Vivir sin libertad en el “mundo libre”

Vivir sin libertad en el “mundo libre”

Por Adrián Claudio Bonache

En la vida cotidiana nos enfrentamos a discursos de odio, manipulación, oportunismo, populismo y todo tipo de mensajes que perpetúan y normalizan los estereotipos y la discriminación

Estos discursos son adoptados por las instituciones y representados por las ideologías de diferentes partidos políticos, o en otras palabras, las estructuras de poder crean y expanden determinados mensajes que atentan contra los derechos de las personas en situación de vulnerabilidad. En este sentido, la película titulada Flee, basada en hechos reales, es una magnífica obra cinematográfica para hacer frente a los prejuicios sociales y políticos, así como para mostrar los obstáculos a los que se enfrentan las personas en situación de refugiados. En ella se refleja la historia de vida de Amin, un refugiado afgano que, junto a su familia, tuvo que huir hacia Europa. Indaga en temas esenciales a los que, en muchas ocasiones, desde el eurocentrismo no se les otorga la atención ni importancia que merecen.

Construcción de comunidad y realidad material

El primer mensaje principal es el concepto de hogar; un concepto que va mucho más allá de la estructura de una vivienda. Incluso más allá de las necesidades y los derechos que se deben garantizar para calificar como digna una vivienda. Se trata de la idea de seguridad en un lugar del que una persona no se tiene que marchar. Así, el concepto de hogar está relacionado con el sentimiento de pertenencia a una comunidad. Existen muchos ejemplos para demostrar esta idea, aunque en la actualidad Gaza es uno de los escenarios que mejor lo refleja. Vemos la destrucción, la muerte, la escasez de recursos y la miseria, es decir, lo que podemos percibir directamente a través de material gráfico; sin embargo, el genocidio israelí también está azotando en un aspecto sentimental como es, por ejemplo, la unión, la comunidad o la esencia de barrio. Esta pérdida sentimental, que no suele entenderse como uno de los principales motivos para alcanzar una resolución o regulación de conflictos, jamás podrá ser reconstruida.

A pesar de las consecuencias que pueden surgir para cualquier persona tras abandonar su hogar, el peligro no termina al llegar a un nuevo destino. Las amenazas de deportación, la corrupción institucional, la inseguridad, el tráfico de personas o la explotación laboral son algunos de los diferentes tipos de violencia que están a la orden del día y que implican la ausencia de libertad. Incluso los niños inmigrantes y refugiados sufren violencia, como exclusión social o acoso escolar. Y esto continúa sucediendo mientras la sociedad occidental se enorgullece de estar totalmente implicada con el progreso, la democracia y el cumplimiento de los derechos humanos. Pero la realidad refleja una situación bastante diferente, y es que desde ciertos sectores de la sociedad y desde el escenario político se deshumaniza a los inmigrantes y refugiados, se les despoja de cualquier tipo de derecho o se les atribuye una imagen que no es real (como un perfil violento y delictivo).

No importa que su alternativa sea vivir en asentamientos chabolistas, que sean explotados laboralmente cobrando dos euros la hora o que las mujeres sean obligadas a prostituirse, ya que para los defensores de las posturas extremadamente racistas estas personas ni siquiera son sujetos de derecho. Unas posturas que se están extendiendo por toda Europa durante los últimos años y que, en España, ya se posiciona como tercera (e incluso segunda) fuerza política. De esta forma se imponen las características del Estado liberal, el cual apuesta por la libertad individual y se sustenta en la nacionalidad como uno de los principales factores que determinan a los ciudadanos Es por esto por lo que el Estado liberal fomenta la desigualdad y la injusticia social.

Pérdida de identidad

La globalización ha tenido un importante impacto en los derechos humanos. Aunque es cierto que en la teoría existe un reconocimiento de la diversidad, también existe una homogeneización cultural, lo que choca directamente con esa aceptación de la diversidad. Lo podemos observar claramente en nuestros modos de vida al aceptar las mismas normas de relación, consumo, discusión, aprendizaje… Asimismo, se puede extrapolar a las relaciones entre diversas culturas. En este sentido, la globalización origina más enfrentamientos de los que evita; por ejemplo, la Organización de las Naciones Unidas desarrolló en 2007 un programa llamado Alianza de Civilizaciones con el fin de acercar posturas entre Occidente y Oriente (y más concretamente entre Occidente y el mundo árabe), pero no logró un gran recorrido.

Cuando no se alcanza una cooperación a nivel internacional, la alternativa más sencilla se centra en buscar el interés propio a través de las personas más vulnerables. La película Flee, mencionada anteriormente, expone esta imposición a través de la historia de vida de Amin, ya que cuando fue utilizado para el tráfico de personas se vio obligado a memorizar una historia ficticia de su vida para evitar ser deportado. Tuvo que convivir durante años con una versión falsa de su vida, la cual terminó creyendo en algunas ocasiones que era real. Dejó de ser él mismo para convertirse en un joven que ni siquiera reconocía. ¿Pero qué relación tiene una experiencia personal con los efectos de la globalización? Quizá sea conveniente comenzar a verlo desde otra perspectiva y considerar que, como cualquier medida, las políticas migratorias y la crueldad burocrática respecto a las peticiones de asilo están perfectamente estudiadas por las potencias occidentales. Y tal vez forme parte del pulso entre Occidente y Oriente para demostrar hasta dónde está dispuesto a llegar cada bloque para convertirse en la sociedad que logre la tan ansiada homogeneización cultural en cualquier espacio.

Derechos de la infancia

Muchas de las personas inmigrantes y refugiadas son menores de edad, pero no siempre se tienen presentes los derechos de la infancia a la hora de abordar las dificultades a las que se exponen en los procesos migratorios. De hecho, estos derechos comienzan siendo directamente vulnerados en sus países de origen, donde se exponen a un peligro por diferentes razones (conflictos bélicos, persecución institucional, violencia estructural, extrema pobreza…)

Refugiados en la alambrada de la UE

Entendemos como parte de la infancia a aquellas personas que dependen de los padres o tutores legales y que necesitan espacios libres de violencia para la formación de su personalidad, construcción de relaciones sociales y el desarrollo de sus virtudes. Es por esto por lo que, dentro de los derechos de la infancia, se encuentran factores fundamentales como la familia, la dignidad, el acceso a la información y a la educación. Sin embargo, muchos de los menores que huyen de sus países no gozan de estos derechos ni siquiera cuando llegan a Europa, pues se ven envueltos en una serie de obstáculos y peligros como, por ejemplo, el tráfico de personas o los prejuicios sociales.

En algunas ocasiones, estos menores no llegan acompañados, por lo que se encuentran solos en un país desconocido sin saber las costumbres o el idioma. Otras veces, cuando llegan con su familia, deben asumir la responsabilidad de cuidar de sus padres, como en el caso de Amin, quien no tenía otra alternativa que no fuese hacer frente a sus miedos y a los de su madre cuando se adentraron en el mar para llegar a un lugar seguro. Todo esto sin tener la más mínima garantía de llegar sano y salvo a su nuevo destino. Y, en definitiva, este tipo de situaciones y responsabilidades tremendamente injustas jamás deberían corresponderle a un menor.

Imagen de portada: Refugiados afganos huyendo del país. Fuente: Monitor de Oriente

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