Azul pintado de azul
Darker than blue (más oscuro que el azul)
Curtis Mayfield
El negrito lindo de Portobelo
Maelo
Negro. Desde el Union Theological Seminary de Manhattan, Nueva York, la imagen imaginaria del “hermano West,” Cornel (1953, USA), amenaza con hacerse realidad poética. La silueta del filósofo afroamericano, en su uniforme de camisa blanca, traje y bufanda negros, afro, espejuelos, bigote y barba, entra al recinto magisterial del seminario con un libro en la mano: Puerto Rican Obituary (1973). Un imposible se hace realidad cuasi-literaria. Negro sobre negro.
La imagen del autor del poemario que el hermano West lleva en la mano izquierda, Pedro Pietri (1944-2004, Puerto Rico) —El Reverendo de la Santa Iglesia de la Madre de los Tomates—, se aproxima zigzagueando a la imagen del filósofo afroamericano, quien se autoproclama (West) un intelectual blusero (crítico frontal del neoliberalismo). También uniformado de negro, la boina del poeta nuyorican (Pietri) metaforiza el afro del filósofo. Especularidad gratuita. En la realidad del texto, uno frente a otro, se miran. El filósofo se ríe con la ironía del que, a pesar del poder hegemónico que sabe brutal, nunca pierde la fe en la luz (el hermano West); a su vez, el poeta lo hace con la sonrisa del cínico que ha perdido la fe en el capitalismo de su época,1960/70 ( Pedro).
Amarillo. Llueve. En Nueva York, los paraguas negros del poeta nuyorican y el filósofo afroamericano cambian de color. Las calles se llenan de otra poesía. Una orina corrosiva. Los poetas latinos de la ciudad se congregan; Yván Silén (1944, Puerto Rico) los antologa en Los paraguas amarillos (1983).
Décadas después, en una entrevista, “Entre el Fatum y la moira o cómo se llama Yván Silén” (2008), el poeta-filósofo puertorriqueño (Silén) reclama el amarillo como color de su poética: “ten piedad de la música negra / que se oye amarilla / en todo el equinoccio” (El miedo del Pantócrata, 1981).
La lluvia que cae sobre los paraguas parece agua de maní o de mostaza. “Vómito de Dios.” Amarillo silenista. La antología de los poeta latinos de Nueva York se aferra al maíz de la lengua: el español. Sólo uno de los veinte bardos antologados, Pedro Pietri, poetiza en inglés. El amarillo del poeta-filósofo estalla, “alegría del cuerpo” en el “placer” y en la “tristeza,” “dolor del espíritu.” En las narices de la poesía, el prólogo de la antología, escrito por Silén, “Prefacio para un encuentro con la muerte,” resplandece con furor político: “¡El escritor materialista como lujuria!”
Frente a la prosa del prólogo enardecido, la poesía exuda. Del temblor, nos catapulta hacia otro amarillo. Esta vez del norte de Suramérica: Cartagena de Indias. Aparecen sin más las palenqueras de Ana Mercedes Hoyos (colombiana), vendiendo frutas en la playa del Caribe colombiano. Sol de piñas y de guineos. La amarillez transcaribeña, con fuerte dimensión de género y de raza, se transforma en poesía. Textura que Ana Mercedes evoca desde las pieles. (El amarillo de las palenqueras se aleja del amarillo de Van Gogh, hermano de Silén y de Arnaldo Roche Rabell).
Azul. Brote rubendariano (1888). Azul pintado de semen. Las manos de Arnaldo Roche Rabell (1955, Puerto Rico), dedos que frotan lo que pintan, aparecen manchadas de azul (en la memoria colectiva, Maelo canta “azul pintado de azul”). A partir de la exposición, “Azul” (2009), la pintura de Roche azulea (Palés, ¡aparta de mí las azaleas!). Para el poeta de los paraguas amarillos, “el vacío es azul” (El miedo del Pantócrata).
La realidad del lienzo azul —cuadro a escala monumental— se llena de imágenes superpuestas: una montaña de sillas, las cuales, como el pene, la mano ha frotado con pasión. En el videoclip que recuerdo, Roche está frotando una tela sin enmarcar que cae desde arriba, detrás de la cual posa un hombre desnudo, cuyo cuerpo el arte político manosea en azul. Como el autorretrato de un Cristo azulado, Rubén Darío llora lágrimas de “tiburón”: “Yo tenía entonces / clavadas las pupilas / en el azul.” Frente a la montaña de sillas superpuestas (míralas, si no), dos lunas sordas rompen la hegemonía del color. Cerúleo: el cuadro huele más al cielo oscuro del Nazareno panameño, “el negrito lindo de Portoblelo,” que a la playa amarilla de las palenqueras colombianas.
Azul pintado de azul.