“Yo llegaré a mi destino con este pueblo de héroes”
Por Daniel Alberto Chiarenza*
“Buenos Aires pacta con el virrey y retira las tropas que sitiaban Montevideo. José Artigas se niega a cumplir el armisticio, que devuelve su tierra a los españoles, y jura que continuará la guerra aunque sea con los dientes, con las uñas.”
19 de noviembre de 1811: iniciación del éxodo oriental. Artigas y su pueblo.
“Emigra el caudillo hacia el norte, a organizar el ejército de la independencia, y un pueblo disperso se une y nace en su huella. La hueste andariega junta gauchos montaraces, peones y labriegos, estancieros patriotas. Al norte marchan mujeres que curan heridos o empuñan la lanza y frailes que van bautizando, a lo largo de la marcha, soldados recién nacidos. Eligen la intemperie los bien abrigados y el peligro los tranquilos. Marchan al norte maestros de letras y maestros del cuchillo, doctores de palabra fácil y cavilosos matreros que deben alguna muerte. Marchan sacamuelas y manosantas, desertores de barcos y fortines, esclavos fugados. Los indios queman sus tolderías y se agregan con flechas y boleadoras.
“Al norte va la larga caravana de carretas y caballos y gentes de a pie. A su paso se despueble, queriendo patria, la tierra que se llamará Uruguay. Ella misma se va con sus hijos, se va en ellos, y atrás no queda nada. Ni siquiera ceniza, ni siquiera silencio. Eduardo Galeano: Memoria del fuego. II. Las caras y las máscaras. Buenos Aires, Siglo XXI, 1991.
El nuevo “virrey del Río de la Plata” (cargo que le había sido otorgado únicamente por la discutible, polémica, –tal vez por ser la única en pie- Junta de Galicia, Francisco Javier de Elío se encontraba acosado por Rondeau, por el artiguismo de la campaña y además, del hostigamiento desde Buenos Aires, por lo cual su destino era muy incierto. Sin embargo, el absolutismo encuentra todavía la posibilidad de sobrevivir. Elío –desesperado al quedar reducida su acción a Montevideo, con revolucionarios a su frente y espalda- pacta una alianza con los portugueses para que éstos ingresen a la campaña oriental y acometan contra las fuerzas artiguistas. Pero, al mismo tiempo, ocurre otro suceso contrarrevolucionario: en Buenos Aires “la gente de peso y de pesos” asume el gobierno, a través del Primer Triunvirato. A ellos no les interesa la Revolución, sino los negocios, el libre comercio, el mercado.
El 20 de octubre se concluyó en el fuerte de Montevideo entre José Julián Pérez –enviado por el Triunvirato de Buenos Aires-, José Acevedo y Antonio Garfias, en representación del absolutista Elío, el Tratado que ponía fin a la guerra, y repetía -y agravaba- los “preliminares” levantando el Sitio de Montevideo, comprometiéndose a retirar todas las fuerzas de la Banda Oriental, reconociéndole al jefe absolutista, en toda ella y en parte de Entre Ríos, su autoridad, deja a Artigas librado a sus propias fuerzas.
El convenio fue inmediatamente ratificado por Elío, y tres días después por el gobierno de Buenos Aires. Había concluido la Revolución empezada en mayo de 1810.
Desde la quinta de La Paraguaya hasta las márgenes del Ayuí, se cumple el éxodo de las familias orientales que los gauchos llamaron “la redota (es una deformación de la circunstancia histórica de la palabra derrota), por querer decir otra cosa”, dice el testigo Carlos Anaya. Artigas nombrado General en Jefe de los Orientales por sus convecinos, dirige la lentísima emigración de los habitantes de la Banda: blancos, indios, negros; hombres, mujeres y niños; sólo los viejos y los enfermos quedarán en la tierra desierta. La población “ha quedado reducida a menos de la quinta parte” dice el gobernante español. Se van con Artigas los vecinos de Montevideo expulsados por Elío, que no quisieron volver a la ciudad aceptando los términos deshonrosos de la capitulación. Entre ellos quienes figurarán en primera línea en la historia oriental: Joaquín Suárez, Barreyro, Bauzá, el padre Monterroso. Se suman las familias del norte que huyen del invasor portugués. La redota es la emigración de un pueblo entero. El 19 de noviembre desde el Perdido, Artigas escribe a Mariano Vega: “El gobierno de Buenos Aires abandona esta Banda a su opresor antiguo; pero ella enarbola a mis órdenes el estandarte conservador de la libertad. Síganme cuantos gusten, en la seguridad de que yo jamás cederé”; el 7 de diciembre desde las riberas del Dayman contesta a la junta de gobierno paraguaya que le ofrece su ayuda: “Yo llegaré a mi destino con este pueblo de héroes… nuestra suerte es idéntica a la de nuestros hermanos de esa provincia. Sea cual fuere la suerte de la Banda Oriental deberá trasmitirse hasta esa parte del norte de nuestra América… Pero puede V.S. contar con este gran resto de hombres libres para la consolidación futura de la obra que mueven los pasos de los seres que habitan el Mundo Nuevo”.
El éxodo oriental, mirado en un primer momento como una desobediencia a la paz con Elío, no tardará en levantar por todas partes una ola de admiración. La Gaceta (que ya no es periódico) llama espontáneamente general Artigas a su conductor, “cuya heroica resolución y sacrificios es digna de consideración y cuya memoria será tierna a los ojos de la posteridad”. El agente confidencial mandado al Ayuí por la Junta paraguaya informa a Asunción: “toda la costa del Uruguay está poblada de familias que salieron de Montevideo, unas bajo las carretas, otras bajo los árboles y todos a la inclemencia del tiempo; pero con tanta conformidad y gusto que causa admiración y da ejemplo”; el enviado de Buenos Aires, Nicolás de Vedia, dice sencillamente: “aquí está toda la Banda Oriental”.
“[Mientras tanto] el caudillo Güemes sostenía con sus gauchos en Salta el frente del norte de acuerdo con San Martín. Todas la preocupaciones de Buenos Aires consistían en aplastar a Artigas, el más grande caudillo popular de las Provincias Unidas, ‘Protector de los pueblos Libres’, quien exigía la lucha contra el portugués y la organización de la Nación”. Jorge Abelardo Ramos: Historia de la Nación Latinoamericana. Buenos Aires. Peña Lillo-Continente, 2011.
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