Imágenes, escrituras y sueños
El policía sostiene la estatua del halcón maltés y pregunta:
-Esto pesa mucho, ¿de qué está hecho?
Humphrey Bogart, interpretando al detective Sam Spade, contesta:
-De la misma materia de la que están hechos los sueños.
(“El Halcón maltés” -1941-, John Houston)
De lo real a lo imaginario
De clara inspiración shakespeareana: “De la materia de la que están hechos los sueños…”, quizá sea una de las más bellas frases para definir al propio cine y, por extensión, a la fotografía, la hermana mayor de este. Por ello no es de extrañar que los que trabajan con los sueños, con la imaginación y la memoria, a menudo tengan un acercamiento, más o menos profundo, al mundo enigmático de la imagen fija. En realidad podemos decir que todo escritor, porque es a ellos a quien me refiero, es un voyeur que mira la realidad a través de un objetivo simbólico, y en algunos casos, real. Aquí me voy a referir a los escritores fotógrafos.
Siguiendo el hilo argumental podemos decir que el cine es narración, análisis como la novela, y la fotografía es síntesis, evocación…, en fin, poesía. El maestro Robert Doisneau hablando del lenguaje inconsciente de la fotografía dijo: “¡No hay nada más cercano! ¡Es tremendo! El lenguaje poético de gente como Ronsard es extraordinario. La elección de palabras, el ramillete de palabras sin construcción lógica, es lo mismo que lo que hay dentro de una foto. La poesía y la fotografía están más cercanas que la fotografía y la pintura. ¡Es maravilloso! ¡Uno toca la cosa exacta, el lado inconsciente de esa cosa! Y otra vez, es aquí donde la poesía de Prévert se acercaba mucho a la fotografía. (…) Baudelaire, Rimbaud, Rabelais, Cendrars, todos ellos usaban imágenes y no desmenuzaban las palabras.”
El fotógrafo, como el escritor, atrapa el tiempo, la vida. Su referente mitológico es la temible Gorgona o Medusa, monstruo marino cuya mirada penetrante convertía a los hombres en piedra, los paralizaba en el tiempo como lo hace la propia fotografía. Se la suele representar con alas, garras y serpientes a modo de cabellos. Lo marino, el agua simboliza las emociones y el seno maternal primigenio. Las alas son el aire, la inteligencia, la imaginación y la evolución hacia la luz. Las garras son el fuego, el centro del propio ser, aquello que todos buscamos. Las serpientes representan la sabiduría, la renovación, la protección de los tesoros y los saberes ocultos y, como símbolo alquímico, la transmutación.
La Medusa también es un símbolo de la fusión de los contrarios, fealdad y belleza, vida y muerte, etcétera. Cuando nos mira, ella también se ve reflejada en nosotros y esto lo relaciona con otro referente mitológico de la fotografía que es el espejo de Narciso, un espejo con memoria. El retrato fotográfico es un espejo que muestra al modelo, pero también al fotógrafo. En el relato mitológico esta interrelación tiene trágicas consecuencias. La visión de lo sagrado, de la belleza y la fealdad más extrema, no es superable por la conciencia y mata a quién la contempla. La leyenda también nos cuenta que la sangre de la Medusa, manipulada por manos sabias, tenía el poder de resucitar a los muertos. ¿Acaso no buscamos la “resurrección” que nos proporciona el recuerdo cuando miramos las fotografías de las personas que ya nos han dejado? En épocas pasadas la fotografía de los muertos para perpetuar su recuerdo era una práctica habitual, al mismo nivel que otros acontecimientos fotografiados como el bautizo, el cumpleaños o la boda., en fin, el ciclo de la vida.
La dualidad entre emoción-imaginación y documento-información, también está presente en lo fotográfico y en lo literario. Cuantas veces un texto nos proporciona unas emociones que luego una imagen nos enseña más fríamente. Y otras veces es la imagen la portadora de emociones y el texto es un mero instrumento. Los publicistas saben mucho de esto. En los anuncios de televisión o en las vallas publicitarias la mayoría de las veces, las imágenes tienen la función de emoción y de evocación, mientras el texto, escrito o hablado, contiene la información pura y dura. El profesor Román Gubern ha teorizado mucho sobre esto y recomiendo sus libros para profundizar en algunas materias como las que aquí se apuntan. Como es el caso del poder de transgresión y provocación que la fotografía tiene frente al texto literario. Podríamos decir que a la narración literaria, e incluso a la pintura, se le permite ir más lejos en las ideas o las imágenes. La cosa cambia cuando esa idea o situación concreta se muestra de una forma gráfica. En este caso nos podemos encontrar que lo que es considerado arte o imaginación en la literatura, puede llegar a ser un delito o un escándalo, en el mejor de los casos, cuando se convierte en imagen fotográfica. Esto es debido a la responsabilidad que tiene la fotografía como representación de lo real. Se piensa: “Si está fotografiado es que ha sucedido”, aunque la revolución digital ha puesto en cuestión la capacidad documental de la fotografía como registro de la realidad, sobre todo con el uso y abuso de herramientas de retoque como el Photoshop. Y también porque el lenguaje de las imágenes es más inmediato y universal. La imagen es más impactante porque la verificamos con los sentidos y, además, tiene la “eficacia emocional” de la que nos habla David Freedberg.
