La Banalidad es el Mal

La Banalidad es el Mal

Por Nònimo Lustre. LQSomos.

Estos tres collages estuvieron a punto de llamarse ‘la banalidad del Mal’ pero, entonces, sólo hubieran interesado a los estudiosos de H. Arendt. Hoy, mi propósito es actualizar con ilustraciones aquel famoso dictum pero con otra sintaxis. Porque, traducido como ahora lo conocemos –e independientemente de la intención de Arendt-, pareciera que la banalidad es un atributo del Mal mientras que, ahora, la banalidad (o in-significancia) es la esencia del Mal. Y un detalle geográfico que he de precisar: en el Occidente hodierno el Mal es la Banalidad pero, en el colosal mundo que está fuera de Occidente, el Mal sigue vistiendo de Diablo acorazado, no de payaso inane.

Aunque el Mal sea una entidad monolítica, entre ayer y hoy existen diferencias en sus manifestaciones. En una relación no exhaustiva, cito algunas de las más notorias: El Mal nazi-franquista, se jerarquizaba según líneas burocráticas de forma que las responsabilidades individuales remitían a un ente inmarcesible –el Führer, Franco, Dios. Obviamente (según LB, com. pers.), eran unos regímenes trascendentales con aspiraciones a la eternidad –el Reich de los Mil Años, por ejemplo.

Su (aparente) suicidio impidió que
Rudolf Hess llegara a edad milenaria

Pero la antigua durabilidad y sus permanentes consecuencias han sido reemplazadas por la volatilidad y la transitoriedad; es decir, por la moda, paradigma de lo efímero. Hoy, la meta de los Banales es que sus productos sean desechables y gratuitos. El Mal reinante (repito, occidental) busca la ausencia de contenido. Lo perpetran agentes aparentemente disgregados que aborrecen públicamente de las burocracias y que presumen de autonomía personal y hasta de creatividad. Sus ‘creadores de opinión’ son élites que alardean de sus crímenes y que son veneradas por los millones de consumidores de sus píldoras analgésicas, somníferas y ansiolíticas. Las Plebes son ansí, masas que viven medicalizadas de la peor forma posible: narcotizadas químicamente -la ausencia de contenido y/o significante, favorece y hasta conceptúe que el vacío se intente rellenar con psicotrópicos legalizados.

Igual que ayer, hoy el Mal existe pero fermenta en espacios públicos no directamente políticos. Al contrario, sus autores evitan cuidadosamente toda referencia a la administración de los bienes públicos. Su objetivo no es someterse a ninguna elección sino conspirar en la sombra dorada del lujo. No hay papeles ergo no podrá haber pruebas de sus delitos. No puede haberlas cuando están a la vista: embrutecer a las Plebes. ¿La educación puede resolver esa idiotización?: no, la primaria enseña técnicas, la secundaria persigue la normalización o burocratización de aquellas técnicas elementales y la superior remacha el clavo a través de filtros ideados por un Perogrullo con birrete.

Que la banalidad parezca crecer o menguar depende del optimismo o del pesimismo del observador –no es momento para analizar subjetividades. El Mal nazi-franquista estaba jerarquizado hasta el Empíreo mientras que ahora se disuelve como mejor manera para perpetuarse. Tras sus derrotas militares, los canallas han descubierto que la jerarquización les sigue siendo imprescindible pero que bajo ningún concepto debe ser públicamente notoria. Así son los Malos, ayer adoraban el espectáculo de su omnipotencia pero ahora optan por pasatiempos in-significantes. Huelga añadir que los personajillos públicos –del que los denostados políticos son una ínfima parte-, nos llegan a la intimidad casera porque son avezados profesionales de la in-significancia –uno de sus más conocidas cumbres es aquel “váyase sr. González”, una anodina ¿interjección? elevada por repetición a los altares de la elocuencia.

El último sueño de Napoleón: fruslerías domésticas. Porque comulga con las dos pero no sirve a ninguna, la muerte es la frontera entre la banalidad de rebuscada insignificancia y el Mal trascendente.

El asesino Landrú fue el arquetipo del Mal gracias al cual se ocultaban matanzas mayores. Como tal modelo, hoy sería invitado de honor a docenas de espectáculos dizque populares.

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