Mandilandin, de Daniel de Culla

Iban dos caminando y vieron una tía buenaza en una huerta con repollos y coles. Uno dijo:
 
¡Qué buenas berzas para con tocino! Bizcocho grande en rosco; pensando en la manjarria, palo largo y fuerte que sirve de brazo de palanca a que se enganchan las bestias o se uncen bueyes para poner en movimiento el Amor.
 
Respondiendo el otro:
 
¡En buenas manos está el pandero!, haciendo gesto de cogerlo con las dos manos, dando dos suspiros y prosiguiendo:
 
Tengo una cosa entre las manos. Toma el gallo, daca el gallo, quedando las plumas en la mano; apartándose un poco de su amigo, y orinando sobre un insecto zapatero.
 
El amigo le echó la mano a la espalda y anduvieron algunas leguas, siguiendo la mano derecha de un río junto a un olivar,  hablando sobre el proceder con poca honradez y delicadeza de los que nos gobiernan, que aprovechan el cargo para lucrarse ilegalmente a mansalva, ensuciándose las manos.
 
Hablaban, también, de la señora de la huerta, que era de Minaya, en tierra de Cuenca; manfia o lechona vieja que había parido a Manfredo, hijo bastardo del emperador Federico II, que usurpó la corona de Nápoles y Sicilia a su sobrino Conradino, conocida como “La Diabla”, a quien un loco, butihondo, hediondo, lujurioso, que cantaba en la mano como un pájaro de cuenta,  persuadido de holgazanes, le compuso un poema. Este:
 
                    A la Diabla
 
                  A las buenas, a Pedro
                  Abres la puerta
                  Y para malas
                  Te apareja    
                  En día de bodorrio
                  Le pusiste en completorio:
                  Horas de completa
                  En que cada día gallina
                  Amarga la cocina
                  Y en cada noche polla
                  Amarga la olla
                  Tras diez días
                  De yunque de herrero
                  Dormías al son
                  Como un perro.
 
Siguiendo su camino, divisaron en una era un grupo extraño. Al acercarse al grupo, vieron que eran los mismos que se encontraron en Brieva de Juarros, en Burgos. Allí como aquí, habían mancornado, puesto a un novillo con los cuernos fijos en la tierra, dejándole sin movimiento, y mandilándole, pasándole el mandil de uno a uno, que eran catorce, como se hace a la bestia. Mandil que llevaba debajo una especie de palo tieso o esteva curva con que se agarra y dirige el arado.
“Torbellino de agua y leche se elevaba sobre la superficie de un mar de yerba y hojarasca a impulso de vientres encontrados”, como diría el Poeta.
 
Mancer Adehalas se llama, y es hijo de prostituta, de Mancera de Abajo, en la provincia de Salamanca. Se le veía la mangueta, vejiga o bolsa de cuero con un cañoncito en la boca para echar lavativas.
 
Cambiaron de vista y vieron un par de ristras de ajos en los sembrados y matorrales de muy espesa vegetación. Los fresnos arrojaban una substancia gomosa que fluía, Al ver tan substancioso y milagroso rocío, les hizo llorar.
 
Uno dijo:
 
“Las sombras o almas de los muertos vienen a las manos”, como dice Manethón, sacerdote egipcio del tiempo de Tolomeo Filadelfo.
 
El otro respondió:
 
"Manos duchas mondan huevos, que no largos dedos”.
 
Dentro de ocasión y de propósito, llegaron tarde a Chinchilla, lugar cerca de Cuenca, donde se hospedaron, “hasta que otro gallo les cantara”, como dijo uno de ellos.
 

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