Félix Grande, in memoriam
Ha muerto Félix Grande, el poeta que vivió con la Guerra marcada en el ojo del huracán de sus emociones. El pastor de cabras con vocación de guitarrista que sintió el terror desde la infancia, que se acomodó al desconsuelo en la adolescencia. Ambos, terror y desconsuelo, le abocaron irremediablemente a la poesía.
Nació el 4 de febrero de 1937 en Mérida, un pueblo tomado por los sublevados, estremecido por las bombas, aterrorizado por los paseos que dirigían los falangistas. Cuando se produjo el golpe militar contra la República, la madre de Félix ya lo llevaba en su vientre. Le alimentó con su leche y con el miedo que la acompañó hasta el final de sus días y que siempre tenía el color rojo de la sangre. Su padre, guardia de asalto, no pudo estrecharle en sus brazos cuando vino al mundo, pues se encontraba luchando en el frente republicano. Nueve años después le detuvieron por el “imperdonable” delito de haber defendido la legítima causa de la República y pasó a convertirse en un preso de Franco, como tantos miles de vencidos. Y como tantos miles de derrotados la familia se quedó desamparada y Félix, el niño que sería poeta, conoció el miedo, el hambre y la humillación.
Fue consciente mucho tiempo después que la Guerra no finalizó el 1 de abril de 1939, que tenían que morir todos los que la ganaron y enterrar a todos los que la perdieron, porque el vendaval de odio y terror que generó dejó asolado el campo de la conciencia, sin lugar para la compasión. Decía que no se debía olvidar, que los errores deben permanecer en la memoria porque nos preserva de salvapatrias, redentores y manipuladores. “Piedad, sí, y pedir perdón, también; olvido, nunca”.
El final de la Guerra hizo que la familia regresará a las raíces paternas y se trasladaron a Tomelloso, Ciudad Real, donde vivió su infancia y juventud trabajando de pastor y después de vendedor ambulante. Con veinte años se trasladó a Madrid y comenzó a colaborar en la redacción de “Cuadernos Hispanoamericanos” con Luis Rosales, el escritor del régimen. Félix Grande, republicano desde que mamó la leche de su madre, entabló una relación de admiración con el hombre al que culpaban de no haber podido salvar la vida de Federico García Lorca. En 1987, publicó “La calumnia” y se le comenzaron a cerrar puertas, pues no se le perdonaba la defensa que hizo sobre la inocencia de Luis Rosales, pero Félix Grande pensaba que “la bondad está en las personas, como individuos, no en los colectivos”, que “un hombre es bueno o malo por lo que hace, no por su profesión, ni tampoco por su adscripción sindical, religiosa, política o deportiva”.
Premio Adonais de Poesía (1963), Nacional de Poesía (1979) y Nacional de las Letras en reconocimiento a su labor literaria (2004), tal vez el mejor premio que obtuvo en su vida fue ser buena persona, el talento literario vino después.
Durante una visita al campo de exterminio de Auschwitz se encontró con 1950 kilos de pelo de mujer. “Había cabello rubio, moreno, pelirrojo, todo mezclado, decolorado por el paso del tiempo. De repente, me pregunté ¿de qué color es este pelo? Era un color nuevo. No había existido antes”. Había leído todo sobre Auschwitz, pero el encuentro con ese pelo que años antes había tenido vida, le hizo retomar la poesía, abandonada durante años. Debía responder a aquella pregunta y “dar una limosna a aquella mendicidad”. El resultado fue La cabellera de la Shoá, un poema-libro de mil versos.
Se ha ido Félix Grande, cuatro días antes de su cumpleaños. Seguro que ahora estará de tertulia literaria con sus maestros Machado, García Lorca, César Vallejo, Neruda, y Luis Rosales, en la que también se encontrará su mujer Francisca Aguirre, otra poeta inmensa, o tal vez, quien sabe, esté cantando por Camarón.