El arte siempre ha reflejado las transformaciones sociales. El conocimiento de una época exige el conocimiento de sus manifestaciones artísticas. Los estilos y las escuelas responden a una concepción del hombre, la religión, la ciencia y el Estado
En el siglo V a. C., la política de Pericles impulsó las artes en Atenas, mientras que el militarismo de Esparta impidió su florecimiento. El Renacimiento representa un cambio de mentalidad, que expresa una nueva interpretación del hombre. El pesimismo medieval es remplazado por un optimismo antropológico que enfatiza la dignidad de la condición humana y sus posibilidades de perfeccionamiento. Los grandes maestros del Renacimiento italiano realizan asombrosos estudios del cuerpo, combinando el retrato y la recreación de escenas bíblicas. La Reforma luterana puso fin a la pintura religiosa, obligando a los pintores del norte de Europa a especializarse en cuadros de género, que reproducían aspectos de la vida campesina. Es imposible comprender la obra de Brueghel el Viejo, sin reparar en este conflicto, donde confluyen la política y la teología. Por el contrario, los pintores de la Contrarreforma (Carracci, Caravaggio) utilizaron composiciones complicadas, intensos contrastes de luz y un realismo inaudito para exaltar la grandeza de la fe y el poder de la Iglesia romana.Caravaggio realiza un retrato de San Mateo, donde el evangelista aparece como un hombre sencillo, que necesita no ya la inspiración de un ángel, sino la guía de su mano para escribir su relato de la Vida y Pasión de Cristo. La obra fue rechazada, pero muestra con extraordinaria elocuencia el vínculo entre arte y sociedad. Una obra semejante habría sido inconcebible en la Ginebra de Calvino, que prohibió las imágenes religiosas.
La caída del Antiguo Régimen introdujo un cambio radical. La extinción del mecenazgo posibilitó la independencia del artista, que ya no dependerá de los encargos de la nobleza o el clero, sino de la burguesía, que comprará o rechazará sus creaciones. Surgirá el mercado del arte, que determinará la cotización de cada autor. La obra de arte se convertirá en mercancía y los artistas se adaptarán al gusto de la burguesía o se rebelarán contra él, aceptando la marginación y la penuria. España no conseguirá desprenderse del absolutismo, pero Goya, a pesar de su condición de pintor de cámara, simpatiza con los ilustrados y en sus grabados sobre los desastres de la guerra manifiesta su oposición a la violencia y el autoritarismo. Su exilio voluntario en Burdeos corrobora su compromiso con la libertad. El siglo XIX abre un abismo entre el conformismo de los artistas que apoyan a la floreciente burguesía, inspirándose en los modelos de la Antigüedad clásica y los que, como Eugène Delacroix (1798-1863), exploraron nuevos temas, que reflejan las revoluciones del siglo. Su célebre cuadro La libertad guiando al pueblo (1830) sitúa en el centro de la composición a una mujer con el torso desnudo, sosteniendo con una mano la bandera tricolor y con otra un rifle, mientras una multitud integrada por obreros y burgueses se abría paso entre el humo y los cadáveres. El impresionismo (Manet, Renoir, Pissarro) excita el rechazo de la burguesía, pero evidencia su fe en la ciencia. La posibilidad de una pintura científica no habría surgido sin el triunfo del positivismo, que explica el progreso de la humanidad como un avance imparable hacia la hegemonía de la ciencia.
Los postimpresionistas abrieron el camino de las vanguardias. La pintura de Cézanne inspiró el cubismo, la de Gauguin el fauvismo y la de Van Gogh el expresionismo. Las vanguardias del siglo XX manifestaron una ferviente adhesión a las ideologías en lucha. Los futuristas apoyaron el fascismo, Dalí contemporizó con el franquismo y los expresionistas alemanes manifestaron su compromiso con el ideario democrático de la República de Weimar. Los niños sucios y descuidados del pintor Oskar Kokoschka o la escultura de Ernst Barlach, que representa a una mujer implorando compasión, constituyen una denuncia las desigualdades sociales. El Guernica (1937) de Picasso muestra el horror de los bombardeos indiscriminados, donde la población civil se convierte en objetivo militar. Pocos cuadros han influido con tanta fuerza en la conciencia colectiva, promoviendo la causa de la paz.
Sin embargo, los géneros que más han influido en los acontecimientos del siglo XX no han sido la pintura o la escultura, sino el cine y la fotografía. Conscientes de su poder, Stalin, Hitler y Franco utilizaron el cine como medio de propaganda. Franco empleó el seudónimo Jaime de Andrade para escribir un guión cinematográfico (Raza, 1941), donde realizaba una apología del golpe de estado, y Joseph Goebbles no escatimó recursos para financiar películas que justificaban el belicismo y el antisemitismo del régimen nazi. Dentro de este panorama, hay que destacar el trabajo de dos directores: Sergei M. Eisenstein (1898-1948), al que se atribuye la paternidad del montaje cinematográfico, y Leni Riefenstahl (1902-2003), autora de innovaciones tan audaces como elevar una cámara por el mástil de una bandera para obtener una panorámica de un desfile (El triunfo de la voluntad, 1934) o hacer tomas subacuáticas de los saltos de trampolín en los Juegos Olímpicos de Berlín (Olympia, 1936). Eisenstein recreó en El acorazado Potemkin (1925) la célebre matanza en la escalera de Odessa, donde las tropas del zar dispararon contra la multitud. La secuencia es un prodigio de movimiento de cámara y montaje, que no ha cesado de estudiarse, imitarse (Brian de Palma recreó la escena en Los intocables de Eliot Ness, 1987) y analizarse.
El fotógrafo húngaro Robert Capa (1913-1953) captó algunas de las mejores instantáneas de la guerra civil española y la Segunda Guerra Mundial. Sus reportajes gráficos del desembarco del Normandía (6 de junio de 1944) o de la batalla de Teruel (15 de diciembre de 1937-22 de febrero de 1938) conmovieron a la opinión pública. La fotografía del miliciano que extiende los brazos al recibir un disparo mortal se ha convertido en la imagen más conocida del conflicto. Capa murió en Indochina al pisar una mina. Su lema era: “Si tus fotografías no son lo suficientemente buenas es porque no estás lo suficientemente cerca”. En 1947, Henri Cartier-Bresson (1908-2004) fundó con Robert Capa y otros amigos la prestigiosa Agencia Mágnum. Estaba convencido de que la fotografía podía captar el fluir del tiempo. Sus retratos se basan en pequeños detalles que humanizan a los personajes. Su cámara nos legó imágenes inolvidables de políticos como Gandhi, Truman y De Gaulle, escritores como Faulkner o Beckett y pintores como Matisse y Picasso. Con una asombrosa economía de medios, recreó la poesía del mundo cotidiano. Sus encuadres evitan cualquier alarde formal, permitiendo que los personajes se expresen por sí mismos. Se ha dicho que su mirada es la mirada de un gran tímido. Con formación de pintor y dibujante, Cartier-Bresson consideraba que “la fotografía es, en un mismo instante, el reconocimiento simultáneo de la significación de un hecho y de la organización rigurosa de las formas, percibidas visualmente, que expresan y significan ese hecho”.