150.000 soldados desconocidos

150.000 soldados desconocidos

Nònimo Lustre*. LQS. Junio 2020

Los monumentos “Al soldado desconocido” son una hiriente demostración de que a los ejércitos les importan un rábano los soldados muertos. Parecen un homenaje a la carne de cañón perdida. Pero, en realidad, esas llamas perennes significan la desidia de los generales a la hora de poner nombre a los jóvenes infelices a los que han asesinado en masa. Y, además, son la enésima prueba de que los ejércitos, tan meticulosos a la hora de deshumanizar a sus esclavos quitándoles el nombre, cuando les place les quitan hasta el número. Los generales son muy perseverantes para perseguir a los desertores hasta el fin del mundo –lo sabían los amotinados de la Bounty y por eso se refugiaron en Pitcairn-, pero esos mismos generalitos son mucho menos aficionados a consultar sus propios archivos y averiguar quién pudo ser ese ‘soldado desconocido’.

De todas formas, perder un recluta o un pelotón puede ser pecado menor pero ¿cómo explicar la desaparición de 150.00 soldados? Históricamente hablando no tiene nada de raro; al contrario, hay muchos casos de ejércitos que han desaparecido en todo o en parte. Seis ejemplos: Año 525 ane. El rey persa Cambises II conquista Egipto y envía un ejército de 50.000 hombres para conquistar el Oasis de Siwa. Ese ejército desapareció como si lo hubiera engullido una tormenta de arena – como si porque acusar a la tormenta es una glosa plausible pero no puede ser la única.

La IX Legión Hispánica, en Escocia. Asimismo, en la batalla de Teutoburgo (año 9), desaparecieron tres legiones romanas –las Legiones romanas era propensas a desaparecer, la más experta en el escaqueo fue la de Craso.

En 1.707, durante la guerra de Sucesión española, en una marcha rutinaria sin riesgo alguno, 4.000 soldados del archiduque de Austria, desaparecieron sin dejar rastro en los Pirineos –si eran pirenaicos no desertaron, se fueron a sus hogares de allende y aquende las montañas dejando que se mataran entre borbónicos y austracistas. En 1858, 650 soldados franceses coloniales, se borraron del mapa cuando se dirigían hacia Saigón; aquí la clave es que eran soldados ‘coloniales’, es decir, semiesclavos importados de otros continentes –era natural que desertaran. En 1939, cuando tres mil soldados chinos estaban llegando a Nankin para defender la ciudad del asedio japonés, se difuminaron en el paisaje –normal, prefirieron irse a sus casas antes que ser masacrados por la maquinaria japonesa (apud la enumeración sensata y sarcástica de J.A. del Valle, en LdN)

La exégesis de la ‘desaparición’ de todos estos ejércitos es casi perogrullesca pero el irracionalismo no se da fácilmente por vencido. Terminamos esta relación con una caso fuera de toda lógica: la muy famosa Brigada Ligera, la unidad de élite de la caballería victoriana, fue destrozada en la menos famosa batalla de Balaclava por cargar contra las baterías rusas en la peor de las orografías disponibles. Para sepultar el recuerdo de la asombrosa ineptitud de los estrategas británicos –y no menos su sadismo enviando a una muerte segura a los exquisitos jinetes-, en su ayuda acudieron primero los poetas imperiales, con Tennyson a la cabeza. Pero, cuando se agotó el señuelo de la poesía, recientemente han acudido los esotéricos a re-enterrar a los infames Lords. ¿Cómo?: traspapelando una insulsa anécdota de la batalla de Gallípoli de 1915 y retrasándola al siglo XIX con el propósito de evaporar la Carga de la Brigada Ligera. Es decir, para alojarla en la categoría refugio de los ejércitos desaparecidos. La ‘explicación’ tiene algún viso de verosimilitud porque, aseguran estos descerebrados, cuando avanzaban los caballeros ligeros –da igual que fuera en Gallípoli o en Balaclava-, apareció una nube espesa que se los tragó. En el fondo, eso es verdad: cuando los británicos se aproximaron lo suficiente a los cañones rusos, éstos les sumergieron en una nube negra… pero de obuses y metrallas. Más aún, aunque los incongruentes no se atreven a dar este detalle, seguro que la nube olía a pólvora.

