Piketty contra Marx: el capital en el siglo XXI
Diego Farpón. LQSomos. Marzo 2016
Escribe muchas cosas reaccionarias Thomas Piketty en su obra El capital en el siglo XXI, como corresponde a un defensor del capitalismo. Sin embargo, su obra ha tenido resonancia entre la gente de izquierdas, y recientemente en distintos portales de información crítica han vuelto a aparecer varios textos que recomiendan leer el libro de Piketty –de manera positiva, no para criticarlo y combatir el pensamiento hegemónico-.
Piketty nos dice que “el capitalismo produce mecánicamente desigualdades insostenibles, arbitrarias, que cuestionan de modo radical los valores meritocráticos en los que se fundamentan nuestras sociedades democráticas. Sin embargo, existen medios para que la democracia y el interés general logren retomar el control del capitalismo y de los intereses privados, al tiempo que rechazan los repliegues proteccionistas y nacionalistas. Este libro intenta hacer propuestas en ese sentido”.
Su obra se enmarca, pues, en la corriente que propugna una vuelta al capitalismo de antes de la crisis. Nada más alejado del marxismo, nada más utópico, nada más reaccionario en los tiempos actuales que muestran los límites objetivos del capitalismo y que requieren de una ofensiva de la izquierda revolucionaria –ofensiva que no se produce ni en lo orgánico ni en lo ideológico, lo que a la postre provoca confusión en todos los ámbitos y permite que personajes como Piketty irrumpan y hegemonicen el pensamiento no sólo de la clase trabajadora sino de dirigentes de izquierdas-.
Piketty, que publica su libro bajo el título de el capital en el siglo XXI, tampoco oculta nunca haber leído al completo el capital de Karl Marx, en distintas entrevistas. Es tan absurdo el libro de Piketty, quien escribe contra la economía política –contra la ciencia de la economía, aunque tampoco tiene claros estos conceptos, como deja claro en la parte final de la obra-, que es difícil hacer una crítica breve.
Nos vamos a centrar en la aportación fundamental de Marx y Engels: su demostración de que el capitalismo es un sistema histórico y, por lo tanto, finito. Para Piketty el final del capitalismo es “el apocalipsis”. Pero a pesar de PIketty, que es tan ahistórico y tan acientífico como Fukuyama, ninguna sociedad es eterna, y no hay solución para salvar el capitalismo y que funcione correctamente –aunque se atreva a decir esta estupidez en mitad de la crisis orgánica que estamos viviendo-:
“La solución correcta es un impuesto progresivo anual sobre el capital; así sería posible evitar la interminable espiral de desigualdad y preservar las fuerzas de la competencia y los incentivos para que no deje de haber acumulaciones originarias”.
Un impuesto, porque eso es todo lo que aporta Piketty tras cientos y cientos de páginas: un impuesto sobre el capital y arreglamos la sociedad… un pensamiento tremendamente pobre, en consonancia con las aportaciones históricas que hace el pensamiento burgués a las distintas ciencias y, sin embargo, desde la izquierda se le han abierto las puertas. Lo único que aporta el libro, eso sí, son un montón de datos y tablas estadísticas. Lástima que Piketty no sepa interpretarlas y, cual economista premarxista, se quede en la apariencia de los datos.
No voy a preguntar, porque eso sería demoledor y no tendría sentido seguir escribiendo, si ese impuesto que reclama Piketty es sólo para que la sociedad occidental pueda seguir viviendo a costa de someter a la mayoría del mundo a la pobreza, o en su hueca cabeza piensa que un impuesto puede solucionar el capitalismo como lo que es, un sistema global de administración de miseria, hambre y guerra y muerte.
El fin del capitalismo
Como hemos señalado más arriba una de las grandes aportaciones del marxismo es la objetividad del final del capitalismo, idea que vertebra el pensamiento no sólo económico, sino que fue también motivo del nacimiento del materialismo histórico, y elemento fundamental para la comprensión de la concepción de la lucha de clases, porque Engels y Marx aglutinan todas las ciencias: no se puede comprender la economía política sin el materialismo histórico, pero tampoco el materialismo histórico sin la economía política, ni estas dos ciencias se pueden comprender al margen de la realidad, al margen de la historia viva, de la economía viva: no se pueden comprender al margen de la lucha de clases.
En el terreno de la economía la ley más importante es la de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Así explicaron Engels y Marx la necesidad del final del capitalismo, el límite histórico objetivo que produciría el colapso del capitalismo y el surgimiento de una nueva sociedad.
