Fanatismo militar (y civil)

Fanatismo militar (y civil)

Por Arturo del Villar.

Todavía algunos se atreven a decir que España superó la transición política de la dictadura fascista a la monarquía instaurada por la sola voluntad del dictadorísimo, para perpetuar su régimen genocida después de su muerte por ancianidad

La realidad es tozuda. Los acontecimientos cotidianos demuestran que estamos inmersos en la evolución de la dictadura, de acuerdo con los planes previstos por el dictadorísimo, que nadie osó discutir, precisamente porque todas las instituciones dictatoriales continuaron, evolucionadas para adaptarse a la nueva situación.

El Arzobispado de Toledo ha publicado una nota con fecha del 18 de setiembre de 2023, para asegurar que “desconocía tanto el acto de aceptación del exvoto para la Virgen de la Alegría como las supuestas quejas consiguientes de algunos cofrades que refieren los medios”. Pues nos alegra mucho saberlo, aunque dudemos de su exactitud, puesto que la Iglesia catolicorromana es una secta piramidal en la que las órdenes se dan desde arriba y nadie las discute. Con mayor razón en la sede primada.

El motivo de esa nota se debe a un acto político celebrado el domingo 17 de setiembre en la iglesia toledana de san Andrés, con autorización del párroco, José Ángel Jiménez Frutos. Consistió en la imposición del fajín rojo de general a la imagen de la Virgen de la Alegría, por el general retirado Blas Piñar Gutiérrez, hijo del fundador y presidente de la organización fascista Fuerza Nueva, más conocida como Fuerza Bruta debido a su programa y acciones. El párroco agradeció el gesto y declaró generalísima a la imagen. El público asistente estaba compuesto por militantes de los partidos Popular y Vox, con la vicealcaldesa, Inés Cañizares, de Vox, al frente de la tropa henchida de fervor patriótico-religioso.

Qué clase de celebración

Conocida la noticia, se produjeron críticas a la jerarquía catolicorromana, por haber autorizado la celebración de ese acto político de extrema derecha en un templo. Por eso el Arzobispado publicó la nota citada, en la que afirma: “Este Arzobispado lamenta y rechaza cualquier lectura política partidista de una celebración religiosa.” Las fotografías publicadas en los medios de comunicación locales demuestran que el altar estaba adornado con una bandera rojigualda, de modo que fue una celebración política a la que asistieron políticos de dos partidos de extrema derecha.

Es falso calificarla de “una celebración religiosa”, según hace el Arzobispado, a la que no se debe dar “cualquier lectura política partidista”. Y algunos creíamos que los templos deben utilizarse para oficiar misas y rezar rosarios, pero resulta que también sirven para condecorar a imágenes por parte de militares con ideas extremistas, los sucesores de aquellos otros que combatieron contra la República en la proclamada cruzada por los obispos trabucaires de la época, dirigidos por el cardenal Gomá, arzobispo de Toledo precisamente, con la bendición del papa Pío XI, mantenida y aun extendida por su sucesor, el XII de ese nombre.

La aberración de conceder altos grados militares a imágenes marianas estuvo muy arraigada en España y por derivación en Hispanoamérica. Se cuenta como motivo el caso llamado del milagro de Empel, en los Países Bajos, el 8 de diciembre de 1585: las tropas españolas estaban sitiadas en ese monte, sin víveres ni ropa de invierno, por lo que acordaron rendirse, pero un soldado encontró en la nieve una tabla dibujada con una supuesta imagen de la Virgen, lo que dio ánimos a la soldadesca. Atravesaron a pie el río Mossa, “milagrosamente helado”, y derrotaron a los sorprendidos flamencos. El maestre de Campo, Francisco de Bobadilla, interpretó el hecho como un milagro de la Inmaculada Concepción, y creó la Cofradía de los Soldados de la Virgen Concebida sin Mancha.

