Canción para el Che

Canción para el Che
Créditos: Daniela Mena

Por Francisco Cabanillas*

En un contexto marcado por el ascenso de las nuevas derechas, Francisco Cabanillas nos lleva a través de un recorrido musical y político desde la figura del Che Guevara, evocada por el contrabajista Charlie Haden, hasta los movimientos contemporáneos liderados por figuras como Javier Milei y Nayib Bukele. Este análisis revela conexiones inesperadas entre el jazz, la literatura y las ideologías emergentes en América Latina.

una clave de las nuevas ultraderechas […]
son autonegacionistas […]
no se proclaman fascistas […]
Sandra Russo

I
Enredado en la turbulencia de las nuevas derechas —de la que Milei en Argentina (2023) es la corona más reciente— se cuela un tema de jazz de otro tiempo: “A Song for Che” (1969) del contrabajista Charlie Haden (1937-2014).

De inmediato, la referencia a Boricua Jazz: la historia del jazz puertorriqueño (2020) de Wilbert Sostre Maldonado, la biblia, revela dos conexiones clave de Haden con el saxofón criollo: primero con el tenor de David Sánchez (1999) y después con el alto de Miguel Zenón (2004).

Después del asesinato del Che en Bolivia (1967), Haden, músico-activista, le compone la canción al guerrillero inmortalizado por su lucha antiimperialista. La versión fuera de tempo del saxofonista de free jazz Ornette Coleman se graba primero con el Ornette Coleman Quintet (1969), quinteto en el que Haden toca el contrabajo; un mes después, Haden graba su versión con su Liberation Music Orchestra (1970), en la cual —¡sorpresa! — Gato Barbieri toca el saxo tenor y el clarinete.

El homenaje jazzístico traspasa la esfera del jazz. Haden incorpora fragmentos del tema de Carlos Puebla, “Hasta siempre, comandante” (1965). Desde el jazz, la canción para el Che evoca una multiplicidad de temas musicales, anteriores y posteriores, que le han cantado al guerrillero, como el sine que non de Pablo Milanés, “Si el poeta eres tú” (1968), cuya reiteración retórica, “¿Qué tengo yo que hablarte, comandante?,” eleva al guerrillero al sitial del bardo:

“Si el poeta eres tú
Como dijo el poeta
Y el que ha tumbado estrellas en mil noches
De lluvias coloridas, eres tú
Qué tengo yo que hablarte, comandante.”

La centralidad del poeta, “el que ha tumbado estrellas / en mil noches de lluvias coloridas,” su “dolor,” su “suerte,” provocan un desplazamiento momentáneo, fugitivo, hacia la literatura, nada jazzística ni trovera, más bien, poético-filosófica-política, paria-maldita-prohibida, de Yván Silén; el autoproclamado Antinihilista que hace del absoluto poético un principio onto-político: “No hay sinonimia en el poeta. No hay semejanzas. El espanto, la diferencia, el ser es y tiene que ser total. El “seres” es un absoluto. Nadie podrá ser el yo (del Legión que soy) […] ¡Orgasmo, luego, existo! ¡Poeta, luego, existo!” (2010).

II
En ¿La rebeldía se volvió de derecha? (2021), Pablo Stefanoni explora, desde Argentina, el universo, o la fauna, de la nueva derecha contemporánea, nucleada sobre todo a partir de Donald Trump en 2016. Una derecha ferozmente “antiprogresista” e irrespetuosa ante lo “políticamente correcto,” en virtud de lo cual establece un nuevo “sentido común” que, según Stefanoni, la izquierda —términos, derecha e izquierda, que el geopolítico mexicano de La Jornada y Sputnik, Alfredo Jalife, reemplaza y recalibra por “globalistas (neoliberales) y nacionalistas (proteccionistas)” (2019)— no debe darse el lujo de desconocer.

Desde El Salvador, la rebeldía del presidente Nayib Bukele (2019) se enfoca en los derechos humanos, los cuales, según plantea Marleen Bosmans, el mandatario “hípster,” como le llamó Moisés Alvarado antes de que se hiciera presidente (2019), percibe como “irónicos”: su enfoque [cita Bosmans a Bukele] es siempre en los “derechos de los delincuentes y la gran mayoría de la gente honrada a nadie le importan sus derechos” (2024).

