Momento estelar de la humanidad (II)
Por Nònimo Lustre. LQSomos.
En otra ocasión, enumeramos un puñado de momentos estelares de la Humanidad comenzando en el año 1649 con la decapitación de un rey inglés y finalizando en 2022 con la resistencia de los habitantes de Malí contra la invasión europea –española incluida. Hoy, seguimos la serie pero remontándonos al Medioevo. Concretamente, al odio que los Poderes eclesiástico y civil demostraron contra la ‘herejía’ de los cátaros u albigenses, los justamente llamados bons homes (hombres buenos), y cómo este odio fue respondido con la gloriosa ejecución popular de una mefítica banda de inquisidores.
El episodio más conocido de aquella auténtica Cruzada contra los cátaros nos narra la completa destrucción de la ciudad de Béziers (1209) y el consiguiente exterminio de sus bons homes. El más mentado de aquellos santísimos genocidas fue y es Arnaud Amalric quien, tras el saqueo de la ciudad y preguntado por sus sicarios qué hacer con los cautivos, ante la duda de diferenciar entre cristianos y herejes, pronunció una frase que ha perdurado durante nueve siglos: “Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos“.
A pesar de aquella atrocidad, el catarismo siguió vivo en el sureste de Francia y en el norte de Aragón y de Catalunya. Además, como corresponde a una Fé cristiana estatal, proselitista, belicosa y proto-imperialista, el entonces rey de Francia se labró fama de santo… y, entre sus propagandistas de antaño y de hogaño, de guerrero contra los invasores ingleses. Pero, de su vesania contra los cátaros nadie habla…
La santa espada: Luis IX o San Luis rey de Francia, batallando contra los ingleses en Taillebourg 1242.
Detalle del cuadro de Delacroix 1837La santa armadura: Ludovico Nono (San Luis 1214-1270) pintado por El Greco
Razzias inquisitoriales en 1242
Treinta y tres (33) años después del genocidio en Béziers, la Inquisición buscaba herejes hasta debajo de las piedras con particular ahínco en la Provence, en el Languedoc y en toda la Francia meridional. Al frente de estas expediciones punitivas estuvieron el dominico Guillaume Arnaud y -dizque para paliar la proverbial brutalidad dominica- el franciscano Etienne de Saint-Thibéry. Esta pareja siniestra, con el resto de la patulea inquisitorial, articularon una espesa red de exploratoris (chivatos) que cobraban dos marcos de plata por cada denuncia que prosperase –léase, que el chivateado, hereje u ortodoxo, terminara en la pira o emparedado en cualquier muralla.
Haciendo de las suyas, los torturadores llegaron a la literalmente fatídica aldea de Avignonet, cuyo alcalde (bailli) era Raimond d’Alfaro -en navarro, Ramón Alfaro. Toda la comarca era de obediencia cátara así que, alertados por los lugareños, las dignidades locales decidieron atacar a la comitiva pontificia. Y para lograrlo con cierto éxito, pidieron auxilio a Pierre-Roger de Mirepoix IX, el gran héroe de Avignonet y de Montségur. Por fortuna, la posteridad nos ha dejado su glorioso nombre (en occitano Pèire Rotger de Mirapeis, ca.1194-ca.1284; en adelante PRM), comandante del castillo de Montségur -entonces capital de la herejía cátara- y caballero faidit (nobles despojados de sus pertenencias por estar acusados de catarismo o, simplemente, por su rebeldía contra los invasores Cruzados) Acompañado de unas decenas de sus caballeros a los que se sumaron multitud de aldeanos, PRM decidió atacar a los inquisidores precisamente en la noche del 28.mayo.1242.
El sagrado delirio se refugia en los archivos
Desgraciadamente, el relato de aquella noche de heterodoxa gloria popular está monopolizado por una fuente tan mentirosa y tan proselitista como es el Archivo de la Inquisición de Carcasona. Si estamos tan perturbados como para suscribirla, en tal caso reproduciremos sus fantasías: los inquisidores fueron muertos a flechazos, a hachazos y/o, a cuchilladas. Y, en el colmo de la tergiversación sistemática de los hechos históricos, añaden esos archivos la consabida propina de que les hicieron beber plomo fundido, alquitrán licuado y resinas hirvientes –desde que descubrió la fundición de los metales, allá hace cinco milenios, Europa está obsesionada con achicharrar las entrañas de sus enemigos. Más aún, se acusa a PRM de haber regañado a los justicieros por no haberle aportado el cráneo del dominico Guillaume Arnaud con el que pensaba hacerse una copa –tuvo que conformarse con su (viperina) lengua, arrancada por el justo Guillaume de Plaigne. Pero la clerigalla inquisitorial no tiene límite: según el dichoso archivo, los inquisidores no se defendieron sino que, arracimados en santa compaña, cantaron el Te Deum mientras eran ajusticiados.
Avignonet 1242: La justicia popular dibujada en la época.La masacre de los legados en Avignonet, Jacques Fauché, 1960.
La justicia popular de Avignonet 1242 manipulada para el público moderno.Lo que prevalece a través de los siglos:
pía estampita sobre la ejecución de los inquisidores en Avignonet 1242.
Arriba, los torturadores santificados; abajo, el momento estelar de la Humanidad medieval.
Ornamentaciones inquisitoriales aparte, además de Arnaud y de Saint-Thibéry, fueron ejecutados otros dos dominicos y un franciscano, amén de un notario, varios familiares de la Inquisición, el prior del convento local y varios sirvientes. Semejante atrevimiento popular enfureció a la ya de por sí furiosa corte cívico-religiosa, con el Rey Santo a su cabeza. Dos años después, coaligadas las fuerzas sacro-satánicas, sitiaron durante meses el castillo de Montségur, PRM capituló, 200 cátaros fueron quemados vivos y el gran héroe PRM desapareció de los anales. O, mejor dicho, su egregia figura fue sustituida por las zafias mentiras de la Inquisición, la Corona y el Papado.
El castillo de Montségur en una postal casi contemporánea. La justiciera ejecución en Avignonet 1242 fue el pretexto para la destrucción, en marzo de 1244, de este penúltimo reducto albigense. Pretexto innecesario pues los santos reyes y los regios Papas ya habían decidido exterminar a aquellos ‘herejes’.
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