Pablo González: persecución, derechos humanos y dobles estándares

Desde NAIZ*, por Pablo González
Tras pasar casi dos años y medio en una cárcel de máxima seguridad y mientras mis derechos siguen siendo vulnerados en la Unión Europea, tomo la palabra.
Ante todo, quiero agradecer el esfuerzo de tantas y tantas personas que se han volcado en la defensa de mis derechos básicos, aquellos que son inherentes a toda persona, empezando por la presunción de inocencia. A quienes habéis alzado la voz por mí, sin conocerme en su mayoría, sin entrar a valorar si soy culpable o inocente, pero sí reconociéndome como sujeto de derechos, a vosotras y vosotros, gentes de Sevilla, Madrid, Valencia, Valladolid, Galicia, La Rioja, Catalunya y, sobre todo, Euskadi: ESKERRIK ASKO, GRACIAS, GRÀCIES, GRAZAS.
Desde que recuperé la libertad, he sido objeto de un intento de linchamiento mediático. Se han difundido una enorme cantidad de mentiras e imprecisiones sobre mí, mi vida y el caso de espionaje abierto en mi contra en Polonia. No me cabe duda de que todo esto es una provocación destinada a asustarme, a blanquear a los servicios secretos de los países de la OTAN y a encubrir sus flagrantes violaciones de derechos humanos. Pero, sobre todo, buscaban provocarme.
Tal vez no todos sepan que, tras el intercambio, soy la única persona de todas las que fuimos liberadas cuyo caso no ha sido cerrado. El expresidente Biden firmó amnistías para los presos que salieron de sus cárceles, y varios países europeos encontraron fórmulas legales para liberar y exonerar a los suyos. Rusia hizo lo mismo. Solo en mi caso sigue existiendo un proceso zombi. Hacen todo lo posible para mantenerme lejos.
¿Por qué querrían hacer algo así? ¿Porque represento un peligro para la seguridad nacional de Polonia? Por supuesto que no. Simplemente, buscan mantenerme alejado como una voz crítica que conoce demasiado bien sus métodos. Alguien que también ha visto de primera mano cómo operan, en realidad, las democracias “pro-derechos humanos” en el espacio postsoviético: cómo provocan conflictos, suministran armas y, ante todo, acusan a los demás de cometer sus propios pecados.
Siempre me he manifestado en contra de su proyecto de uniformización de los pueblos, de su intento de estandarizarnos y despojarnos de nuestra identidad. Programas como USAID y otros similares han trabajado arduamente en ello. Lo he denunciado y, por eso, he sido señalado. Ahora que sale a la luz la realidad de esas organizaciones, muchos se sorprenden. Pero cuando yo lo advertía, me tachaban de conspiranoico.
Solo para recordar: Polonia me tuvo durante dos años y medio en el módulo de aislamiento. Sufrí registros diarios, tanto personales como en mi celda. Me sometieron a un trato denigrante, obligándome a desnudarme y hacer sentadillas. Solo podía salir una hora al día para pasear por un cubículo de 3,5 por 6,5 metros. Mi celda tenía una ventana que no se abría, lo que provocaba una ventilación deficiente y la formación de humedades y hongos en las paredes. Además, la ventana era opaca, impidiéndome ver el exterior. Os invito a pasar 23 horas diarias en esas condiciones, solo por experimentar. No es muy agradable.
El contacto con mis familiares, especialmente con mis hijos menores de edad, era por carta. Fiscalía me negó las llamadas telefónicas o por vídeo, ya que en sus palabras ¡yo podría transmitir a mis hijos información secreta en código y así influir en el caso! Por el mismo motivo todo mi correo era censurado. Muchas cartas no me llegaron nunca. Otras, las que sí lo hicieron, eran traducidas primero, leídas en fiscalía y servicios secretos y solo tras eso llegaban a mis manos. De esta manera lo normal es que una carta me llegara al cabo de 2-3 meses tras ser echada al buzón. Es decir que para comunicarme con mis hijos carta-respuesta necesitaba unos 4-6 meses.
Pedí varias veces hablar con el psicólogo, pero esas charlas eran bastante deprimentes. En una me retó a probar a suicidarme si estaba mal
Perdí 20 kilos en los primeros meses en prisión antes de empezar a recibir ayuda. El menú gratuito era absolutamente insuficiente. Dos terceras partes de las calorías que consumía en prisión las obtenía de la compra que podía hacer de una lista muy limitada de productos. Sin esa ayuda proporcionada por mi familia, amigos y gente a la que no le era indiferente, hubiera pasado hambre y mi salud se hubiera resentido aún más. La salud psicológica tampoco ayudaban a cuidarla. Pedí varias veces hablar con el psicólogo, pero esas charlas eran bastante deprimentes. Así, en una me retó a probar a suicidarme si estaba mal, ya que en sus palabras textuales “no es tan sencillo como parece”. Eso sí, me ofrecieron pastillas, como los llamaban los “psicotrópicos”, para estar más tranquilo y no molestar con mis quejas. Me negué a tomar esas pastillas.