Desde la Argentina de Javier Milei, la vicepresidenta Victoria Villarruel, como es bien sabido, mucho antes de integrar la política anarcocapitalista del presidente león, vociferaba su rebeldía respecto de las “víctimas” militares de la Guerra Sucia (1976-83); es decir, los soldados caídos en la contienda que la dictadura militar argentina desató contra el pueblo que resistió con armas la agresión fascista.

Giros. Desde Puerto Rico, el Proyecto Dignidad, partido político que despuntó en 2019, dice presente a la rebeldía contagiosa de las nuevas derechas; a la cual Luz del Alba Acevedo Gaud le sigue los pasos : “El asecho derechista trae un proceso de ‘culturización’ de la política donde las divisiones y el apoyo político a los partidos se van formando a partir de los puntos de vista basados en valores tradicionales religiosos y en la ideología de la domesticidad femenina acerca de la familia, el aborto y la sexualidad” (2024).

Sobre todo, plantea Acevedo Gaud, el Proyecto Dignidad convierte el “cuerpo de las mujeres (en su diversidad identitaria) en la principal fuente de divisiones y conflictos políticos,” sobre el que se llevan a cabo “las políticas sociales y económicas del país.”

No es de extrañar que haya sido el Proyecto Dignidad el responsable de transmitir, en el contexto de la Fundación Libre de Argentina, las charlas de Agustín Laje a Puerto Rico. El “cruzado de la nueva derecha latinoamericana” (2024), como le llama Ezequiel Saferstein al filósofo, youtuber, influencer, politólogo y escritor argentino, “uno de los principales ideólogos,” según Acevedo Gaud, “en contra de la transversalización de la perspectiva de género, en la formulación de política pública”; para quien, según Saferstein, el discurso del presidente anarcocapitalista Milei en el Foro de Davos (2024) fue “una cátedra contra las ‘vacas sagradas de la agenda globalista.’” Laje endosó los “ataques” de Milei al “feminismo, a la ‘ideología de género,’ al ‘abortismo,’ al ambientalismo y al cobro de impuestos a los empresarios exitosos —a los que ve como héroes no reconocidos—.”

Tampoco sorprende que Laje sea un defensor de Bukele, sobre cuya política ha dicho que “la mano dura sí es una opción; y que reprimir el crimen no es violar los derechos humanos” (2023). Por supuesto, la política de Bukele contra las pandillas salvadoreñas ha desatado críticas de organizaciones como Amnistía Internacional: “El presidente Bukele [dice Amnistía] sumerge al país en una crisis de derechos humanos luego de tres años de gobierno” (2022). El bukelismo de Laje, la proclividad a la violencia y la crueldad es firme: “Las personas que se resisten a ir a la cárcel tendrán que recibir un buen palazo. Una cárcel [insiste Laje] no es un hotel cinco estrellas” (2023).

III

Michel Onfray

En el oleaje de esas turbulencias parece enredarse el filósofo socialista-libertario, ético-hedonista-estético, siempre materialista, Michel Onfray, autor de muchísimos libros, cuando arremete contra lo que, desde Francia, llama “la izquierda de hoy,” la cual “cree que es progresista vender niños o alquilar úteros de mujeres” (2021).

Es curioso que fuera el anarcocapitalismo de Milei el que hablara de vender niños en su campaña presidencial de 2023.

Ante lo que dicen los detractores de Onfray, empezando por Emmanuel Macron, por ejemplo, que es “populista” y “reaccionario,” el filósofo responde: “No me preocupa lo que dice de mí ese nuevo fascismo de izquierda que resulta ser antisemita, racialista, falócrata, misógino y homófobo, cuando los delitos recaen sobre el islamismo que defienden.”

En la devastadora reseña que le hace Fernando Bravo López, investigador en el Departamento de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid, al libro de Onfray, Pensar el Islam (2022), concluye que: “En definitiva, en este libro el lector encontrará repetidas, una y otra vez, las más desmesuradas críticas a la izquierda europea, los más disparatados mitos del nacionalismo de extrema derecha, así como las más extendidas y falaces acusaciones contra el islam y los musulmanes.”

