Un círculo patológico perfecto

Un círculo patológico perfecto

Por Juan Gabalaui*. LQSomos.

Las sociedades capitalistas se esfuerzan en formar personas fáciles de dominar y el alcohol es uno de los modos en que lo consiguen. No hay nada más fácil de controlar. Controlar a aquellas consumidas desde dentro

Los adolescentes Masai tenían que matar a un león para ser considerados adultos. Muchas tribus y pueblos antiguos tenían sus propios rituales de paso que favorecían un cambio en la consideración de los miembros con respecto a la sociedad tribal. Una manera de canalizar la energía juvenil en beneficio de la comunidad. Las sociedades modernas implementaron el servicio militar obligatorio en el que los más jóvenes aprendían a matar para participar en las guerras de los poderosos. Muchos, aunque no todos, de esos rituales de paso, masculinizados, consistían en destruir a alguien. Actualmente el ritual de paso de sociedades como la española es el alcohol. De la destrucción de otros a la autodestrucción. El consumo de alcohol y de otras sustancias está normalizado y aceptado y convive de forma natural con la violencia, vista o ejercida. No es una cuestión propia de estos tiempos sino que ha formado parte de la cotidianeidad adolescente desde hace décadas.

En lugares como Hong Kong los jóvenes dedican su ocio a comprar. Se juntan y acuden a los centros comerciales a gastarse el sueldo de sus padres o el propio, que ganan a costa de trabajar más de 40 horas semanales. Es el sueño [o la realidad] del capitalismo. La conversión en homo consumens. La violencia se encuentra en el sistema de trabajo, extenuante y enloquecido, en los precios desorbitados de la vivienda y en la hiperexigencia individual que transmite la sociedad. Trabajar duro para consumir, no quedarse atrás, aspirar a lo más alto. Te conviertes en adulto en la medida en que puedes consumir frenéticamente. En lugares como Madrid, la violencia no es ajena a la de Hong Kong. Altos índices de paro juvenil, dificultades en el acceso a la vivienda y una cada vez mayor exigencia en ser los mejores y más capacitados. La perspectiva de futuro es desesperanzada. La particularidad se encuentra en el ritual de paso. Tomar alcohol está asociado a ser adulto. No solo emborracharse sino probar el alcohol. El ocio adolescente está organizado en torno al alcohol y a otras sustancias.

Vivimos en sociedades esencialmente violentas. Desahucios, recortes en los derechos laborales, pobreza, autoritarismo, machismo, racismo, corrupción sistémica, despidos, consumismo. La lista de agresiones es muy larga. El alcohol y el consumo de otras sustancias es solo un añadido más que sirve para domesticar y dominar. Las personas jóvenes se ejercitan en la alienación lo cual deriva en violencia directa, vista o practicada, contra otras personas. Las sociedades capitalistas se esfuerzan en formar personas fáciles de dominar y el alcohol es uno de los modos en que lo consiguen. No hay nada más fácil de controlar. Controlar a aquellas consumidas desde dentro. Las redes sociales han permitido conocer actos de violencia brutal que escandalizan a la sociedad. De repente se da de bruces contra la violencia, como si no fuera cosa de ella, como si no caminara al lado nuestro desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Ciega ante la violencia de una sentencia judicial contra derechos fundamentales y compungida ante una paliza grupal. Ignorante de la terrible relación entre ambas violencias. La sistémica y la social.

Este contexto está directamente relacionado con el aumento de problemas de salud mental. Vivimos en sociedades medicamentadas. Los medios de comunicación y algunos grupos políticos intentan visibilizar estos problemas denunciando la falta de recursos y de profesionales que puedan atender a una mayor demanda de servicios psicológicos y psiquiátricos, pero ninguno de ellos señala el motivo por el que estos problemas están en aumento. Ni, por supuesto, lo relacionan con el estilo de vida impuesto en las sociedades capitalistas ni con la violencia ejercida por este sistema. Todo esto languidece ante la ilusión construida de medrar socialmente, de ganar dinero, de disfrutar de bienes, de aspirar a tener lo que nos dicen que tenemos que tener. Una ilusión compartida por una gran mayoría de la población y que, precisamente, se convierte en el mejor aliado de un sistema enfermizo. Nos encontramos enjaulados en un círculo patológico. Los pobres defienden al sistema que los empobrece. Los jóvenes sin futuro al que los condena a vivir en precario, endeudados toda la vida. Los adultos al que los encierra en los centros de trabajo y les concede migajas de felicidad adulterada. Se defiende al sistema que enferma. Un círculo patológico perfecto.

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