Escribir cartas
Hace años dediqué las mañanas de los domingos y el anochecer de los miércoles a escribir cartas. Las leía al recibirlas y al cabo de los días otra vez cuando iba a responder. La emoción de la carta en el buzón. Antiguos amigos y amigas asomados en el papel..
Sin contar las cartas sentimentales, de amor… ¡tantas veces rotas, dejadas en el cajón!…
Proust dijo que en su época se acababa una manera de amar. Joyce define otra nueva forma en su obra “Ulises”, en la cual se deja de sufrir el amor a cambio del autismo emocional. Cuenta Proust cómo el tren introdujo las prisas en la sociedad, porque las diligencias esperaban a que llegasen los pasajeros. El ferrocarril no. Y con ello cambiaron muchas cosas. Transformaciones en las que no se pensó arrastradas las personas por los nuevos tiempos, sin reflexión alguna. Como hoy sucede con la vorágine de mensajes y escritos en la pantalla. Es otro medio al de hace unos pocos años, pero parece que el medio se convierte en un fin en sí mismo.
Para mí escribir cartas nada tiene que ver con los correos electrónicos ni con las redes sociales. El pragmatismo, la inutilidad aparente de entender que si ya nos comunicamos… ¿una carta para qué?… se deja de escribir, pero con semejante ausencia dejamos otras muchas cosas en el camino. Lo peor es que sucede casi sin darnos cuenta, sin echarlas de menos. Escribir una carta es una experiencia que los jóvenes en el futuro no van a tener. Y desaparecerá ese mundo en el que la carta trasporta algo tangible de quién la escribe y de quién la lee… Escribir no es sólo expresar, es cavar un pozo en los sentimientos, es descubrir nuevos mundos, cuando se hace a mano con un bolígrafo porque se da forma a la letra, a la palabra, se recorre la frase, no sólo se “coloca” con una tecla. Esa función se extingue y con ella una manera de mirar lo que no vemos, que parece que se puede tapar…
Lo mismo que escribir a mano. Cuando llegó el ordenador, que tardé muchísimo en usarlo, la novedad es escribir en él e imprimir el texto. Me di cuenta de que tampoco es lo mismo escribir con la mano, dibujar la palabra, que teclear. La máquina de escribir fue un estado intermedio, al no poder corregir había que ir despacio, pensar más y no estar sometido a lo inmediato como sucede en internet. Y la mayor parte de las veces se escribía a mano para pasar lo escrito a maquina, como queda tal costumbre de hacerlo en el ordenador entre algunos de la vieja guardia de la escritura.
Escribir a mano hace que la palabra se dibuje, se mueva la mano de una manera determinada. A veces al observarme escribir me parece estar ante una orquesta de palabras. Ante el ordenador tengo la sensación de estar en una oficina. La escritura conecta con una dimensión interior específica, a la que no llega lo que queda desconectado del movimiento de la mano en la escritura. Aquello que es escribir con el cuerpo todo, a través de la mano que hace brotar ideas, sentimientos, frases que de otra manera nunca se escribirían es lo escritural.
Nada tiene que ver lo escrito a alguien con lo que hablamos con esa misma persona cuando lo escribimos de puño y letra. Quien haya escrito cartas lo ha podido comprobar. Poco tiene que ver con los mensajes en la pantalla. Son mundos diferentes y la función y la profundidad de la escritura residual, aquella que estamos dejando de hacer, se pierde, se muere porque tiene vida propia y agoniza. Y con este final se va una parte de nuestro ser. No nos importa en una sociedad de eficiencia y objetivos a cumplir, pero nunca entonces se podrá poetizar la soledad intrínseca de la conciencia, nunca más los sentimientos serán recorridos más allá del instante y el alma, inventada para volar, se convertirá en una piedra cuyo peso nos hará insoportable la existencia. Una condena que nos forjamos nosotros mismos por no mirar.
La fugacidad, lo superficial nos hará mas amables, más comprensivos, más informados aparentemente, más comunicados (creemos que más comunicados), más conocidos, pero no iremos al parque a leer una carta esperada durante días, a veces meses. No sentiremos el nerviosismo de abrir un sobre, no esperaremos largo rato para saber cómo empezar: “querido”, “hola”, “estimado”, “amigo”… o “mi querida”, “amada”, “¿qué tal estás?”.. ¡qué difícil!… y el finalizar la carta otro tanto: “atentamente”, “se despide de ti”, “un cordial saludo”, “besos…”, “hasta la próxima”, “quedo a la espera”, etc… Y ya no inventaremos un lenguaje especial de palabras especiales en un idioma de dos. Y no habrá cartas interminables. Tampoco en blanco para que ella (o tal vez él) escribiera lo que quisiera de parte de quien envió la cuartilla sin nada escrito en ella…
Pienso que la ausencia de correspondencia escrita afecta a la escritura en general. El medio impone sus condiciones.La literatura está afectada tremendamente por esta nueva dimensión. De la misma manera que escribir acabó con la cultura oral. Quedan los restos. Pero debiéramos plantearnos sumar y no restar, no amputar ni castrar nuestro mundo emocional. ¿Cómo sucede hoy la poesía, el teatro, la novela?, en un mundo bañado de internet, donde se pierde la clandestinidad, la vergüenza, el apuro, el verso escondido, la complicidad… Me gustaría saberlo.
¡He deseado empezar con estas palabras de esta manera: “querido y amable lector…”!, cuando he escrito a mano esta reflexión, pero me ha dado apuro hacerlo en el ordenador de esa manera. es como empecé a escribir este artículo en el papel con el bolígrafo que me regaló Xiqui, diciéndome que es mi arma. Pero sin el papel bajo la mano… es otro idioma. Me doy cuenta de ser “obligado” a decir lo mismo, quizá, pero no del todo, de otra manera… y soy y quien decide doblegarse sin saber exactamente por qué.
Escribir con un bolígrafo y leer lo escrito es bucear al interior, es a veces inventar sentimientos, mundos y opiniones. Como las cartas de Kafka a Felice y a Milena, las de Chejov, las de Hermann Hess… Incluso las de Joyce a Nora. Pero ¿es que vivir no es un invento?. Y, sin embargo, copiamos, pegamos, compartimos, me gusta, escribimos lo que se nos ocurre en el momento sin los largos paseos para pensar, recordar, soñar… aclarar lo hablado, las conversaciones… Apuntar ideas en la servilleta de papel de un bar, lo no quiero que se me olvide. Y todavía más intenso es escribir con una pluma: su sonido al arañar el papel… Pero quedó atrás la música al escribir del mismo hecho de hacerlo, queda el ruido… y no nos damos cuenta.
Escribí a mano durante mucho tiempo y muchas cartas. Ahora no habría escrito esta reflexión echa a mano a medias, porque me salió una carta, pero ¿a quién se la mando si ya no hay palomas mensajeras, si las palabras no vuelan, no se siembran, salen de las teclas que me hacen ser ajeno al hecho de escribir sin otra forma que mandar letras y pensar?, sí, pero crear con la escritura me hace descubrir qué pienso, qué siento?. Escribir a mano es un pozo que saca el agua. Hacerlo a ordenador es una manguera que la espurrea. Pero no nos damos cuenta. No me he atrevido a pasar lo que escribí a mano, sino retazos escogidos…
“Queridos y amables lectores y querida amiga: quisiera escribir dibujando las notas musicales del sonido de papel para enseñar cómo laten las palabras y bailar con las letras para gritar que quisiera escribir…”.