Onfray plantea lo siguiente: “Yo no me he vuelto reaccionario, sino que he dejado de ser de izquierda como lo era antes.” Y ello porque la izquierda de ahora, insiste, “invita a la coprofilia y a la zoofilia para acabar con la sexualidad patriarcal blanca.”

En una oleada paralela, el poeta con guitarra de Tirso de Molina, Joaquín Sabina, registra su oscilación política: “Ya no soy tan de izquierdas porque tengo ojos y oídos para ver lo que está pasando” (2022). Al autor de “19 días y 500 noches” (1999) le rompió el corazón el “fracaso feroz del comunismo”; desplome que, por su parte, el sociólogo decolonial Ramón Grosfoguel explica en el contexto del “fracaso del socialismo del siglo XX,” debido a “que concibió que el problema era económico —de clase—,” sin tomar “en cuenta todos los ejes del poder que están envueltos.” Esa colonialidad epistémica, asegura Grosfoguel en la entrevista con Luis Martínez Andrade, llevó al socialismo del siglo XX a organizarse contra el capital de forma “sexista, racista, euro-céntrica, cristiano-céntrica, etcétera,” por lo cual “reprodujo” las “lógicas de dominación contra las cuales luchaba” (2013).

La “deriva de esta ideología [“comunista”] en América Latina,” subraya Sabina, le “dolió” al poeta con guitarra de Tirso de Molina, quien, simultáneamente, celebra sin sonrojos el triunfo de Lula da Silva y el surgimiento de un “héroe extraordinario llamado (Volodimir) Zelinsky.”

IV
Como núcleo de las nuevas derechas, el trumpismo llega al mundo con conexión religiosa, presente tanto en Bukele, que pone públicamente a “Dios” por encima de todas las cosas, como en Milei, abierto al apoyo de “las fuerzas del cielo” y explícito en su imantación hacia el judaísmo, sobre todo el de la comunidad judía de Miami Chabad Lubavitch que acaba de entregarle el premio de Embajador de la Luz (abril/2024) al presidente anarcocapitalista; también, como explica el filósofo Luis Diego Fernández, “paleolibertario,” es decir, uno que busca “lo antiguo o primitivo que debía ser recuperado luego de décadas de progresismo cultural” (2023).

Diego Fernández continúa:

“En esta dirección, la figura de Milei opera en Argentina como el síntoma paleo local que a nivel estratégico-táctico desplegó exitosamente el manifiesto [libertario] en favor de la autoridad social de [Llewellyn] Rockwell y los ocho puntos detallados por [Murray] Rothbard en 1992 sintetizados con los restos de la derecha tradicional argentina (nacionalismo católico, sectores pro-vida, militarismo, negacionismo, etc.) encarnados en su compañera de fórmula Victoria Villarruel.”

En el caso de EEUU, la dimensión religiosa apunta al cristianismo fundamentalista, representado en el primer trumpismo por el vicepresidente Mike Pence. Presencia que, desde mucho antes, en American Fascists (2007), preocupa a su autor, Chris Hedges, quien viene de la izquierda cristiana crítica del imperialismo estadounidense en general y en particular del que llevó a cabo el presidente George W. Bush contra Irak en 2003, severamente criticado por Hedges. Desde entonces, este vive convencido de que el fascismo llegará a Estados Unidos en una versión “Cristofascista,” de la que Estados Unidos en estos momentos está relativamente cerca.

De ahí que, en su reportaje noticioso de Real News, Hedges entreviste a Jeff Sharlet, autor de The Undertow. Scenes from a Slow Civil War (2023), libro que se ofrece como “guía” para entender las conexiones religiosas de la política usamericana, sobre todo de la extrema derecha que llevó a Trump a la presidencia, vista como una “amenaza mortal” a lo que “queda” de la “democracia” estadounidense.

