la posibilidad de que todas las personas puedan vivir dignamente. Es un problema de equidad, de solidaridad y de justicia, que debe traducirse en prioridades políticas, económicas y sociales.
Necesitamos trabajo y sustento … y nos ofrecen empleo cada vez más precario, cada vez más indecente. Así, se niega en la práctica el derecho al trabajo. Los derechos laborales son un obstáculo para la rentabilidad; se estigmatiza la negociación colectiva, pues el objetivo es que el trabajador – y su familia – sea “flexible”, se adapte a las exigencias de la producción de los nuevos tiempos.
Este es el problema por resolver. Y no tiene solución viable razonando con la lógica del lucro, del dinero.
Han pasado 25 años desde que se acuñó el concepto de trabajo decente en el seno de la OIT, propuesto por Juan Somavía a la Organización en su primer informe como Director General de la misma, en 1999, y buscaba en ese momento dar respuesta al deterioro de los derechos de los trabajadores que se registró mundialmente durante la década de los noventa, como consecuencia del proceso de globalización, y a la necesidad de atender la dimensión social de este proceso.
Pero el trabajo sigue siendo indecente, para una gran mayoría de trabajadores. Es hora de que se diga dónde se dan las condiciones para el trabajo decente, en esta orgía neoliberal, más allá de la retórica de los organismos internacionales.
Notas
1.- El tesauro de la OIT es una compilación de más de 4.000 términos relacionados con el mundo del trabajo, en inglés, francés y español.
*.- Periodista uruguayo residente en Ginebra exmiembro de la Asociación de Corresponsales de Prensa de Naciones Unidas en Ginebra, CLAE
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