Partiendo de la base de que es la naturaleza y la transformación de la misma la fuente de la riqueza (la transformación del árbol en silla, del crudo en gasolina…) el marxismo sostiene que quien lleva a cabo dicha acción –la clase trabajadora- es quien genera la riqueza.
El marxismo distingue dos tipos de capitales: el capital variable y el capital constante. El capital variable es aquel que se invierte en factor trabajo (trabajadoras/es), el capital constante es aquel que se invierte en medios de producción (energías, materiales, maquinaria…).
De esta forma, es el capital variable, el que se invierte en la fuerza de trabajo, esto es, el que permite la acción de la transformación de la naturaleza, el único capital que crea excedente. El capital variable mediante la venta de la mercancía que la clase trabajadora ha producido se divide en dos: por una parte se convierte en el salario de la clase trabajadora, por otra parte surge en forma de excedente, de plusvalía: la apropiación de parte del trabajo que la clase trabajadora realiza y de la que se apropia el/la capitalista.
Así el marxismo explica que a medida que aumenta el capital constante –por ejemplo porque la tecnología, maquinaria, es cada vez más cara- su peso relativo frente al capital variable es cada vez mayor: proporcionalmente hoy una empresa de automóviles invierte más en capital constante en relación al capital variable que cuando surgió la industria automovilística. Por lo tanto el capital que genera plusvalía es cada vez menor.
De aquí se desprende, en primer lugar, la ya señalada ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia –y como en toda ciencia hay factores que contrarrestan esta tendencia: ni la historia, ni la economía, ni la lucha de clases, ni la vida son lineales-; en segundo lugar el aumento de la composición orgánica del capitalismo –cada vez es mayor la proporción de capital constante en relación al capital variable-; en tercer lugar cada vez le es más difícil al capitalista lograr la reproducción ampliada del capital –obtener plusvalía y reinvertirla para poder competir con el resto de capitales y sobrevivir, pues el capital que obtiene una mayor plusvalía obtiene más capital para reinvertir, para producir cada vez más y acaparar mercado y expulsar al resto de capitales con los que compite-, lo cual nos llevaría hasta la concentración y centralización del capital… fenómenos, ambos, que no sólo son cada día mayores, sino que además hoy, en mitad de la crisis, adquieren formas dramáticas y que, incluso un observador superficial del mundo, como Piketty, podría advertir.
Piketty, más allá de decir que el capitalismo no cayó, más allá de decir que el apocalipsis no se produjo, ¿es capaz de demostrar la invalidez del pensamiento económico marxista? No. No sólo no es capaz de demostrar la invalidez del pensamiento marxista sino que no es capaz de señalar cómo funciona el mundo, sólo de darse cuenta de que cada vez las desigualdades son mayores.
La pregunta es, pues: ¿es vigente la tendencia decreciente de la tasa de ganancia? Es evidente que la forma concreta del modo de producción capitalista –el modelo- en el siglo XIX y en el siglo XXI no es igual: pero tampoco es igual en 2016 el modelo de producción en Alemania que en el Estado español, y los dos modelos se corresponden con el modo de producción capitalista. En cada época, desde que surgió el capitalismo el modo de producción es el capitalismo, pero la forma en que se concreta es distinta, y dentro de cada época en cada país adquiere una nueva concreción, un nuevo modelo, y así llegamos a la actualidad, la época del imperialismo, que se concreta, en cada país, de una forma distinta, tan distinta como es distinta hoy la situación de Francia, Perú o Siria –donde, en cada país, la economía no se puede desligar de la historia, de la trata de mujeres y la vida y la muerte, porque, insistimos, intentar analizar la economía al margen del marxismo –al margen de la sociedad y de la lucha de clases- puede servir, como para Piketty, para escribir cientos de páginas que no dicen nada, pero no sirve para comprender nada de la vida… ni de la propia economía. Engels y Marx analizaron un modo de producción: el capitalista; y siglo XIX o siglo XXI el capitalismo es capitalismo. Y además la pugna despiadada por la obtención de plusvalías es más aguda que nunca: el capitalismo hoy –con las crisis se agudizan las tendencias- se parece mucho más al capitalismo que señaló Marx que a cualquiera de las ocurrencias que han dado por superado su pensamiento, incluido Piketty.
Pero, ¿y la revolución socialista?
¿Engels y Marx se atrevieron a predecir el futuro? Sí, porque ese y no otro es el sentido de las ciencias. ¿De qué nos sirven las ciencias sino para saber que el avión será capaz de volar y no nos estrellaremos? Y sin embargo, ¿cuántos aviones no cayeron y caen? ¿Cuántas veces las ciencias que presumen de ser exactas tienen que corregirse a medida que se producen avances en el campo de la técnica y del pensamiento? Si las ciencias no estuviesen corrigiéndose día a día no serían ciencias, sino dogmas.