En la entrevista, titulada “Is the US turning into a Christofascist sate?” (2023), Sharlet comparte su interpretación del trumpismo a partir de tres elementos clave de la propia derecha cristianofascista usamericana. El primero de los cuales cubre la puesta en escena política del primer Trump en 2015 —en enero de 2017 asume la presidencia—. Este Trump, plantea Sharlet, está hecho con el material de la Teología de la Prosperidad, por ejemplo, del pastor presbiterano Norman Vincent Peale, según la cual el atractivo de Trump radica en el magnetismo que su ostensible riqueza irradia en los seguidores, quienes también, si se alinean bien con Dios, pueden llegar a gozar de la abundancia material con la cual ha sido favorecido Trump.

En la segunda aparición de Trump, cuando pierde en 2020 y en 2022 anuncia que ostentará la presidencia en las elecciones de 2024, el paisaje se torna más “oscuro,” según dice Hedges, pues Trump, añade Sharlet, empieza a valerse de “teorías conspirativas,” “fuerzas oscuras,” “hombres en uniformes negros siguiéndole los pasos desde aviones.” Este cuadro implica para Sharlet un descenso al “abismo” que él mismo, Trump, ha creado, cada vez más “sangriento” y “gore,” abundante en “decapitaciones” y “desmembramientos,” “bad hombres,” “escenas de violaciones sexuales fantasiosas.” En fin, este Trump se hace a partir de un “modernizado,” “americanizado” y “bastardizado” “evangelio gnóstico,” según el cual una minoría oculta de iniciados —Trump incluido— posee el “conocimiento secreto.”

En esta segunda faceta, afirma Sharlet, Trump cree genuinamente, no en “QAnon,” sino en que ese conocimiento secreto gnóstico se obtiene mediante una “conexión mística,” fuera del “racionalismo.”

A partir del atentado del 6 de enero (2021), el trumpismo entra en su tercera dimensión “teológica.” Según Sharlet, en esta faceta, la “era de los mártires,” el trumpismo se abre de lleno a la violencia, aprovechando la muerte de Ashili Babbitt el 6 de enero cuando un policía negro le dispara mientras ella y otros tratan de forzar una puerta del capitolio. Pronto, el trumpismo plantea que todo “enemigo” de Trump mató a Babbitt, haciendo de ella una mártir que legitima y facilita el culto a la violencia. El trumpismo se mueve de Babbit al propio Trump, cuya odisea legal es vista como un martirio orquestado por los enemigos; mismos que, según reza el estribillo, una vez acaben con Trump, acabarán con los trumpistas. Por ello, como es sabido, Trump ha prometido “un baño de sangre” en caso de perder las elecciones en noviembre de 2024.

V
Desde otro tiempo, irrumpe otra vez, pero no mediante el contrabajo jazzístico, sino desde la voz salsera, la música, ahora con una propuesta que parecería incidir en las oscilaciones políticas discutidas anteriormente. “Mi música no queda ni a la derecha ni a la izquierda,” dice la composición de Tite Curet Alonso (1926-2003) cantada por el sonero para quien fue escrita, Ismael Rivera (1931-87), antes, mucho antes del protagonismo de las nuevas derechas, titulada “Mi música” (1977):

“Mi música no queda ni a la derecha ni a la izquierda
Tampoco da las señas de protesta general
Mi música no queda ni a la derecha ni a la izquierda
Queda en el centro de un tambor bien legal
Queda en el centro de un tambor bien legal
[…]

Para algunos salsólogos, como Juan Carlos Quintero Herencia en La máquina de la salsa (2005), “Mi música” plantea justamente lo que dice; es un tema que rechaza la “crítica izquierdosa” de propuestas musicales como la de la “Nueva Trova,” en el caso de Puerto Rico, el disco de “Roy Brown,” “Yo protesto (1969).” En la “máquina de la salsa” de lo que se trata, según Quintero Herencia, es del “sabor,” pues “el lenguaje de los Partidos políticos es un lenguaje reductor, incapaz de habilitar la corrosiva lengua de la sabrosura.”

Ante la composición de Curet Alonso cantada por Ismael Rivera, Quintero Herencia no bascula: “no nos podemos conformar con darle un lugar político a sus enunciados o sus voces, de lo que se trata es de colocar nuestro cuerpo [para gozar] en ella [la salsa].”

