Crisis, elecciones y autodeterminación
Trazar una línea divisoria entre los movimientos populares y la izquierda capitalista es una operación tan necesaria como difícil. Tratar a compañer@s como enemig@s es un grave error, pero tratar a enemig@s como compañer@s, también.
No estamos ante la crisis del capitalismo, sino ante la crisis clamorosa del mercado como regulador de la economía, el empleo, la protección social, la escuela, la alimentación y la democracia. Pero el mercado, lejos de abordar su "perestroika", refuerza su dictadura. Lo específico de esta crisis es su multilateralidad que se resiste, tanto a las recetas keynesianas como a las neoliberales y su extensión, que llega a países y clases sociales beneficiarias de la globalización.
El poder económico controla las instituciones políticas, judiciales, mediáticas, académicas y militares, lo que explica que las políticas contra la crisis sigan en manos de quienes la han causado y se benefician de ella. las políticas de empleo producen más precariedad y más desempleo y lo que el Estado ahorra bajando salarios, reduciendo plantillas y privatizando servicios públicos, se gasta en intereses y “rescates” a los bancos.
En el artículo primero de la Constitución de 1978, el Estado español se autodenomina “social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo político”. Al eliminar las leyes que protegen el trabajo y los derechos sociales para garantizar la sostenibilidad de una economía de mercado cada vez más destructiva, los gobiernos contravienen el eje vertebrador de la Norma Jurídica Fundamental.
En estas condiciones, nuestra monarquía neofranquista profundiza, día a día, su carácter de cárcel de pueblos y dictadura parlamentaria del capital. En ella, el derecho de sufragio universal sirve, sobre todo, para legitimar a un capitalismo en huida hacia adelante destruyéndolo todo.
En las elecciones generales del 20 de noviembre de 2011, el PSOE promete todo para incumplirlo y el PP no propone nada para no asustar. Desaparecida cualquier alternativa real, el elector racional demuestra su astucia votando al original (PP) en lugar de a la copia (PSOE). Pero también, much@s personas comprometidas con la emancipación social, se plantean la utilidad de un voto que convierte en democrático el aumento de la desigualdad, la corrupción y la lucha entre los de abajo.
La envergadura de la crisis genera dos dinámicas contradictorias. Por un lado se suceden las catástrofes económicas, alimentarias, ecológicas y bélicas. Por otro, con el aumento de los perjudicad@s, aparecen nuevas formas de lucha que empiezan a desbordar los simulacros de la izquierda cómplice.
Lo importante es que, sin una fuerza popular que sostenga y controle a sus representantes políticos, cualquier reforma verdadera es inviable y que esa fuerza depende de nuestra acción directa y no de votar al mal menor. Hoy, la defensa de las libertades y de los derechos económicos, sociales y culturales, base material de los derechos humanos, exige colocar en segundo plano el poder constituido del estado y apostar por su fundamento, el poder constituyente, sustancia de la soberanía popular y la democracia.
El poder constituyente es un acto imperativo de la nación contra la tiranía. Surge de la movilización popular frente a los poderes que aplastan las necesidades de las personas y los pueblos. Se articula en una movilización unitaria, plural, democrática –es decir, republicana- y defensora de la paz. Es el resultado de múltiples procesos de autodeterminación que, al cooperar contra el enemigo común – la dictadura de los mercaderes – ponen la fuerza necesaria para los cambios económicos, sociales y políticos.
Esta fuerza, hoy incipiente, debe protegerse de quienes, violando la Constitución, se autodenominan "constitucionalistas" y habiendo convertido la democracia en un instrumento del neoliberalismo, se presentan como “los demócratas". Este peligro, no solo está fuera sino, también, dentro de los movimientos sociales.
La autodeterminación popular es la escuela en la que el pueblo aprende a confiar en sus propias fuerzas y a reconocer los límites de la lucha corporativa, la diferencia entre amigos y enemigos y entre enemigo principal y enemigos secundarios.
Simultáneamente, es el proceso de regeneración de la democracia y de la izquierda.
En el momento actual, considerar el voto como una actividad relevante para acabar con la impunidad de banqueros, especuladores y sus políticos a sueldo, es una equivocación, pero todas las situaciones no son iguales. Votar a organizaciones cuyos militantes se han construido en la lucha y la fidelidad a su pueblo no es lo mismo que votar a profesionales instalados en el capitalismo, el bienestar del estado y el doble lenguaje. En todo caso, lo esencial es no votar a la derecha, tanto la histórica -el PP y sus clones nacionalistas- como la sobrevenida, representada por el PSOE y sus diversas agencias.
Debemos salir de un fetichismo extremista. Ni "cambiar el poder sin transformar la sociedad", ni "cambiar la sociedad sin tomar el poder", avanzando desde la autodeterminación y el poder constituyente en una participación social que imponga cambios al poder constituido que, a su vez, impulsen el poder constituyente.
Trazar una línea divisoria entre los movimientos populares y la izquierda capitalista es una operación tan necesaria como difícil. Tratar a compañer@s como enemig@s es un grave error, pero tratar a enemig@s como compañer@s, también.