Individualismo y política de izquierdas en la era del Yo
Por Joan Martí
En un mundo donde las estructuras colectivas se han debilitado y las instituciones que alguna vez ofrecieron un contrapeso al poder individual han sido erosionadas, el resultado es una sociedad profundamente desigual y radicalmente injusta…
El Auge del Individualismo y la Incapacidad de la Izquierda para Combatirlo: Una Reflexión sobre la Injusticia Social
Vivimos en la era de la exaltación del “yo”. El individualismo, que el liberalismo económico siempre ha pretendido como parte esencial del progreso humano, ha evolucionado hasta convertirse en una fuerza que amenaza con socavar los cimientos mismos la sociedad moderna, considerada en cuanto a colectivo de la especie humana. Esta exaltación del yo, cuestiona el simple humanismo y no digamos el estado social, al que se opone frontalmente.
Si bien en el pasado el individualismo, se decía que impulsaba la innovación y el crecimiento, — afirmación del liberalismo más que discutible -, lo que está claro es que en todo caso hoy se ha transformado en una ideología que fomenta la desconexión, la competencia extrema y, objetivamente, perpetúa la injusticia social. Esta situación se ve agravada por la incapacidad de los partidos de izquierda para combatir este fenómeno, lo que viene contribuyendo a su fracaso electoral en varios contextos y espacios territoriales en los últimos años.
El origen de este individualismo radical puede rastrearse en el relato triunfante del neoliberalismo en la década de 1980. En el apogeo de los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Tacher y su discurso común, entre 1979 y 1990. En ese relato se postulan las ideas de autosuficiencia, emprendimiento y éxito personal que comienzan a dominar el discurso social y económico. Y este cambio coincidió precisamente con la revolución digital, que ofreció nuevas herramientas para que los individuos se auto proyectaran y compitieran en un mundo cada vez más conectado, pero también más fragmentado. El resultado fue la creación del “individuo tirano”, que refiere Eric Sadin. Un ser hiper individualizado que se auto percibe como el centro del universo, supuestamente libre de las ataduras que alguna vez lo conectaron con su comunidad y sus semejantes.
Sin embargo, este aparente empoderamiento individual resulta totalmente ilusorio. A pesar de la apariencia de autonomía y autosuficiencia, el individuo moderno está atrapado en una red de imperativos tecnoculturales que lo empujan constantemente hacia la auto optimización y la competencia desenfrenada, a veces con tintes de salvajismo. Esta carrera interminable no solo genera un agotamiento emocional y psicológico, sino que también da cobertura ideológica a la desigualdad y la injusticia social.
En un mundo donde las estructuras colectivas se han debilitado y las instituciones que alguna vez ofrecieron un contrapeso al poder individual han sido erosionadas, el resultado es una sociedad profundamente desigual y radicalmente injusta.
La cultura del “yo” ha llevado a que las relaciones humanas se vuelvan esencialmente transaccionales y utilitarias. El valor de una persona solo se mide por su capacidad para destacar en un entorno competitivo, dejando a los más vulnerables en el camino y aún más desprotegidos, privados de la solidaridad de los triunfadores. Resulta incongruente con la propia evolución humana, que tantos miles de años de progresos histórico y cultural acaben refrendando la Ley de la Selva en los inicios del tercer milenio.
Es en este contexto donde los partidos de izquierda han fallado en su vocación histórica de combatir las desigualdades y promover la justicia social. Su incapacidad para enfrentar de manera efectiva el fenómeno del individualismo ha debilitado su base electoral y ha permitido que las narrativas neoliberales se afiancen aún más. En lugar de ofrecer una visión y propuesta colectiva y solidaria, muchos partidos de izquierda han caído en la trampa de aceptar, aunque sea parcialmente, los marcos ideológicos del individualismo, incorporándolos a menudo a su praxis política y militante, asumiendo su integración completa en el Sistema electoral-democrático de marras, lo que les ha alejado de sus principios fundamentales que justifican su existencia.
Este fracaso se ha traducido en una pérdida de credibilidad y apoyo entre aquellos que alguna vez vieron en la izquierda una fuerza capaz de defender sus intereses y aspiraciones. La fragmentación interna, la falta de un mensaje claro y la adopción de políticas que no cuestionan en su discurso de manera radical la cultura del “yo”, han contribuido al declive electoral de la izquierda en muchos países, en particular en Europa. Los votantes, desilusionados, han migrado hacia opciones populistas o simplemente han dejado de participar en el proceso político, profundizando aún más la crisis de la representación democrática. Lo paradójico es que ahora, cuando se produce el auge de la extrema derecha en los procesos electorales, todo el mundo se pregunta dónde está la explicación. ¡Bendita ingenuidad militante!
En la esfera política, esta situación ha facilitado el ascenso de líderes que explotan el descontento y la frustración de los ciudadanos. La fragmentación de la política en intereses individuales ha debilitado la democracia y exacerbado la crisis de representación. El resultado es un círculo vicioso en el que la injusticia social se perpetúa y se amplifica, a medida que las instituciones públicas pierden su contenido social y el poder se concentra en manos de unos pocos.
Para enfrentar este desafío, los partidos de izquierda deberían reorientar valores y estrategias hacia una nueva ética del cuidado y la solidaridad con los otros. Necesitan cuestionar radicalmente que la realización humana se encuentra en la competencia desenfrenada, y abogar por la colaboración y la construcción conjunta de una sociedad más justa. La lucha contra la injusticia social requiere un enfoque colectivo que priorice el bienestar común sobre los intereses individuales. Esto implica un esfuerzo consciente por reconstruir las instituciones sociales, fortalecer los lazos comunitarios y promover una cultura que valore la cooperación por encima de la competencia.
En conclusión, el individualismo radical ha contribuido a la perpetuación de la injusticia social, y la incapacidad de los partidos de izquierda para combatir este fenómeno ha sido un factor clave en su fracaso electoral. En un mundo donde las desigualdades persisten y se profundizan, es crucial que la izquierda se replantee su forma de abordar el individualismo y renueve su compromiso con la justicia social. Solo a través de una revalorización de lo colectivo y una ética del cuidado se puede aspirar a construir una sociedad más equitativa y humana, donde la justicia social no sea un ideal lejano, sino una realidad palpable para todos.
El Yo siempre ha existido en la especie humana, pero su eclosión salvaje en esta sociedad atomizada, amenaza la propia existencia de la sociedad como grupo. Y el caso es que la izquierda necesita mucho ingenio para abordar el problema y ser capaz de ponerle el cascabel al gato…
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