Lujuria política
Por Arturo del Villar. LQSomos.
Los Estados Unidos de América son el país más criminal que ha habido en toda la historia de la humanidad, considerado colectivamente como país. Comenzó exterminando a los nativos del territorio del que se apropió, y después ha seguido asesinando por todos el mundo. Sus intervenciones en Asia tendrían que ser condenadas por la Corte Penal Internacional, si no fuera porque son el Imperio e imponen su voluntad al resto de las naciones.
Pero este país criminal tiene algo bueno, que podría servir de modelo a los restantes: juzga a los jefes del Estado que no saben cumplir dignamente su papel. No retrocederemos en el tiempo para demostrarlo, porque este pasado 4 de abril de 2023, el expresidente Donald Trump ha sido llevado ante el Tribunal Penal de Manhattan, acusado de haber desviado dinero aportado para su campaña electoral, con el propósito de comprar el silencio de la actriz porno Storny Daniels para que no refiriese un encuentro mantenido por los dos entre sábanas. En una República se exige al jefe del Estado un comportamiento ejemplar, y si se descubre que lo incumple se le procesa y puede llegarse incluso a deponerlo.
Qué diferencia con lo que sucede en un reino, donde el jefe del Estado a título de rey, con tratamiento de majestad, goza de inmunidad total para hacer su real gana, de modo que no existe juez que se atreva a abrirle expediente, aunque sus delitos sean públicos y notorios. Ya que hablamos de la lujuria incontenida del expresidente de los Estados Unidos, podemos establecer una comparación con la exhibida públicamente por el exrey Juan Carlos de Borbón y Borbón, que llegó a disfrutar de un harén de 1.500 mujeres, según los cálculos del hispanista británico Andrew Morton en su documentado ensayo Ladies of Spain, publicado por La Esfera de los Libros en 2013, página 78.
Con la circunstancia agravante de que mientras ejerció tan indignamente la jefatura del Estado el rey no utilizó los millones de euros que obtenía de sus comisiones fraudulentas para pagar sus caprichos, sino que utilizaba los fondos reservados del Estado en su beneficio. Todas ellas se beneficiaron de la generosidad del putero mayor del reino satisfecho, pero destacan los millones recibidos por la apodada Bárbara Rey y por la apodada Corinna zu Sayn-Wittgenstein, que ninguna de las dos se apellida así.
A Trump se le acusa de desviar unas aportaciones de dinero que le hicieron sus seguidores para organizar la campaña electoral, un dinero que a fin de cuentas -de cuentas corrientes- era suyo, aunque lo emplease mal. El rey Juan Carlos no sacó un céntimo de sus mal adquiridos dos mil millones de euros que le suma la revista especializada Forbes, sino que hizo pagar al Estado de los conocidos como fondos de reptiles, es decir, a todos sus vasallos, para que ninguna delatase sus hazañas kamasutreñas.
Ahora se ha exiliado voluntariamente en Abu Dabi, pero viene a España cuando le da la real gana, porque sigue siendo rey calificado de emérito, un título inexistente en la Constitución vigente. Acaba de anunciar que prepara un viaje inminente para participar en unas regatas en Galicia. Es el delincuente mayor del reino, el enemigo público número 1 de los españoles, pero hace su voluntad sin que nadie ose presentar una denuncia contra él, pese a contar con datos sobrados sobre sus delitos.
Es una de las diferencias entre la República y la monarquía. Si se permitiera celebrar un referéndum sobre la forma del Estado preferida por los españoles, se conoce el resultado. Por eso los intereses políticos internacionales mantienen al reino sujeto a una familia indeseable, que el pueblo español expulsó ya en dos ocasiones anteriores, y que ahora desea repetir la historia.
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