Tras la cortina de Europa

Tras la cortina de Europa

Admiro a las personas que no han perdido la capacidad de alejarse lo suficiente de la realidad impuesta para atisbar la otra realidad, la más real, la que se nos oculta gracias a la perfeccionada artimaña de la manipulación. Entre esas personas que no temen virar la brújula, supuestamente única, que el poder y el capital sitúan como regalo valiosísimo en nuestras manos para que no nos desviemos del camino, está Marina Garcés. Busco sus palabras y las leo, más de una vez. A veces duelen las cadenas de frases y las afirmaciones, argumentadas, con las que se adentra en las entrañas de la mentira colectiva que es vivir una realidad impuesta, fabricada a conciencia para el bien de unos sobre la miseria de otros. Garcés teje pensamientos sin miedo, o con el mínimo miedo –que al fin y al cabo, en este estado de excepción de no libertad y no derechos sutilmente maquillado que es el hoy, ya es mucho- y logra dejarlos caer, huyendo del dogma y la categorización, en el centro de lo que un día fue el paisaje donde habitó la consciencia y la conciencia colectiva. Hoy, a propósito de la farsa global de las elecciones europeas, he vuelto a buscar sus ideas, esperando el impacto de conceptos, pruebas y razones para que mi empeño por mantenerme despierta no aminore su fuerza. Esgrime una frase tajante e impregnada de verdad: “El individuo no existe sin sus relaciones y sus relaciones no vienen después, son lo que nos compone. Es desde ahí donde yo digo: ya estamos implicados. Lo que pasa es que vivimos negando esa implicación, construyendo una ficción de autosuficiencia. Y entonces, claro, la colectividad es un problema.”

Nos han engañado, el poder y su ego travestido, la economía, de muchas formas. En lo obvio y en lo más sutil: hoy se desprecintaban urnas y se van a abrir sobres que, si hubiésemos sido capaces de esquivar la manipulación del poder, sabríamos interpretar como signos inequívocos de un inmenso engaño. El poder le ha dado la vuelta, interesada y retorcidamente, a las cosas, hasta el punto de orquestar perfomances periódicas y representaciones colectivas que no son sino una trampa, ideológica y vital, en la que como ratones en una ratonera hemos caído desde hace mucho tiempo: Europa. Nos han entretenido y despistado de la realidad, con referéndums, elecciones, creaciones de organismos donde dormitan políticos de sueldos desorbitados, campañas de concienciación en las que intervienen gabinetes y empresas tentáculo de multinacionales y bancos donde ocupan sillones de comité ejecutivo los que falsean la justificación de esa innecesaria concienciación. Nos han impuesto, haciéndonos creer que era un premio y un salvoconducto, una entelequia cuyo coste excede lo material: la mentira de Europa. Con ella, como Chomsky describió en muchos de sus lúcidos artículos, nos han impuesto una oportunidad más para que el poder y su gemelo abominable, hoy llamado eufemísticamente economía, controle nuestras vidas y nos entreguemos a él porque nos ha vendido que así es la única manera de que estemos a salvo (de un enemigo intangible que es el mismo poder). Nos han engañado hasta el punto de hacernos creer que debemos pagar, por adelantado, lo que debería constituir un derecho soberano: estar a salvo de las guerras y la intervención militar. Y nos lanzamos, impulsados por su mentira, a votar a favor o en contra de una alianza que nos defendería, supuestamente, de un peligro que no existía sino en las intenciones de la Europa de nombre y cargo que está detrás de esa otra Europa de outlet que nos llevan vendiendo desde hace demasiado tiempo.

Chomsky afirmaba que la soberanía no es un valor en sí misma sino en la medida en que relaciona la libertad y los derechos, ya sea potenciándolos o debilitándolos. La mentira de Europa nos hace creer que hemos de luchar por mantener una soberanía que no es sino el arma arrojadiza que permite justificar campañas militares, prevención de riesgos, control, control, aniquilamiento del somos plural que se debilita por el miedo a ser agredido por un enemigo invisible y, por ello, más temido, más dañino. Nos engañan, también tras la cortina de Europa, de lo global, de la necesidad de elegir. Nos hacen creer que somos participantes en esa mentira, pero somos meros espectadores, cada vez con más hambre y menos derechos, a los que únicamente se les da oportunidades periódicas, ornamentadas con banderitas de colores e himnos irracionales, en las que se supone que podemos elegir a nuestros RESPONSABLES, que no son más que, en realidad, los responsables del PODER PRIVADO. Y ahí nos tienen, entretenidos con rondas de un licor de ínfima calidad: ésta la paga Europa; ésta las municipales; ésta Bruselas; esta…Borrachos de una Europa de quita y pon que se pasea presumida diciéndoles a los países rebeldes que deben pensarse si entran en su casa de meretrices o se quedan fuera. Marina Garcés, una vez más, nos lanza la idea como estímulo para que no cerremos los ojos. Deberíamos darnos cuenta. Más allá de esta farsa de urnas y recuentos está lo que ella describe: Nos están entreteniendo, despistándonos de la realidad: ya somos Europa, ya no deberíamos vivir socialmente negando esa implicación que tenemos los unos con los otros, construyendo esa ficción de autosuficiencia que nos hace erigir fronteras y concertinas. Al poder no le interesa que lo percibamos. Si lo hacemos, construimos una colectividad y lo colectivo es peligroso, un problema que no pueden permitirse. Nos entretienen haciéndonos creer que hemos de tomar decisiones cuando lo que deberíamos exigir ya es que su empeño no sea construir Europa, cómo se construye, cómo se organiza la arquitectura de la evasión y la acumulación de riqueza sino cómo SE GESTIONA ESTA PLURALIDAD QUE YA SOMOS. Pero en eso no van a perder ni un minuto, NO LE ES RENTABLE AL PODER. Nos han engañado, pero podemos empezar a creer que PODEMO.

* La Mosca Roja

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