Yin y Yang

Como eclesiástico o lego que goza en encomienda, Bordón se acerca a un centro de masaje tradicional tailandés, no sin antes responder a una estudiante de Salamanca que le preguntaba cómo vendería mucho, y se pagaría mejor los estudios y los caprichos de su vida; él le dijo que con una relación de teléfonos y correos que la iba a dar le sucedería lo que deseaba, y le dio escritas estas palabras en un papel doblado: “Puta estudiante, hazte barato, y venderás mas de cuatro”. Ella lo agradeció y, visto lo visto, desde hace tiempo perseveran las estudiantes en el consejo con provecho, al menos las de Salamanca.
 
Bordón va al centro de masaje más cercano, él,  que es casado con una mujer amancebada, a estirar su Yin con aceites naturales y pendas herbales calentadas al vapor, aparentando lo que no es.
Como quien planta un árbol se pone sobre la camilla en línea recta, su lechetrezna en comedio o centro de algún sitio, toda vez que deja la inflexión que toman algunos cuerpos cuando se encorvan por causa de la lucha interior del ánimo, lucha de pasiones que son beneficiadas con otras, como pasa en la misma iglesia, en las cuadras y corrales, o espacios descubiertos en que la manceba del casado, o Yang,  se abraza al amancebado con casada, o Yin, sobre vasija en que se pone de comer a las aves.
 
Sobre este alboroto es el coloquio de la gallina y el gallo, en paraje, pandero, papalote, volantín, barrilete, comida y rama y capote que sustente y abrigue al pollo y no le sobre, como cuando el cura entra en la casa, y el gallo se alborota, alea y cloquea, como entendiendo la gallina a lo que viene, estando ya comidos a las tres de la tarde.
 
Yang tiene más conchas que un galápago. Yin se introduce en la concha o casilla donde se coloca el apuntador en el teatro.
 
Se les oye:
 
Yin: -Clo clo
 
Yang: -Me hago pi pi.
 

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