Además de por el puro proselitismo irracionalista que acabamos de comentar, estas ‘evaporaciones’ se explican por dos motivos: por deserción o por incursión sin avituallamiento en terrenos desconocidos –desiertos, tundras, mares o selvas. Pero también por una tercera razón: que los soldados sean chinos. Pues sí, admitimos que es una razón extravagante aunque sólo sea porque China utilizó la contabilidad imperial milenios antes que Occidente. Pero, antes de entrar en materia real, perdónenme un inciso:

[La desaparición de ejércitos enteros es un tema que resolví de niño gracias a la lectura de Pueblos y Leyendas (VV AA, Seix y Barral Hnos., Barcelona 1936), un libro ‘infantil’ de una sensatez como nunca volví a ver en esa sufrida rama de la literatura más difícil. Cuando los franquistas invadieron Catalunya, un ejemplar de ese libro se salvó milagrosamente de la pira inquisitorial y llegó a mis manos. En él leí “La huida del pintor Notcha” (pp. 20-23) que, resumida torpemente, reza así: Notcha era un pintor chino que vivió en un pueblecito de postal hasta que su fama llegó al Emperador quien lo recluyó en la Ciudad Prohibida para que pintara exclusivamente a su servicio. Notcha pintó un enorme paisaje de su aldea, tan bello que fue la admiración de la Corte. El nostálgico Notcha quiso esconderlo pero fue descubierto. El tiránico Emperador le encarceló y sólo de tarde en tarde le dejaba ver el cuadro. Pero, en una de esas ocasiones, desesperado, “Notcha se acercó, se acercó, dio un pequeño salto, se metió en el cuadro” y se perdió en el paisaje. Ningún cortesano puedo explicar la huida hasta que “un sabio mandarín” les explicó lo sucedido concluyendo “Aun se veían las huellas de sus pisadas en la yerba húmeda de los prados”.

Igual ocurre con los soldados volatilizados: no hay misterio, si pueden se van a sus pueblos. En internet hay un ligero rastro de esta leyenda china –basta pedir “pintor Notcha”- pero, ojo, un gastrónomo se la endilga a Japón y, para mayor escarnio, la ilustra con una seda que no respeta el espíritu del paisaje de Notcha. Asimismo, un poeta recita su versión de la leyenda editada en el 1936 pero su ilustración es convencional hasta la caricatura. Ninguno dellos cita la fuente.]

El cuasi desconocido Chinese Labour Corps (CLC)

No hay motivos para mantener una intriga banal: los 150.000 soldados desconocidos que titulan este artículo aluden a los miles de chinos que fueron contratados –es un decir- para que trabajaran en la relativa retaguardia de los Aliados, generalmente a unos 15 kms. del frente; es decir, al alcance de la aviación y de la artillería germana como pudieron comprobar en sus carnes durante los meses finales de la I Guerra Mundial (I WW)

Desde 1912, China se había constituido en República. En 1916, el ex Imperio del Centro era aparentemente neutral en la I WW, a pesar de lo cual comenzó a enviar obreros para que ayudaran a los Aliados. Esperó a 1917 para declarar la guerra a la Alemania del Kaiser y, probablemente, tomó tal decisión en contra del parecer de buena parte de la población e incluso del presidente Sun Yat Sen quienes sostenían que China había sufrido más manos de los británicos y franceses que de los alemanes –la segunda Guerra del Opio sólo había terminado hacía medio siglo-. Además, China entendía que Alemania podía contrarrestar a Japón, su enemigo ancestral, dejando aparte que las tres potencias europeas mantenían colonias en China, unas ‘factorías’ donde la esclavizada mano de obra china era despreciada con el infamante calificativo de culíes (coolies)

A la postre, China envió al frente bélico entre 140.000 y 200.000 (ex) culíes que constituyeron el Chinese Labour Corps, CLC, bajo las órdenes de militares británicos y franceses. Muchos dellos fueron destinados a las cercanías de Ypres, tristemente famosa porque allí se inauguró la moderna guerra química. De ahí que el primer veneno químico sea conocido como yperita -ensayado en la I WW e inmediatamente utilizado contra Abdelkrim por la aviación española en la guerra del Rif-. Oficialmente, eran obreros contratados pero, en realidad, eran semi-esclavos obligados a trabajar de sol a sol los 365 días del año. Estuvieron a cargo de las peores tareas imaginables y sólo pudieron ‘descansar’ para la celebración de 3 o 4 fiestas tradicionales chinas. No sabemos cuántos perecieron en ‘accidentes’ de trabajo pero, en general, murieron no menos de 10.000 –quizá el doble-, víctimas de los bombardeos, las minas antipersonas, las brutales condiciones laborales y, para remate, la llamada gripe española. Quince (15) obreros CLC fueron condenados a muerte acusados de homicidio o de asesinato (ver infra Wang Jungzhi) Y, un detallito final: cuatro fueron asesinados y nueve resultaron gravemente heridos cuando, en noviembre de 1917, las tropas británicas dispararon a mansalva contra los CLC que se manifestaban pidiendo el cese de la esclavitud.