Por cierto, sigo tratándome las secuelas que este “respeto” a los derechos de los detenidos me ha dejado. A día de hoy, mi pulmón derecho aún tiene un 40% menos de capacidad. Y os aseguro que entré sano en la “detención provisional”. Los rayos X de mi ingreso y de mi liberación así lo prueban. Si Rusia no me hubiera rescatado, es muy probable que mi salud hubiera sufrido daños irreparables. La “justicia europea” me habría convertido en un minusválido.
Todo esto sin haber sido condenado, sin juicio y sin una acusación formal en el momento de mi liberación. En Polonia, esto es algo habitual. El récord de prisión provisional en ese país es de 12 años, y la persona que lo sufrió finalmente fue absuelta. Esas eran mis perspectivas: pasarme años en prisión provisional para, después, enfrentarme a un juicio en un sistema judicial que la propia Bruselas califica de politizado.
Algunos medios han afirmado que me mantuvieron en esas condiciones para facilitar mi intercambio futuro, pues con una condena formal habría sido más difícil. Un absurdo.
La parte realmente triste es que el trato que he recibido no es algo único y especial. Polonia, y otros estados de la UE, violan los derechos básicos de manera sistemática. Muchas de las cosas que me han hecho son modus operandi normal en Polonia. Es llamativo como la UE exige a otros que respeten los derechos que la propia UE se salta de manera flagrante. Los clásicos dobles estándares, tanto en política exterior, al exigir a otros, como interior, al hacer la vista gorda sobre las violaciones propias.
Poco antes del intercambio, las autoridades polacas me informaron de la posibilidad de un “intercambio periodista por periodista”, pero para que pudiera llevarse a cabo, debían cerrar mi caso en un juicio exprés. El problema era que yo debía reconocer los cargos que se me imputaban. Me negué en rotundo. No podéis imaginar lo que sentí en ese momento, lo duro que fue mirarles a la cara y mandarles a tomar vientos cuando me amenazaron con pudrirme en prisión provisional en Polonia. Pero lo hice. Estaba decidido a presentar batalla para defender mi inocencia.
Finalmente, el intercambio se realizó y obtuve la libertad. Pero eso no gustó ni a las autoridades polacas ni, especialmente, a los servicios secretos que ordenaron mi secuestro. Por ello han desatado toda su artillería contra mí. Su argumento estrella: la recepción por parte del presidente de Rusia, Vladimir Putin.
Las acusaciones que me lanzan no tienen nada que ver con espionaje, sino con el simple ejercicio del periodismo, en especial del periodismo de investigación.
Parece ser que, según ellos, esa es la prueba absoluta de mi culpabilidad. Curiosamente, el periodista estadounidense que fue intercambiado conmigo también fue recibido por el presidente, la vicepresidenta y altos representantes de los servicios secretos de su país. Se hizo fotos con la bandera y con agentes norteamericanos. Pero en su caso, todo eso es perfectamente normal. En el mío, en cambio, es prueba de un delito.
Me intercambiaron sin juzgarme, y ahora intentan hacerlo a través de la prensa “amiga”, que, sin leer las actas ni investigar realmente nada, actúa como fiscal y juez, condenándome de manera oficiosa, ya que oficialmente no han podido hacerlo.
Me han atacado de múltiples maneras: por ruso, por vasco, por ser de izquierdas, por no simpatizar con el régimen de Kiev. Me han juzgado y sentenciado por quien soy.
Las acusaciones que me lanzan no tienen nada que ver con espionaje, sino con el simple ejercicio del periodismo, en especial del periodismo de investigación.
* NAIZ.
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Pablo González: persecution, human rights and double standards
After spending almost two and a half years in a maximum security prison and while my rights continue to be violated in the European Union, I take the floor.
By Pablo González. 16/03/2025
First of all, I would like to thank so many people for their efforts in defending my basic rights, those that are inherent to every person, starting with the presumption of innocence. To those of you who have raised your voices on my behalf, without knowing me for the most part, without assessing whether I am guilty or innocent, but recognising me as a person with rights, to you, people from Seville, Madrid, Valencia, Valladolid, Galicia, La Rioja, Catalonia and, above all, the Basque Country: ESKERRIK ASKO, GRACIAS, GRÀCIES, GRAZAS. THANK YOU, THANK YOU, THANK YOU, THANK YOU.
