De nuevo sobre el fetichismo de la mercancía
Antoni Puig Solé*. LQSomos. Diciembre 2015
Ahora que viene la navidad…
El capitalismo es una forma de relaciones sociales. En realidad, es una forma de organización del trabajo en un mundo donde se producen mercancías. En el ámbito de la circulación, las personas sólo se comunican a través de los bienes que producen o consumen. Para que el trabajo sea verdaderamente social, es necesario que las mercancías producidas se intercambien. Los productores permanecen en el anonimato mientras se mueven las mercancías. Por ello Marx dice que el valor (el trabajo abstracto socialmente necesario que incorpora la mercancía) es una realidad espectral. Los sujetos de la producción quedan cosificados mientras que las cosas aparecen como sujetos. Marx, describe este fenómeno como fetichismo de la mercancía.
El fetichismo de la mercancía es uno de los puntos fuertes del capitalismo y lo distingue de las otras formas de dominación precedentes. Esto no quiere decir que las relaciones fetichizadas no existieran antes. La religión, por ejemplo, es una forma de fetichismo donde el hombre se inventa un Dios, al que atribuye el poder para dominar el mundo a su antojo. Bajo el capitalismo es la mercancía la que tiene la potestad omnipotente sobre la voluntad de los humanos. Es en este sentido en el que el fetichismo de la mercancía puede ser visto como el centro de la relación capitalista.
La circulación de mercancías parece estar regulada por unas leyes naturales, que están por encima de la voluntad del hombre y a las que se ha de moldear. Todo el mundo sabe, por supuesto, que las mercancías no caen del cielo y que, obviamente, se deben producir. Esta actividad productiva, sin embargo, no es fácilmente identificable. Queda bien escondida dentro de la mercancía.
Cuando se mira un escaparate se encuentra más o menos lo siguiente: el juguete vale 200 €. Esta frase incorpora a los niños que por un salario exiguo han participado en su fabricación, a los trabajadores del transporte que la han hecho llegara a una empresa de Europa, el trabajo de los obreros que la han pulido y la han embalado, .. …, y la actividad de los que la han hecho llegar a las estanterías de la tienda. Puede ser, incluso, que algunas de estas personas se conozcan, pero seguramente que se quedarían atónitas si les decimos que hay un vínculo que las une.
Hay, sin embargo, un concepto complementario que ayuda a entender este entramado: La alienación del trabajo.
El trabajador lleva a cabo un trabajo que él no decide. De hecho, su relación laboral también se ha decidido en la esfera de la circulación a través de un contrato de trabajo donde su capacidad laboral ha tomado la forma de mercancía.
El creador de la mercancía queda al margen de su creación y esta creación no le pertenece. El obrero pierde el control sobre lo que produce, ya que ha perdido el control de los medios de producción, que también toman la forma de mercancía. En ningún lugar figuran el número de horas que cada trabajador ha destinado a la producción de tal o cual mercancía ni tampoco se explica cómo se organizará la producción. Por tanto, en la actividad creativa del trabajo, de hecho, ya queda escondida esta creatividad. El capitalismo no es sólo un sistema de producción de mercancías. Es, sobre todo, una relación social mercantilizada.
El fetichismo de la mercancía escinde la actividad del hombre de la vida colectiva. Dicho de otro modo: sólo presenta esta actividad como el medio para disponer de poder adquisitivo para obtener mercancías. Para los humanos, no hay destino, no hay sentido, si no hay acceso a las mercancías y esto aparece como algo natural e incluso insuperable, o que en todo caso, se puede superar sólo a título individual “renunciando al consumismo”. En vez de creador de la historia, el hombre se presenta como esclavo de un mecanismo que él mismo ha creado.
Pero el fetichismo de la mercancía no debe entenderse como una mentira fabricada para garantizar la desigualdad de clase. No es una ideología fabricada por la clase dominante para enredar al personal. El fetichismo es una visión que se desprende de la forma en que nos aparece el fruto de la explotación capitalista. En un mundo capitalista, la economía funciona sin control social. La cosificación no es ideología, es un proceso agresivo que se disemina en el cuerpo social, que lo invade, a medida que crece la mercantilización y entonces el elemento humano queda relegado a la función de mero espectador y consumidor.