En 1892 Engels escribía un prefacio para la situación de la clase trabajadora en Inglaterra y señalaba: “he puesto cuidado en no tachar del texto muchas profecías –entre ellas la de la inminente revolución social en Inglaterra-, inspiradas por mi ardor juvenil. No tengo la menor intención de presentar mi libro ni de presentarme a mí mismo como mejores de lo que entonces éramos. Lo admirable no es que muchas de estas profecías hayan fallado, sino el que tantas hayan resultado acertadas”.
Hablando de economía –discutiendo sobre cómo se distribuye la burguesía la plusvalía-, en su carta a Werner Sombart, Engels sostiene: “¿cómo se produce, pues, el proceso de nivelación? Es un problema de extraordinario interés, del que el propio Marx no dice mucho. Pero toda la concepción de Marx no es una doctrina, sino un método. No ofrece dogmas hechos, sino puntos de partida para la ulterior investigación y el método para dicha investigación. Por consiguiente, aquí habrá que realizar todavía cierto trabajo que Marx, en su primer esbozo, no ha llevado hasta el fin”.
¿Qué ocurre, pues, con el fin del capitalismo –con el, ya sabéis, apocalipsis de Piketty-? Ocurre que todavía no se ha producido. Muy poquitas veces en la historia un modo de producción alcanza el límite histórico –como fue el caso del Imperio Romano-. Habitualmente una invasión pone fin a una sociedad cuando esta aún se podría haber desarrollado durante muchos cientos de años. ¿No había un desarrollo capitalista para Afganistán, Irak o Libia? Sí, pero la barbarie y el propio desarrollo del imperialismo ahogan en sangre a los pueblos y no dejan que las historias sigan sus caminos.
¿Cuánto tiempo tardará en caer el capitalismo? Eso no lo podemos saber: aún le queda mucho camino por recorrer, pero a diferencia de las sociedades que nos precedieron conocemos cómo funciona la sociedad en la que vivimos, y conocemos sus límites objetivos. Si queremos perecer con nuestra sociedad o transformarla antes de que nos lleve al abismo es responsabilidad nuestra. Sabemos, quienes analizamos desde el marxismo, que la crisis actual bajo las coordenadas de los gobiernos burgueses no tiene salida –aunque los Piketty no comprendan el mundo y reclamen en medio de la crisis más fuerte de la historia del capitalismo la necesidad de un impuesto para revertir lo que en el capitalismo es irreversible-, y sabemos que bajo gobiernos reformistas se profundizará en la agonía para la mayoría social –aunque muchos economistas, incluido Varoufakis, parecieran decepcionados por Syriza-. Sabemos que China va a estallar, aunque no le podamos poner un día y una hora –y lo sabemos desde hace mucho tiempo, aunque el día que ocurra las cátedras de economía se sorprenderán-. Sabemos que habrá nuevas guerras, que en el siglo XXI la forma imperialista que adopta el capital no es algo que se pueda elegir, que no es una cuestión de buenos o malos, sino que se corresponde con las necesidades del modo de producción –aunque a los Piketty les gustaría un imposible capitalismo bonito y responsable-. Sabemos que no importan los límites ecológicos y que de nada sirve luchar por un planeta sostenible si no luchamos contra el capitalismo: la vida no está contemplada como argumento en el modo de producción capitalista. Y sabemos que si el capitalismo es capaz de aplazar la actual crisis –sea mediante la guerra, sea mediante cualquier argucia- la próxima crisis –porque necesariamente habrá próxima crisis- será muchísimo mayor.
¿La revolución socialista llegará? No. Al menos no llegará porque sí. A diferencia de los anteriores cambios que se produjeron en la historia la revolución socialista no espera al final del desarrollo del capitalismo, sino que la clase trabajadora se organiza para traerla. Nadie se organizó conscientemente para acabar con el Imperio Romano y traer el feudalismo; nadie se organizó conscientemente para acabar con el feudalismo y traer el capitalismo: fue el transcurso de la historia. Pero transformada la historia y la economía en ciencias hoy sabemos que la lucha de clases es el motor de la historia y podemos influir en ella. A Engels y a Marx les hubiera gustado ver la revolución socialista, y por eso lucharon, por eso la situaron como objetivo político, social y económico en el horizonte de sus vidas y sus trabajos. No por determinismo, sino porque escribieron y lucharon por la vida, para la vida. Elegir entre el apocalipsis de la vida tal y como la concebimos o la transformación de la sociedad es decisión nuestra.