Así se propaló en la Infantería española la devoción no a una persona, sino a un supuesto hecho milagroso, rechazado por el resto de las confesiones cristianas: que Dios permitió que María naciera sin el pecado original con el que venimos al mundo todos los seres humanos, excepto Jesucristo por no ser concebido por varón. Dado que el pecado original no se aprecia en el recién nacido, puede dejarse volar a la imaginación sobre el modo de comprobar que la niña María no lo tenía. Los milagros tienen que ser creídos sin pedir demostraciones, porque son irracionales.

Y los dogmas, más todavía

El colmo se alcanzó el 25 de diciembre de 1760, cuando el papa Clemente XIII proclamó al hecho de la Inmaculada Concepción patrono de España y las Indias. Es otro misterio cómo un suceso inmaterial puede convertirse en patrono de algo, porque la inmaculada concepción de María no es una persona, sino un presunto acontecimiento milagroso, por muchos cuadros y muchas imágenes que representen a una muchacha para representarlo ante los creyentes.

Ítem más: otro papa, Pío IX, el más tonto de los hombres de su tiempo, convirtió en dogma ese supuesto hecho indemostrable, con su bula Ineffabilis Deus, promulgada el 8 de diciembre de 1854. Le dio tanto gusto saberlo a la cachonda reina española Isabel II de Borbón, no se sabe por qué motivo, que regaló al papa una tiara valorada en dos millones de reales, sacados de la Hacienda Pública, naturalmente.

Es casualidad, o no, que Dolores Quiroga, la famosa consejera espiritual de Isabelona conocida como “la monja de las llagas” porque aparentaba poseer en su cuerpo los estigmas de la pasión de Cristo, que ella misma se hacía, perteneciera a la Orden de la Inmaculada Concepción.

La devoción continuó, hasta que la reina regente María Cristina de Habsburgo—Lorena, viuda de Alfonso XII, por real orden del 20 de noviembre de 1892, nombró al suceso milagrero patrona del Arma de Infantería del Ejército Español. Ya lo era de la Academia General y de muchos regimientos. Lo es también del Cuerpo Jurídico y de la Farmacia Militar. Sigue celebrándose solemnemente, aunque el punto 3 del artículo 16 de la vigente Constitución borbónica asegure que “Ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Pues nadie lo diría al contemplar al reino.

Pero no sólo encandila a los militares este milagro del nacimiento sin pecado original, porque numerosos regimientos tienen como patronas a diversas vírgenes de las abundantísimas existentes en la imaginación popular. Tantos que sería aburrido citarlos. Baste recodar a la Virgen de los Desamparados, nombrada el 18 de marzo de 1810 por el comandante de la ciudad de Valencia generalísima de las tropas, y le impuso las insignias del cargo.

También el fanático ejército carlista, el más salvaje de los habidos hasta entonces en la península, ensangrentada con sus crímenes, sentía devoción a la Virgen María. El pretendiente al trono español, Carlos María Isidro de Borbón, fue un devotísimo catolicorromano, lo mismo que su sobrina y esposa, María Teresa de Braganza, princesa de Beira. Él proclamó en 1836 a la Virgen de los Dolores generalísima de sus ejércitos, y ella bordó el estandarte real con su efigie, porque al parecer la conocía. Esta generalísima resultó un estorbo para las tropas carlistas, que perdieron todas sus guerras, y sirvió de escarnio y befa a las civilizadas cortes europeas ignorantes de la idiosincrasia española, tan original.

En la América conquistada por España también se implantó la costumbre de conceder los más altos honores militares a las imágenes marianas. Son incontables, por lo que no citaremos más que a la Virgen de la Merced, proclamada el 24 de setiembre de 1812 generala del Ejército del Norte de las Provincias Unidas del Río de la Plata por su jefe, el patriota independentista Manuel Belgrano.

De modo que la pantomima representada en la iglesia toledana de san Andrés se enmarca en una larga tradición en la que participan papas, reyes y generales, ante los que la historia enmudece, ya que la rancia España siempre ha sido así. Por lo tanto, amén.

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