Verdades, mentiras y estadísticas

Verdades, mentiras y estadísticas

Por Nònimo Lustre. LQSomos.

Reza la Catequesis Nacional que la función primordial del Estado es redistribuir la riqueza común. Otros cogitamos que no, que su función principal y casi exclusiva es el monopolio de la violencia. Mientras discutimos estas dos versiones, nos llegan unas estadísticas que nos ilustran sobre la riqueza acumulada por algunos Estados. Pero ni palabra sobre cómo la redistribuye –ni, con más motivos político-estatales, ‘nene caca’, sobre su monopolística violencia.

En fin, mil veces se ha repetido que “hay verdades, mentiras… y estadísticas”. A nuestro leal saber y entender, las siguientes tres estadísticas no son ni verdad ni mentira. Sólo se las puede examinar comenzando desde sus raíces, unas triquiñuelas que anidan más allá –o más acá- de su cocina. Habría que investigar quiénes las propalan –¿organismos gubernamentales o privados?-, quién financia a esos organismos, qué propósitos buscan, aunque sean coyunturales, etc. Luego habría que dilucidar cómo se han hecho los cálculos, etc. Pero, sobre todo, investigaríamos qué entienden por riqueza –y no nos vale decir que el dinero es fácilmente mensurable porque, simplemente, no lo es. El dinero se manifiesta en mil formas, desde acciones bursátiles hasta bonos y desde tasas hasta la ausencia de tasas. Por ello, la segunda parte de esta nota está dedicada a saber qué entendemos por riqueza.

Cuando enumera a Qatar, Brunei y San Marino como algunos de los ciudadanos más opulentos del mundo, ¿incluye a los esclavos de Qatar, a los parias de Brunei y a los marginados de San Marino?¡Vaya!, Ahora los más opulentos son los monegascos (¿incluyendo a Corinna Larsen?) y los residentes en otros paraísos fiscales como Liechtenstein y Luxemburgo.La más falsa de las estadísticas. Por colores: herencia, emprendimientos empresariales, ejecutivos, conexiones políticas [en España, la menos importante de las causas acaparadoras] y finanzas. Fuera del frenopático y de los cenáculos neofranquistas, ¿existe algún español/a que vea verosímiles estos porcentajes?

Da igual que estas tablas se pixelen si se les amplía. De hacerlo, lo único que obtendríamos sería un aluvión de datos confusos arbitrariamente seleccionados y cocinados. No merece el esfuerzo. Dejemos a los estadísticos que se entretengan con sus juguetes.

Riquezas ¿en común?

Los abajo firmantes, ¿somos ricos? La respuesta es automática: si respiramos buen aire y si tenemos silencio, lo somos. Al menos, somos incomparablemente más ricos que los citadinos porque, en todas las grandes ciudades, la contaminación es aplastante y el ruido, literalmente ensordecedor. La siguiente cuestión es averiguar qué parte (alícuota sería lo ideal) de la riqueza común o Commonwealth nos corresponde y, por supuesto, si nos llega y si tenemos posibilidad de disfrutarla. Llegados a este punto, las estadísticas “no saben / no contestan”. Ya es mala suerte porque es un dato importante a partir del cual salta a la vista si nuestra sociedad es igualitaria o es desigual –aristocrática podríamos decir. Cuando solventemos estas etapas, veremos que son necesariamente incompletas y que tendremos serias dificultades para pasar al corolario, a saber: seremos ricos y la commonwealth quizá sea justa –no tenemos estadísticas para verlo- pero, incluso en este mejor de los casos, ¿tenemos libertad? Pregunta imposible de contestar a menos que queramos desandar el itinerario antes cumplido. Pero, esta vez, no discurriendo por caminos más o menos objetivos –mensurables- sino por andurriales subjetivos que dejamos para otras ciencias sociales.

