Tridente
Francisco Cabanillas. LQSomos. Febrero 2015
Terminó la tormenta.
Pero el silencio es otro.
Pablo Neruda
¿Quieren la sombra de mi sombra,
donde no quede ni una estrella?
Julia de Burgos
I. “Ahora que no te pido lo que me das.” Ahora que la gente, celular en mano, ventea sus asuntos privados en público, la Corporatocracia espía a cada uno de sus ciudadanos; pero sobre todo, los graba en una supercomputadora. Un monstruo con espacio para todos, no solo los usamericanos, y para todo, absolutamente todo, lo que se transmite en forma digital en el mundo cibernético transnacional, dominado hasta ahora por Estados Unidos. Localizado en Utah, bajo la tutela de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), este centro de espionaje sin parangón no es sino una materialización de la distopía usamericana, Democracia S. A. (2008), que el filósofo estadounidense Sheldon Wolin describe como “el fantasma del totalitarismo invertido” (no se trata de la tiranía de un loco como Hitler, sino de la de la anonimia corporativa).
La pérdida de la privacidad, literalmente, la desnudez, se plantea, desde el Poder, como una realidad inevitable del avance tecnológico en pro de la seguridad ciudadana y estatal. Todo es información; “el mundo es plano,” dicen. Todo está interconectado. Para la administración de Obama, el que se opone al progreso, sobre todo si es periodista, merece la cárcel. La biopolítica queda atrapada en la metadata que deja al transitar por el ciberespacio. Eyección que al caer se transforma en oro para los espías de la Corporatocracia, que no le quitan el ojo a los estadounidenses (los más espiados del mundo).
Efecto necesario. Desde su silla de ruedas digitalizada, Steven Hawkins, cosmólogo y teórico físico, se siente preocupado por las relaciones de poder que se dan entre la inteligencia artificial y la biopolítica; le parece que, de seguir como van hasta ahora, la artificial puede terminar imponiéndose a la biológica.
¿Atenta la tecnología neoliberal, digamos, el teléfono celular, contra la materialidad del cuerpo? En un sentido biológico, como es sabido, científicos e investigadores han levantado sospechas sobre el campo magnético que genera el celular y su relación con el cáncer; los resultados están por verse. Sin embargo, a nadie extrañaría que se demostrara causalidad. ¿Quién no se lo sospecha? Algo parecido, pero con más contundencia, se plantea respecto de los productos transgénicos, cuya relación con la biología es de total dominación: el “organismo genéticamente modificado” siempre gana. Además, su triunfo es irreversible.
En un sentido poético, la relación entre el celular y la materialidad del cuerpo ha sido menos estudiada, aunque bastante comentada. Sin embargo, sabemos que el paisaje metropolitano transnacional no es el mismo del que existía antes de los 90; pues está atravesado por la ubicuidad de la intensidad simbiótica que se da entre el celular y el cuerpo. Relación que, como dijo un ingeniero electrónico, no cesará hasta que el celular se inscriba dentro del cuerpo. Lo contrario, una biología desconectada, resulta anacrónico.
Lo poético: desmaterialización. Desde el celular, el cuerpo desaparece simbólicamente del espacio —por ejemplo, una clase, una charla— donde esa materialidad no quiere estar. Fuga. Inmediatamente, la mano busca el celular y el pulgar baja y sube la información que, desde la lectura, transporta al cuerpo fuera del lugar. Distancia. La persona deja de estar donde estaba. Se ha ido. Aunque parezca que está, se esfuma, seducida por lo que lee de arriba para abajo en la pantalla, algo que a su vez, desde otra mirada, lo espía. Inmaterialidad del cuerpo ido: venganza de Platón. Triunfa el mundo de las ideas.
II. Ya que me diste lo que no te pedí. Snowden: por un segundo, veámoslo como una zona gris. ¿Héroe o villano? Neblina. Heraldo negro del fin de la privacidad. Un malo que se hizo bueno cuando se dio cuenta de que era parte de la maldad. Espía que se descubrió espiado. Cuerpo de la conciencia imperial que se sacrifica por el bien de la ciudadanía democrática. ¿Un tipo excepcional? ¿Cara de la esperanza ciudadana frente al totalitarismo invertido? ¿Vestigio de una moral constitucionalista, en vías de acelerada extinción? ¿Ficha de un ajedrez —como diría James Corbett— a tres dimensiones? ¿David contra Goliat?
En una entrevista, Snowden dice sobre uno de sus antiguos empleadores, la National Security Agency, NSA, que son los únicos que no se dan cuenta de que él, Snowden, continúa trabajando por la seguridad del estado. ¿No parece el libreto de un romance nacional? Desde Usamérica, los criminales con corbata, como el Secretario de Estado, John Kerry, lo retan: le dicen a Snowden que si tanto quiere al país y cree en él, que se entregue a la justicia. Claramente, los que pueden decidir sobre el futuro de Snowden, quieren que se quede en Rusia. ¿Para que serviría en Ecuador?