Escritores fotógrafos
El maestro fotógrafo Eugene Smith, siempre dijo que la literatura, la música y la filosofía, habían sido sus mayores influencias. Sus “ensayos fotográficos” son verdaderas narraciones épicas donde, fotógrafo y fotografiado, recorren un camino iniciático como en los cuentos clásicos, en el que el propio viaje produce la transformación y los viajeros vuelven al inicio pero más sabios, mejores. En lo de la música, curiosamente, coincide con otros fotógrafos que fueron grandes melómanos. Ansel Adams fue pianista y utilizaba un diapasón como reloj de laboratorio. ¿Quién no ve fantásticas sinfonías de tonos y de matices en sus misteriosos paisajes del Valle de Yosemite?
Centrándonos en los literatos se conocen las fotografías del reverendo Charles Lutwidge Dodgson (Lewis Carroll) gracias al trabajo del historiador y coleccionista fotográfico Helmut Gernsheim. El propio Lewis Carroll nos dejó un jocoso relato que nos habla de sus aventuras con cámaras y placas. Se trata de El día de asueto de un fotógrafo, donde por cierto, tiene un encontronazo con un labriego que defiende “el derecho a la propia imagen” de su granja. Aunque hizo fotos de adultos como los retratos de los poetas Alfred Tennyson y Dante Gabriel Rosseti, o el de la actriz Ellen Terry, entre otros, fueron más conocidas sus fotografías de niñas. Precisamente las críticas a estos últimos retratos hicieron que Carroll abandonara la fotografía en 1880.
Menos conocidas son las fotografías de Julio Cortázar que se pudieron ver en la Kosmópolis de Barcelona en septiembre de 2004. Cortázar también nos dejó un relato fotográfico en Las babas del Diablo, tomado como punto de partida por el director Michelangelo Antonioni para su película Blouw-Up. Por cierto, el argentino Pablo Toledo escribió una novela con un fotógrafo de protagonista, que homenajeaba las dos obras citadas, el cuento de Cortázar y el film de Antonioni. La obra, Se esconde tras los ojos, obtuvo el Premio Clarín de Novela del 2000. Y un cuento de fantasmas con el “infernal invento” de la fotografía lo tenemos en Verónica de Rubén Darío, donde un cura comete al sacrilegio de fotografiar una imagen de Cristo con funestos resultados. En el cuento del escritor nicaragüense se plantean asuntos teológicos y semióticos, como la relación entre la imagen y su referente.
También son conocidas las magníficas fotografías documentales y antropológicas del autor del El llano en llamas y Pedro Páramo, Juan Rulfo, que incluso tiene un libro de fotografías titulado Inframundo. Menos conocidas son las fotografías de carácter familiar del nunca suficientemente valorado cuentista catalán, Pere Calders. Junto al escritor mexicano, Calders expuso sus fotografías por primera vez en Granollers (Barcelona) en 1986. El escritor uruguayo Horacio Quiroga trabajó como fotógrafo en una expedición a Misiones (Argentina), allá por el año 1903.
Joan Brossa es un caso aparte. No necesitó utilizar la cámara para crear imágenes, ni en algún caso, la pluma para crear palabras. Sus metáforas con los objetos, sus poemas visuales son palabra e imagen a la vez. Fue el más fotógrafo de los poetas y el más poeta de los creadores de imágenes. Las fotografías de Chema Madoz son las que más paralelismos tienen con los objetos de Brossa. En el libro Fotopoemario se unió la obra de estos dos creadores, y las confluencias son evidentes. Cuando hablamos de poesías visuales, no puedo por más que citar a Daniel Gil, sin duda, el mejor grafista español de los últimos tiempos. Con sus fotografías y collages, Gil nos ha dejado un importante legado gráfico en las portadas de los libros de Alianza Editorial, trabajo justamente recompensado con la Medalla de Oro de las Bellas Artes.
Otros casos de excelente simbiosis entre texto y fotografías es un libro con el enigmático título de Elogiemos ahora a hombres famosos, que unió el trabajo del escritor y guionista James Agee y al fotógrafo Walker Evans. O la mítica colección de la editorial Lumen “Palabra e Imagen”que, en la década de los sesenta, reunió los trabajos de escritores y fotógrafos. A Ignacio Aldecoa con Ramón Masats, a Camilo José Cela con Joan Colom y a Miguel Delibes con Oriol Maspons, entre otros.
