De repente librepensadoras

De repente librepensadoras

Juan Gabalaui*. LQS. Abril 2021

La singularidad de la época en que vivimos es que tener ideas fascistas o racistas ha dejado de provocar vergüenza. Se ha pasado de defender ciertas ideas en espacios minoritarios o personales a defenderlas abiertamente junto con una reivindicación de la libertad de pensamiento

Escribe Simona Levi que si una persona se niega a ser considerada fascista, está convencida de que el fascismo es algo malo. Hace años se decía que una de las características del nuevo racismo era la negación de esa condición. Es decir, aquellas personas que tenían discursos discriminatorios hacia personas inmigrantes negaban que fueran racistas y ponían el acento en supuestas características intrínsecas, que convertían a las inmigrantes en peligrosas para la convivencia y la sociedad. En psicología hay un concepto que define la necesidad de aprobación respondiendo de una forma culturalmente aceptada y que suele ser tenido en cuenta en la elaboración de tests psicológicos para que no se produzca un sesgo en las respuestas. Es la deseabilidad social. El fascismo y el racismo han sido condiciones rechazadas socialmente lo cual explica que determinadas personas respondieran que no son fascistas o racistas aunque sus comportamientos y pensamientos fueran coincidentes con estas ideologías. Esto no implica necesariamente que consideren que estas ideologías sean malas, como refiere Levi, sino que existe una consciencia de que la sociedad las considera inadecuadas y dañinas por lo que se adaptan para ajustarse a lo que la sociedad espera. Especialmente cuando se percibe que el interlocutor puede establecer juicios sobre quiénes son o sea un desconocido ante el que hay que mostrar una imagen que no genere rechazo. Aún así la negativa suele ser sobre la etiqueta y no sobre el contenido, de tal forma que se puede negar ser racista o fascista y desarrollar a su vez una opinión que se ajusta a lo que se considera fascismo o racismo. Esta contradicción se resuelve desde argumentos de experiencia. Este tipo de argumentos se basan en situaciones vividas a partir de las cuales podemos afirmar que sabemos más cosas que otras personas que no las hayan vivido. No es que sean racistas sino que sus argumentos se apoyan en vivencias y problemas personales que les hacen rechazar la inmigración o tener como vecina a una persona gitana.

La singularidad de la época en que vivimos es que tener ideas fascistas o racistas ha dejado de provocar vergüenza. Se ha pasado de defender ciertas ideas en espacios minoritarios o personales a defenderlas abiertamente junto con una reivindicación de la libertad de pensamiento y una crítica hacia el pensamiento único, buenista o mayoritario. Este proceso ha sido gradual, consiguiendo colonizar cada vez mayores espacios alentados por el acceso al poder de dirigentes políticos como el húngaro Viktor Orban o el italiano Matteo Salvini, que han naturalizado ideas que no hace mucho eran rechazadas, especialmente en relación a la inmigración. En el caso español la difusión mediática de determinadas ideas (anticomunismo, revisionismo histórico, planteamientos racistas, identitarismo, nacionalismo) en medios minoritarios, como Libertad Digital o El Toro TV, ha ido penetrando en poderosos medios de comunicación y programas en horario de máxima audiencia. Esta colonización ideológica ha favorecido que actualmente se defiendan abiertamente ideas racistas o de naturaleza fascista en un marco de interpretación basado en la libertad. Estas ideologías renuncian a su nombre mientras defienden sus ideas en nombre de la libertad. La defensa de estos planteamientos está reforzada por una mayor permisibilidad de un amplio sector de la sociedad lo cual los convierte en aceptables. Ya no necesitan compartir su pensamiento en pequeños círculos sino defenderlo de forma orgullosa ante cualquiera. Mis ideas son igualmente aceptables que las tuyas aunque puedan afectar a derechos humanos y civiles. Este fenómeno se ha desarrollado en un contexto de crisis económica, de gran incertidumbre y de retroceso en derechos sociales junto con una mayor desconfianza hacia la política profesional y sus partidos políticos que son considerados deshonestos y poco creíbles.

Levi habla de la inutilidad de las etiquetas y tiene razón. Las etiquetas no sirven para concienciar o modificar un comportamiento. Han conseguido trasladar el foco del ser al actuar. Ser tachada como fascista o racista no tiene ninguna implicación porque o bien es negado o bien es aceptado. Lo sustancial tiene que ver con que se ha naturalizado el comportamiento y el pensamiento de naturaleza fascista y racista y el cómo lo llamemos, las personas que asistimos incrédulas a este hecho, no tiene la más mínima importancia para aquellas personas que actúan y piensan de esa manera. Han conseguido resignificar sus planteamientos en términos de libertad. Se han convertido, de repente, en librepensadoras. Esta mirada sobre sí mismas les estimula. Han dejado de ser unas parias a elevarse sobre el común de los mortales y enfrentarse a la dictadura de lo políticamente correcto. Pueden defender que la Guardia Civil pegue tiros a las personas que se juegan la vida en el mar mediterráneo, o encarcelarlos, sin la mirada reprobadora de la sociedad. Ahora, incluso, se sienten respaldadas. No dejará de haber articulistas o tertulianas que les den argumentos para defender sus ideas. Este es un cambio cultural de especial relevancia puesto que empuja a la sociedad por caminos peligrosos que conducen a sistemas totalitarios donde los derechos fundamentales se difuminan. En este contexto son las generaciones más jóvenes las más vulnerables ya que crecen en una sociedad en la que determinadas ideas son validadas. Ideas que pueden aceptar y asimilar en su sistema de creencias. Ideas que atentan contra las libertades y los derechos fundamentales de las personas. Lo inconcebible es que el estado español, con la historia reciente relacionada con el fascismo y la dictadura, no se haya blindado frente a estas amenazas. Esta torpeza conlleva la existencia de un ambiente propicio para que, en determinadas circunstancias como las actuales, se vuelvan a desarrollar tales amenazas. Parece que nos olvidamos de la influencia de 40 años de dictadura y su contaminación ideológica.

Ignorar este contexto puede llevar a pensar lo que defiende Simona Levi: la gente realmente se ha resistido mucho a hacerse fascista. Como si hubiera habido una resistencia activa a que determinadas ideas colonicen sus mentes. A su vez coloca la responsabilidad en la izquierda por no ofrecer otras opciones y por sobrerreaccionar a todas las burradas que dicen. Es cierto que la izquierda política se encuentra inerme ante la ofensiva de la extrema derecha, con serias dificultades para construir una alternativa atractiva y creíble, y esto no ayuda a parar la propagación de sus ideas. Y también es cierto que está más ocupada en reaccionar que en llevar la delantera. Pero aún así no se puede responsabilizar exclusivamente a la izquierda de la irradiación de las ideas de naturaleza fascista. La ofensiva de la derecha económica, política y mediática, las particularidades históricas del estado español, el nacionalismo soterrado y la situación política internacional tienen una responsabilidad e influencia aún mayor. La gente no se ha resistido ni mucho ni poco. La gente vive en unas condiciones materiales y en un contexto sociopolítico en el que se ven expuestas a ideologías reaccionarias, antisociales y autoritarias, y una parte de la sociedad, la más proclive, las asimila y defiende. Con todo es necesario señalar que clasificar a todo el espectro de la derecha como fascista no ayuda a diseñar y concretar las respuestas y la acción que los enfrente. La derecha no solo es fascista. Hay una parte neoliberal y reaccionaria. Estas tres almas se tienen que identificar y reconocer. Mirar más allá de la etiqueta para desactivar sus posiciones antisociales.

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* El Kaleidoskopio

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