En 2015, Snowden es otro escándalo normalizado. A la prensa corporativa no le interesa hablar más del caso. La pérdida de la privacidad se da por sentada; nadie se alarma por la suspensión del habeas corpus, ni siquiera el presidente, un abogado constitucional. La consigna de la Corporatocracia es clave: “Business as usual.”
Por un segundo, el efecto Snowden parece irreal. ¿Qué es lo que no sabemos?
III. Silencio. Para ser la catástrofe que fue en Estados Unidos, la del 11 de septiembre de 2001 parece hoy —vivo en el norte de Ohio— algo remoto, distanciado de la memoria colectiva, cada vez más fabricada por la Corporatocracia que se ha quedado con el estado, sobre todo a partir del 11 de septiembre, cuando la Ley Patriota, también llamada “ley fascista,” legitima con rapidez la irrupción descomunal del estado policial usamericano, el 26 de octubre de 2001.
Los medios corporativos no se acuerdan del golpe de estado en Venezuela, en 2002; tampoco del comienzo de la guerra en Irak en 2003, ni del segundo secuestro del presidente haitiano, Jean Bertrand Aristid, en 2004. ¿Se acuerdan del fracaso del ALCA en 2005? ¿Del Plan Mérida en 2006? Del colapso de Wall Street en 2008? ¿Del golpe de estado en Honduras en 2009? ¿Del intento de magnicidio en Ecuador en 2010? ¿De Occupy Wall Street en septiembre de 2011? ¿Del golpe de estado en Paraguay en 2012? ¿Del atentado contra el avión de Evo Morales, según Estados Unidos, por llevar escondido a Snowden, en 2013? ¿De la guerra económica contra Venezuela en 2014? “Estados Unidos de Amnesia” (Gore Vidal).
Por eso, en algunos medios alternativos del ciberespacio en inglés, sobre todo entre los anarquistas, la consigna es no olvidar lo que la prensa corporativa deja de lado, como el propio 11 de septiembre; tema que evaden los “medios alternativos” oficiales, como Democracy Now de Amy Goodman y Juan González, subsidiados por capitales como el de George Soros. Tema que el más radical de los anarcosindicalistas de Estados Unidos, Noam Chomsky, da por terminado en la respuesta oficial del 911 Commission Report (2004): una propuesta —esta explicación oficial— a todas luces insostenible. Como plantea el ex luchador y ex gobernador de Minnesota, Jesse Ventura, la realidad de que 2 aviones tumben 3 edificios no tiene mucho sentido. En YouTube, podemos ver a Amy Goodman evadir la pregunta sobre el colapso gratuito del edificio número 7, tercero en caer el 11 de septiembre.
Nunca un edificio se había desplomado como se cayó el número 7: sin ton ni son, frente a los ojos del mundo, se vino abajo en caída libre, como si fuera una implosión. A pesar de la imposibilidad propuesta por su colapso —Chomsky ha dicho que siempre hay resultados imprevistos, hasta en la ciencia—; caída que, según Chris Hedges, tiene una dimensión cinematográfica (nos dieron gato por liebre); los medios corporativos han impuesto el silencio frente a la mentira oficial del 11 de septiembre. De esas cosas, dicen los que no se callan, Soros no quiere que Democracy Now hable.
¿Quién habla hoy de Snowden?
En el ciberespacio anarquista anglo, la gente alrededor de The Corbett Report arremete contra la comercialización que se ha llevado a cabo, ante los ojos del mundo, con la información que Snowden le pasó al periodista Glenn Greenwald. Por un lado, dicen: Greenwald y sus compañeros reporteros, Laura Poitras y Jeremy Scahill, se asocian con el magnate, nuevo-rico de eBay, Pierre Omidyar, en la creación de una súper publicación electrónica, The Intercept, la cual, según su dueño, se encargará de ventilar con seriedad lo que nadie se atreve a decir en la prensa corporativa. Para los muchachos de The Corbett Report, que descreen de la bondad del bolsillo de Omidyar y que le temen al apetito crematístico de Greenwald, esa fusión entre el dinero y la prensa es un mal chiste. Mientras tanto, Greenwald transforma parte de la información de Snowden en este best seller: No Place to Hide: Eduard Snowden, the NSA, and the U.S. Surveillance State (2014).
Por otro lado, los muchachos de The Corbett Report se preguntan qué le pasa a Snowden; por qué ha dejado que Greenwald y Omidyar mercantilicen lo que para él (Snowden) ha sido desde el principio una cruzada ética contra la anticonstitucionalidad del espionaje usamericano. ¿Cómo es posible que Snowden deje que Greenwald transforme en poder y dinero algo que le costó a él (Snowden) su ciudadanía estadounidense?
Por un segundo, que el heroísmo de Snowden se parezca a la caída del edificio número 7, hace temblar.