Otro caso a parte es el de Paul Auster. Desconozco si practica habitualmente la fotografía, pero alguna de sus obras tiene mucho que ver con ella y con la pasión por la mirada. En su novela Leviatán escribe: “La cámara ya no era un instrumento que registraba presencias, era una forma de hacer desaparecer el mundo, una técnica para encontrar lo invisible.” Decía esto refiriéndose a su personaje de María Turner, inspirado en su amiga Sophie Calle, la fotógrafa y artista conceptual francesa a la que agradece en el libro citado el haberle permitido mezclar ficción con realidad.
Sophie Calle realizó un viaje y encargó a su madre que contratará a un detective para que la siguiera. En aquel viaje, no sólo jugó a descubrir a su perseguidor, sino que ella misma persiguió a un transeúnte anónimo fotografiándolo y escribiendo un diario del día a día del desconocido. Y este juego de perseguido y perseguidor, de observado y observador, lo vuelve a recoger Auster en su cuento “Fantasmas” de La Trilogía de Nueva York, donde el detective llamado Azul es contratado para vigilar al hombre llamado Negro que apenas sale de casa. Al poco tiempo el detective ya no sabe si el vigilado en realidad es él. El juego de miradas encontradas y la mezcla de realidad y ficción están muy presentes en esta relación entre fotógrafa y escritor. Sophie Calle en su libro Double Game daba las gracias a Paul Auster por permitirle mezclar realidad con ficción.
Otros textos destacables con personajes fotógrafos son Las aventuras de un fotógrafo en La Plata, de Adolfo Bioy Casares o “La aventura de un fotógrafo”, un cuento corto de Italo Calvino recogido en su libro Los amores difíciles. La profesora y poeta Rosana Acquaroni Muñoz escribió La sombra de un fotógrafo, donde nos habla del miedo ancestral de los indígenas a ser fotografiados, la iconofóbia de la que habla Gubern. Quizás el miedo a que la fotografía nos robe el alma no está muy lejos de ser real, en cierto sentido.
“Autorretrato” es otro cuento corto del libro Textos del desastre de Javier Memba o la novela El Daguerrotipo de Luis del Romero, donde un periodista busca a un fotógrafo de muertos y se mezcla en una tertulia con Baudelaire. El autor de Las flores del mal, en un principio, renegó de la fotografía y sin embargo guardaba una extraña fascinación por ser retratado como se descubre en las cartas a su madre. Retomando a los literatos que cogieron la cámara, podemos citar entre otros a Emil Zola que practicó la técnica del gelatino-bromuro, técnica también usada por el dramaturgo Bernard Shaw, de éste último es la inquietante frase: “… el fotógrafo es como el bacalao que produce un millón de huevos para que sólo uno pueda llegar a madurar…”
El poeta Paul Éluard se dejó seducir por los fotomontajes y el gran Víctor Hugo hizo estupendas fotos mientras estuvo exiliado en isla de Jersey. Afición fotográfica que compartía con su hijo Charles y su amigo, el poeta Auguste de Vacquerie. Estas fotos duermen el sueño de los justos en el Museo de Víctor Hugo de París.
La fotografía liberó a la pintura de la necesidad de reflejar la realidad, luego la televisión tomó el relevo. Las grandes revistas ilustradas del siglo XX, desaparecieron o bajaron sus ventas e influencia cuando el receptor de televisión nos trajo el mundo al salón de nuestra casa. Hoy Internet y los nuevos dispositivos móviles están haciendo lo mismo con la propia televisión. La cantidad de información, y por ende, de desinformación, que recibimos es tan grande que no tenemos tiempo de procesarla; de contrastarla; de asimilarla; de reflexionar…, pero este es asunto para otro artículo.
Lo que está claro es que la literatura y la fotografía, de alguna forma, están condenadas a entenderse. En fin, escribir con luz, escribir palabras, todo es material sensible, o lo era hasta la llegada de los píxeles y la casi desaparición de la película y el papel emulsionado. La “imagen latente” que surgía con el concurso del alquimista/fotógrafo tenía mucho de magia y de literario. Aunque nuevas formas surgen y surgirán al amparo de las actuales tecnologías que han democratizado, pero también vulgarizado y uniformizado, el acceso a la producción de imágenes.
El gran fotógrafo madrileño Alfonso Sánchez García dijo: “mi palabra está en la película y en el objetivo”. El literato que toma la cámara fotográfica no hace otra cosa que contar historias, tomar la palabra mediante imágenes, como lo hicieron nuestros antepasados con el arte rupestre, que no sólo dejaron constancia de su vida, si no que nos legaron una imaginería con un sentido mágico y ceremonial que, pese a que lo atisbamos, no lo podemos leer o comprender totalmente.
Para terminar les diré que la fotografía y la literatura están fuertemente unidas desde el nacimiento del arte de la luz, de hecho la fotografía se inventó en una novela…