Una de las más de 2000 tumbas de los CLC

De todo el contingente CLC, alrededor de 5.000 se quedaron en Francia después de la guerra. Habiendo observado de primera mano la sociedad europea y auto-instruidos en sus lenguas y libros, circa 1920-1925, varios de ellos -Zhao Enlai y Deng Xiaoping entre ellos-, formaron el embrión del futuro Partido Comunista Chino. Sin embargo, muy pocos pudieron llegar al Reino Unido pese a que fueron britons sus principales ‘contratadores’. Dícese que la causa de esta enésima segregación fue que los sindicatos británicos se opusieron a su inmigración so pretexto de que no necesitaban mano de obra sin cualificar. Pero es más cierto que, parte de los CLC, trabajaron en los talleres de tanques con oficios tan especializados como remachadores e incluso mecánicos de motores.

Para los CLC, la posguerra fue todavía peor que la guerra puesto que fueron obligados a limpiar minas y a recuperar los restos de los soldados despanzurrados. Aquellos obreros siguieron muriendo esta vez por el frío húmedo y las insultantes raciones de rancho. De ahí que se amotinaran de tarde en tarde y que hasta tuvieran que saquear los restaurantes en busca de comida. Un soldado británico, Arthur Bullock, escribió unas memorias de guerra –no hemos podido consultarlas directamente- en las que retrató las condiciones de subsistencia posguerra de los CLC enfatizando el racismo delatado por el contraste entre el cruel régimen padecido por los CLC y la cortesía de la que disfrutaban los prisioneros de guerra alemanes.

Los CLC caídos semi-indirectamente en combate fueron clasificados como víctimas de guerra. Fueron enterrados en Bélgica y en Francia en unos 40 cementerios con un total aproximado de 2.000 tumbas. Con unas 842, la mayor concentración de sepulturas está en Noyelles-sur-Mer, Somme. Aún se pueden contemplar sus lápidas con caracteres chinos precedidas por un par de leones de piedra regalados por China.

Párrafo aparte merece la suerte del antes mencionado Wang Jungzhi (Wang Ch’un Ch’ih, Wang Jung Zhi), un CLC que fue fusilado por los Aliados en Poperinge, Bélgica, el 08.V.1919, seis meses después del Armisticio. Wang fue acusado de haber matado a otro chino y fue apresado cuando se aprestaba a embarcar de regreso a China. Obviamente, desconfiamos del proceso al que fue sometido pero, si alguien es tan crédulo como para respetar a los tribunales en general y a los militares en particular, quizá cambie su opinión viendo un clásico antibelicista, la gran película Senderos de gloria (Paths of Glory, Kubrick,1957) Sea como fuere, lo llamativo del caso Wang es que, un siglo después, todavía sea conocido. Lo cual contrasta con el desconocimiento generalizado del caso CLC, materia exclusiva de eruditos orientalistas. Serán maravillas de la vieja censura o de la ocultación algorítmica pero es sospechoso que se recuerde más a un supuesto homicida que, por ejemplo, a los manifestantes masacrados en noviembre de 1917. El propósito de este desequilibrio inducido es obvio: subrayar que los chinos son asesinos por naturaleza. Con casos como el de Wang se fue consolidando el espantajo del ‘peligro amarillo’.

La posguerra continúa

Fragmento del mural citado. La bandera gringa oculta los restos del último CLC que sobrevivió a los constantes cambios de este mural-palimpsesto

El palimpsesto. Como es bien sabido -¿o quizá no?-, los EEUU entraron en la I WW muy al final de aquella contienda. Esta fruslería repercutió negativamente en el estudio de la contribución del CLC a la causa de los Aliados. La anécdota-no-tan-anecdótica reza así: desde el comienzo de la guerra, los franceses se enfrascaron en pintar un mural que representara a los avant la lettre victoriosos Aliados con pelos, señales… y uniformes militares. Esa pintura aspiró desde su concepción a convertirse en la pintura más grande del mundo (más aún que el mural gringo La Batalla de Gettysburg, finalizado en 1883 cuando llegó a los 2.625 m2) y se exhibió en París al poco de terminar la guerra cuando todavía medía 123 m x 14 m.ç. Luego, fue reformada para que los gringos tuvieran un lugar destacado y, para ello, borraron el ya de por sí minúsculo rincón que tuvieron los CLC, lo ampliaron a costa de los contingentes vecinos y, finalmente, fue despiezada y enviado a un museo de Kansas especializado en la I WW el gran trozo en el que acabó materializándose la hipertrofiada ayuda gringa (véase el fragmento conservado en Kansas del otrora conocido como Panthéon de la Guerre en https://www.theworldwar.org/explore/exhibitions/past-exhibitions/panth%C3%A9on-de-la-guerre Con el tiempo, Mark Levith escribió un libro profusamente ilustrado sobre los avatares del mural. Pero no hace falta leerlo para saber que el último CLC que sobrevivió a las reformas del colosal lienzo fue suprimido para dar más vuelo a la bandera gringa –simultáneamente aparecieron en otros rincones unos checos que no existían antes de la IWW e incluso, en el último minuto, un soldado afroamericano. Para finalizar este parágrafo, subrayemos que se mantiene hasta hoy la insultante presencia pictórica de un ‘indio piel roja’ con un convencional tocado de plumas -propio solamente de las Llanuras-, que se arruga acurrucado -cual perro que observa el desfile militar.