“Mi música” reitera y explaya su son:

“Mi música está en el centro de un tambor que es bien legal,
Espiritual
[…]
Pero que yo, pero que yo, pero que yo, que yo soy ese pasaporte
Para un viaje musical, espiritual
[…]
Ya te dije que mi música no es protesta, mi música es esencial,
No te equivoques
[…]
Por eso yo canto mi música, mi música pura música
Ven para que bailes mi música, pa’ que vaciles [goces] mi música
[…]”

Para otros salsólogos, como Daniel Nina en el artículo “Ismael Rivera y el pensamiento cimarrón por la soberanía panafricanista y pancaribeñista” (2020), la política de “Mi música” conjuga “el sincretismo religioso, el concepto de la soberanía del ser, y, más que nada, un nacionalismo del hombre y la mujer negros” producto de la relación de Ismael Rivera con Pedro Albizu Campos, especifica Nina.

El “pensamiento místico y filosófico” de Ismael Rivera, “poco estudiado,” en la medida en que se inscribe en la tradición libertaria cimarrona, logra “recrear un mundo imaginario alterno al mundo dominante,” como un “avatar” en tándem “con el mundo blanco-hegemónico donde convivió, pero siempre ofreciendo una respuesta contestataria y radical desde una negritud contrahegemónica [delineada en la sociología de Ángel Quintero Rivera incorporada por Nina].”

En “Mi música,” el “tambor camuflado” —la “melodización de ritmos y la etnicidad cimarroneada”— que Quintero Rivera exhuma de cierta música puertorriqueña en Salsa, sabor y control (1998), brota a la superficie, quedándose con la músicalidad del sonero, quien, autorreferencialmente, plantea no ubicarse “ni a la derecha ni a la izquierda” porque, y solo porque, su música emana de un fulcro onto-político; que no es otra cosa que la intersubjetivdad que emana del tambor, designada como un “viaje musical espiritual” para el recentramiento ontológico de los que se suman a la política salsera del “baile” y el “vacilón.”

VI
La legalidad soberana del tambor centraliza la música —¡no que la derechice! —. Otra vez, se escucha el protagonismo del contrabajo de Charlie Haden durante los primeros minutos de “A Song for Che.”

Tensión. En el momento en que, hacia el minuto y cuarenta segundos, el contrabajo termina de citar el fragmento de la melodía del tema de Carlos Puebla, “Hasta siempre, comandante,” se activa la conexión del cordófono de Haden con el saxofón del jazz boricua.

Ahora, en vez de evocar la presencia del Che, el jazz agencia la presencia de otro icono argentino, Julio Cortázar (1914-84), autor del libro de cuentos Historia de cronopios y famas (1962) que el tenor de Sánchez ensalza en uno de los temas de Street Scenes (1996), “Los cronopios”; y que el alto de Zenón reverencia, en su grabación Rayuela (2012), con el título de la obra máxima de Cortázar.

La influencia cortazariana literaturiza el jazz boricua, música (el jazz) que el autor de Rayuela (1963) consideraba surrealista.

Efecto sinestésico. Desde el saxo de Sánchez y Zenón se leen los cortes cortazarianos de la literatura puertorriqueña, sobre todo los de la Generación del 70, cuya afición a Cortázar, como prueba la tesis doctoral de Rosario Ferré, Cortázar: el romántico en su observatorio (1990), registra la identidad revolucionaria que, a partir del cuento “Reunión” (1966), marca la oscilación clave de la literatura cortazariana; una que, como se sabe, la movió del derechismo antiperonista de “Casa tomada” (1946) a la política de “Reunión,” cuento que literaturiza un encuentro entre dos iconos: el Che y Fidel.

Desde esas coordenadas cortazarianas, el saxo del jazz boricua gravita hacia la “legalidad” del tambor de “Mi música.”

* Francisco Cabanillas (1959, Puerto Rico) enseña lengua castellana, cultura y literatura hispanoamericana en Bowling Green State University, Ohio. Ha publicado cuatro libros de ensayo: Escrito sobre Severo (1995), Pedreira nunca hizo esto (2007), K-lores del trópico: ensayos transboricuas (2012) y Ensayos silenistas (2014). Miembro de LoQueSomos
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