A partir de aquí, seguiremos –casi al pie de la letra-, el reciente libro de Graeber & Wengrow (GW; cf. infra, ficha bibliográfica), un libro que recomendamos al díscolo que no comulga con la historia evolutiva oficial –ya saben, de cazadores-recolectores a agricultores, luego urbanitas y, finalmente, súbditos de algún Estado. De esta joya, nos centraremos en los párrafos que dedica a un pueblo, un área y un tiempo concretos: los indígenas Wendat (rama de los Iroqueses) en el Canadá franco-inglés del siglo XVIII.

GW nos cuentan con humor y rigor cómo el pensamiento político de los Wendat influyó decisivamente en los mejores pensadores europeos –sin que éstos les reconocieran ni sus méritos ni siquiera sus nombres. Por este insólito delito de plagio intelectual, han tenido que pasar varios siglos hasta que una reducida cohorte de competentes occidentales, tras mantener viva la llama del saber wendat, haya culminado en sabios como GW que ahora ‘exhuman’ con respeto las glorias políticas amerindias.

Cacique huron con wampun

Según el semi-cronista Lallemant, citado por GW, los portavoces wendat –generalmente tergiversados como chiefs o como captains cuando los Wendat no toleraban ni jefes ni capitanes-, preguntaban a diario a sus parientes qué necesitaban. Aquellos que podían ofertar, lo hacían por voluntad propia, sin que se sintieran obligados. Sin embargo, los ‘ricos’ competían entre ellos para ofertar sus riquezas sin otro interés que el de aumentar su gloria.

¿Y, cuál era el símbolo de su opulencia?: los wampum (cinto o cinturón de mostacilla fabricada a partir de la chirla americana o quahog clam, Mercenaria mercenaria) o cualquier otro tesoro de los que sólo existían por razones políticas.

Los ‘ricos’ Wendat guardaban los wampum para regalarlos en señaladas ocasiones –como hacían hasta hace poco los amerindios de la Costa Noroeste en la ceremonia del potlatch, famosa en la literatura etnográfica. Es imprescindible señalar que ni los wampun ni tampoco la tierra o sus productos podían transformarse en Poder, si por Poder entendemos la facultad para violentar a otros a cumplir las órdenes de los mandones. Como mucho, una astuta y/o eficaz estrategia de distribución de la ‘riqueza’ podía ayudar a que el dadivoso tuviera algo más de ascendiente político.

Huelga añadir que, para los Jesuitas –fuente de información tan básica como engañosa-, esta real ausencia de Poder era escandalosa y pecaminosa. Y hasta hereje porque iba contra la Fe cristiana, esa aberración político-lógica que se fundamenta en la sumisión incondicional ante un Poder desconocido para nuestros sentidos, ante una ley no terrenal sino divina -i.e., estratosférica- y, especialmente, ajena por completo a la Naturaleza. Por no añadir que esa fé era contraria a las leyes amerindias e incluso a sus costumbres cotidianas, incluyendo sus reglas de parentesco. Para colmo, la intrínseca misoginia jesuítica se horrorizaba ante el hecho evidente de que la mujer –la wendat en particular y la amerindia en general-, controlaba su cuerpo, su hipotético divorcio y, por supuesto, las solteras eran sexualmente libérrimas.

En definitiva, los misioneros no sabían cómo traducir al idioma wendat términos como Señor, Mandamiento u Obediencia. Solución: empezar su catequesis desde muy atrás, desde que los salvajes aprendieran a convertir sus riquezas en Poder. Una vez lograron eliminar esa perniciosa herejía de que las diferencias en riqueza no incidieran en la libertad individual, el abismo estaba abierto. Al fin, la abundancia personal podía traducirse en Poder… sobre las personas (cf. David Graeber y David Wengrow. 2021. The dawn of everything. A New History of Humanity; Allen Lane, Great Britain. ISBN: 978-0-241-40245-0 (pdf disponible en https://b-ok.xyz/book/17581336/9b60be) (Ariel ha publicado una traducción al castellano que no hemos consultado; en internet se encuentra otra traducción cuya referencia cibernética no incluimos porque no es mala sino pésima)

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