Collages. Final del partido: Juanita, 13 – Eugenia, 94

Collages. Final del partido: Juanita, 13 – Eugenia, 94

Por Nònimo Lustre.

Esta serie de 30 collages con sendos textos explicativos versa sobre los protagonistas de la Historia eurocéntrica convencional -los césares, cleopatras, penélopes, etc. Pero no para abundar en su excepcionalidad, atractivo y estrella sino para todo lo contrario: para demostrar que los archivos históricos menos consultados guardan las verdaderas peripecias de estos ‘famosos’ -justamente, las que echan por tierra su carisma y lo reducen a la propaganda de los Palacios perpetuada a través de los siglos. Es decir, no son ídolos con pies de barro: simplemente, son monigotes de lodo y plástico.

En esta segunda entrega de 15 collages sobre la mujer occidental ‘casi libre’, queremos recapitular brevemente sobre los 15 collages anteriores. Dos inclusiones extemporáneas nos irritaron en grado sumo: a) la del absurdo y anacrónico Amor entendido como comodín para explicar los más ignotos y complejos procesos históricos. b) las acusaciones fisiológicas de ninfomanía que tiñen las biografías de reinas y emperatrices.

Huelga añadir que, situando los collages en épocas lejanas, no nos referimos al amor romántico -inventado en el siglo XIX-, ni al amor originado en el botín, ni tampoco se lo adjudicaremos a una suerte de rey Midas -que todo lo convertía en oro- sino más bien tendríamos que acuñar un nuevo concepto del midaísmo pues los agentes decisivos de aquellos años fueron psicópatas que todo lo bello lo convertían en excretas, coprolitos y mierda fétida. Como varias veces hemos repetido con fruición, las cortesanías son ansí.

Final del partido: Juanita, 13 – Eugenia, 94

Abajo, izqda., El pequeño príncipe imperial que a renglón seguido nos describe su mamaíta Eugenia, es ese petimetre con ínfulas de cadete de un Imperio que ni siquiera es el suyo pues se alista -y muere- en los asesinos del Imperio Británico. Arriba, centro: Juanita es quemada viva por los ingleses y por sus aliados franceses, santurrones y otros sicarios episcopales.

“El pequeño príncipe imperial que me recibió en las escalinatas de Saint Cloud dejó su vida en Zululandia, dentro de un uniforme inglés y con las botas llenas de lodo, a orillas del Río Sangre. Qué alegría saber que su padre, Napoleón el Pequeño, murió en el exilio con los bigotes escurridos y la vejiga llena de piedras, y que murieron también todas sus amantes; la Gordon, la Castiglione, Miss Howard, la Belle Sabotière, y que su mujer la Emperatriz Eugenia murió vieja y fea y casi ciega y con las crinolinas arrugadas” (ibid, la viuda de Maximiliano, en Fernando del Paso, Noticias del Imperio, 1987)

“Eugenia casi no cabía por la puerta del despacho. Y es que la Emperatriz, olorosa siempre a pachulí, era famosa por la inmensidad de las crinolinas o miriñaques que, cuando se embarazó y con el propósito de disimular la cada vez mayor redondez de su vientre —la heureuse grossesse — habían crecido tanto y no sólo en amplitud, sino también en encajes, sedas y terciopelos, que pronto todo París y toda Europa imitaron a la Reina Crinolina, como desde entonces fue conocida Eugenia, y de las anchurosas faldas hicieron una moda que sobrevivió, por muchos años, al nacimiento del principito imperial” (ibid.)

“Eugenia Ignacia Agustina de Guzmán, Palafox y Portocarrero, Condesa de Teba y ex emperatriz de los franceses, sobrevivió la muerte de su hijo y vivió muchos años más. Amiga íntima de [la emperatriz] Victoria, Eugenia nunca dejó Inglaterra sino por breves períodos, para viajar a París o a su residencia veraniega. Viajó también a Ceilán, y viajó a Zululandia para contemplar el lugar donde había caído su hijo…. Eugenia viajó, por último, a España. No quería morir sin ver una vez más el cielo de su tierra, Castilla. Y fue bajo este cielo que murió, en Madrid, en el Palacio de Liria, a los noventa y cinco años de edad, y más de cuarenta años después de la muerte de su Lulú. Era el 10 de julio de 1920. Su cuerpo fue llevado a Inglaterra para que descansara, en Farnborough, junto a los restos de su esposo y de su hijo.” (ibid.)

La criminal idea de crear en México una monarquía católica, fue de “la bella Eugenia, la española, hija del Conde de Montijo y nieta de un marchante de vinos escocés emigrado a la Península Ibérica. De joven, Eugenia había intentado suicidarse cuando el Duque de Alba —descendiente del siniestro noble del mismo nombre, azote de Dios y España y creador en los Países Bajos del Tribunal de la Sangre— prefirió a su hermana Paca para matrimoniarse. Pero Eugenia sobrevivió al suicidio y sobrevivió a su hermana” (ibid.)

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⇒1ª Parte collages: 30 Historias de mujeres occidentales (casi) libres⇐
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