Una trampa llamada “realismo socialista”
El “realismo socialista” comporta, en su lógica burocrática, la garantía de todos los fracasos. No sólo como “Arte”, a pesar incluso de la magnífica factura de algunos dibujantes, pintores, escritores… fracasa como proyecto cultural, didáctico y como plataforma de expresión colectiva o patrimonio simbólico.
Bien clara tenía Trotsky la importancia de fijar posición crítica contra eso que se dio en llamar “realismo socialista”. Y no tuvo vacilaciones: “El estilo de la pintura soviética es presentado como 'realismo socialista'. La definición sólo pudo haberla inventado un burócrata encargado de dirigir un departamento de Bellas Artes. El realismo consiste en imitar daguerrotipos provincianos del último cuarto de siglo pasado, y el estilo 'socialista' en utilizar trozos de fotografía retocada para representar sucesos que nunca han ocurrido. No se pueden leer sin repugnancia y horror los poemas y novelas, o ver pinturas y esculturas en los que funcionarios armados de plumas, pincel, o cincel, y vigilados por funcionarios armados de pistolas, glorifican a los 'grandes jefes geniales' en los que no hay una sola chispa de genio o de grandeza. El arte de la época de Stalin quedará como la expresión más notable de la más profunda decadencia de la revolución proletaria”. Se trata de un “realismo” irreal.
La trampa consiste en hacer pasar por “Arte” una simplificación panfletaria, burda y restrictiva, resultado de imponer a los artistas cuotas de producción dedicada a hermosear la ficción oficialista sobre un mundo burocrático perfecto. Muchos autores fueron extorsionados, perseguidos, torturados e incluso asesinados; no pocos fueron censurados sistemáticamente, ignorados o expulsados. Mientras duró la locura del “realismo socialista”, es decir, la mano de hierro que a punta de plomo y palos creaba realidades existentes sólo en el imaginario de los burócratas, reinó la estética de los controles oficiales, la belleza falsa de emociones acartonadas y la doctrina de la prohibición contra toda obra considerada, por el estalinismo, como poco fiel a evangelio de sus panfletos.
Pero la crítica al “realismo socialista” no implica negación del realismo (mejor dicho de los realismos) y mucho menos del socialismo. El realismo, incluso con los muchos debates que suscita, y los muy diversos planos de trabajo que ofrece, no puede ser confundido ni incluido groseramente en la crítica del “Realismo Socialista”, éste segundo correspondiente a un periodo concreto y al uso concreto que le dio la burocracia estalinista.
León Trotsky y André Bretón, en el “Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente” ratifican la crítica radical contra el arte burocratizado. En ese Manifiesto se destacan y asumen como tarea inexcusable las indisolubles relaciones entre el arte y la política, los dilemas y resoluciones necesarios respecto al problema del artista y su compromiso y en ello la inalienable libertad relativa que debe garantizarse para a la producción artística. De ninguna manera la esclavitud del Arte bajo las reglas de la propaganda. Todas estas consideraciones fueron eliminadas por el “realismo socialista” a cambio de un arte de propaganda (con calidad incluso siempre dudosa) restringida a los límites paupérrimos de las ideas miserables del estalinismo.
El “realismo socialista” comporta en su lógica burocrática la garantía de todos los fracasos. No sólo como “Arte”, a pesar incluso de la magnífica factura de algunos dibujantes, pintores, escritores… fracasa como proyecto cultural, didáctico y como plataforma de expresión colectiva o patrimonio simbólico.
No basta con criticar el proyecto ideológico del estalinismo disfrazado de “arte”, el impacto relativo que el “Realismo Socialista”“realismo socialista” basado en recrear episodios falaces de “armonía” y “perfección”, de heroicidad impostada y de redenciones paternalistas… sólo produjo monotonía y tedio que son un cachetazo costosísimo contra la historia de la expresión artística.
Todavía la humanidad espera que el arte la sorprenda, todavía la idea del Arte alberga expectativas de cosas buenas y mejores. Todavía muchos artistas, no obstante la crisis del capitalismo y sus estragos en la producción artística, se esmeran en identificar, mayormente, aportes estéticos, con forma y contenido, hacia experiencias intensas y sensibles capaces de revelar estadios nuevos de la conciencia. Todavía la idea del Arte anima a la esperanza por una nueva sociedad y una humanidad emancipada. El Arte tiene riquezas que, sin negar la historia, van más allá del momento en que surge. El Arte no puede dejar de reflejar las condiciones históricas en que se gesta mientras pone de manifiesto, como el arte griego, el sentido de ascenso dialéctico de una especie que ha descubierto y dignifica su sentido de lo universal. Como la poesía misma.
* Publicado en Argentina “El Militante”