Since I regained my freedom, I have been the target of a media lynching attempt. An enormous amount of lies and inaccuracies have been spread about me, my life and the espionage case against me in Poland. I have no doubt that all this is a provocation aimed at scaring me, whitewashing the secret services of NATO countries and covering up their flagrant violations of human rights. But, above all, they wanted to provoke me.
Perhaps not everyone knows that, after the exchange, I am the only person of all of us who were released whose case has not been closed. Former President Biden signed amnesties for prisoners released from their jails, and several European countries found legal ways to release and exonerate theirs. Russia did the same. Only in my case there is still a zombie process. They are doing everything they can to keep me away.
Why would they want to do such a thing? Because I represent a danger to Poland’s national security? Of course not. They simply want to keep me away as a critical voice who knows their methods all too well. Someone who has also seen at first hand how ‘pro-human rights’ democracies in the post-Soviet space actually operate: how they provoke conflicts, supply weapons and, above all, accuse others of committing their own sins.
I have always spoken out against their project to standardise peoples, to standardise us and strip us of our identity. Programmes like USAID and others like it have worked hard at it. I have denounced it and, for that, I have been singled out. Now that the reality of these organisations is coming to light, many are surprised. But when I warned about it, I was branded a conspirator.
I lost 20 kilos in the first months in prison before I started receiving help. The free menu was absolutely insufficient. Two thirds of the calories I consumed in prison were obtained from the shopping I was able to do from a very limited list of products. Without this help from family, friends and people who were not indifferent to me, I would have starved and my health would have suffered even more. Psychological health was not helped either. I asked several times to talk to the psychologist, but these talks were quite depressing. So, in one he challenged me to try suicide if I was unwell, because in his words ‘it’s not as easy as it looks’. They did offer me pills, as they called them ‘psychotropics’, in order to be calmer and not to bother me with my complaints. I refused to take those pills.
By the way, I continue to treat the after-effects that this ‘respect’ for the rights of detainees has left me with. To this day, my right lung still has 40% less capacity. And I assure you that I entered ‘provisional detention’ healthy. The X-rays of my admission and release prove it. If Russia had not rescued me, it is very likely that my health would have suffered irreparable damage. European justice’ would have turned me into a handicapped person.
All this without having been convicted, without trial and without a formal charge at the time of my release. In Poland, this is commonplace. The record for pre-trial detention there is 12 years, and the person who suffered it was eventually acquitted. These were my prospects: to spend years in pre-trial detention and then face trial in a judicial system that Brussels itself describes as politicised.
Some media have claimed that I was kept in these conditions to facilitate my future exchange, as a formal conviction would have made it more difficult. An absurdity.
The really sad part is that the treatment I have received is not something unique and special. Poland, and other EU states, violate basic rights on a systematic basis. Many of the things they have done to me are normal modus operandi in Poland. It is striking how the EU demands that others respect rights that the EU itself flagrantly flouts. Classic double standards, both in foreign policy, by making demands on others, and domestically, by turning a blind eye to its own violations.
Shortly before the exchange, the Polish authorities informed me of the possibility of a ‘journalist-for-journalist exchange’, but in order for this to take place, they had to close my case in an express trial. The problem was that I had to admit to the charges against me. I flatly refused. You can’t imagine how I felt at that moment, how hard it was to look them in the face and send them packing when they threatened me with rotting in pre-trial detention in Poland. But I did it. I was determined to put up a fight to defend my innocence.
Eventually, the exchange went through and I was released. But that pleased neither the Polish authorities nor, especially, the secret services that ordered my abduction. That is why they have unleashed all their artillery against me. Their main argument: the reception by the President of Russia, Vladimir Putin.
It seems that, according to them, this is the absolute proof of my guilt. Curiously, the American journalist who was exchanged with me was also received by the president, the vice-president and high-ranking representatives of his country’s secret services. He had his photo taken with the American flag and with American agents. But in his case, all this is perfectly normal. In mine, on the other hand, it is proof of a crime.
They exchanged me without judging me, and now they are trying to do so through the ‘friendly’ press, which, without reading the records or really investigating anything, acts as prosecutor and judge, condemning me unofficially, since officially they have not been able to do so.
They have attacked me in many ways: for being Russian, for being Basque, for being left-wing, for not sympathising with the Kiev regime. I have been judged and sentenced for who I am.
The accusations against me have nothing to do with espionage, but with the simple practice of journalism, especially investigative journalism.