El cura de pueblo. Achiel Van Walleghem era cura católico (furibundamente anti-protestante) que ejercía su ministerio en los pueblecitos de alrededor de Ypres y, por tanto, conoció a los CLC. Durante la I WW escribió un voluminoso Diario que está siendo editado por Dominiek Dendooven, uno de los académicos imprescindibles para saber de los CLC. El cura Van Walleghem comenta poco sobre los obreros chinos y lo poco que reseña dice mucho más del imaginario occidental que de los CLC. Pero salta a la vista que estaba fascinado con las costumbres chinas y, además, nos informa que los aldeanos locales se adaptaron fácilmente a la presencia del CLC, la aceptaron como oportunidad de negocio y hasta aprendieron media docena de palabras chinas. Pero no deja de ser asimétrico –por no decir escandalosamente injusto-, que sepamos mucho de un personaje marginal –pero europeo- y tan sumamente poco sobre los CLC. A nuestro juicio, esto es la enésima prueba de que el racismo, el orientalismo barato y la descarada sinofobia también dominan en la Historia y en la Academia.

El ultimo CLC y un documental. A sus 106 años de edad, Zhu Guisheng –último de los CLC- murió en La Rochelle, Francia, el 05.III.2002. Zhu fue reclutado para luchar en el ejército francés durante la II WW. Además de representar un raro caso de chino que luchó en el lado francés en las dos guerras mundiales, su persona fue decisiva para que hoy se desconozca menos el caso de los CLC puesto que la peripecia del CLC en general e incluso de Zhu en particular dio origen en el año 2017 al documental británico Britain’s forgotten army, 51 min., dirigido por Simon Chu, producido por Transparent televisión y Channel 4. En España fue emitido por TV2 el sábado 30.V.2020, bajo el título “El ejército olvidado del mundo”. Asimismo, la televisión CLC china hizo previamente una serie de varios capítulos con más material que el documental de Chu.

Brevísima bibliografía (desgraciadamente, sin lecturas chinas)

A falta de aprender chino, para abundar en los CLC y poder afirmar con cierto conocimiento que constituyen un clarísimo caso de sinofobia y de racismo historiográfico, deben consultarse los libros de Dan Black, Gregory James, Patrick Loodts y Brian C. Fawcett. En internet están disponibles algunos papers en inglés. Véanse:
1) Alex Calvo y Bao Qiaoni. “Forgotten voices from the Great War: the Chinese Labour Corps”. En Asia-Pacific Journal Dec 21, 2015; Vol 13, nº 51, núm 1; Article ID 4411. Este paper sostiene que, en el reparto del botín mundial que siguió al Armisticio, el presidente gringo Wilson comenzó siendo partidario de China pero que, al final, acordó el 30.IV.1919, con Georges Clemenceau y con David Lloyd George, que las colonias alemanas en la provincia de china de Shandong fueran transferidas a Japón –dos décadas después, los gringos conocerían en carne propia las consecuencias de esa decisión, tan corta de miras geopolíticas como humillante para China. Por otra parte, el desprecio que los Aliados mostraron contra China, condujo a la hegemonía escrita del dialecto pequinés con el consiguiente detrimento del chino clásico… y al nacimiento del PC Chino, antes mencionado.
2) Roy Anthony Rogers y Nur Rafeeda 2017. “China in the First World War: A Forgotten Army in Search of International Recognition”. En Contemporary Chinese Political Economy and Strategic Relations: An International Journal; Vol. 3, No. 3, Dec. 2017, pp. 1.237-1.269. Obsérvese en especial el #6, sobre las negociaciones secretas de la conferencia de paz de Versalles y sus consecuencias a mediano plazo.

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