Rebotes: a partir de Carlos Fuentes
Ahora bien, el autor falla justamente en sus novelas propiamente históricas… Entre Cambio de piel y Cristóbal nonato se alza Terra Nostra , construcción colosal de más de 800 páginas que termina siendo, según creo, una gigantesca máquina funcionando en el vacío.
Jaime Concha
En cambio, quizás yo sea un ser artificial, una persona imaginaria. Le pido a grito a mi memoria que regrese y me salve de la imaginación destructiva.
Carlos Fuentes. La frontera de cristal (1995)
Ahora que merma la conmoción ante la muerte del escritor mexicano nacido en Panamá en 1928, acaecida el 15 de mayo de 2012, le toca a este relato menor, hacedor de mi Carlos Fuentes, plantear su semblanza del autor de Cervantes o la crítica de la lectura (1976).
Para empezar, está la primera y única vez que lo vi en persona, en una charla que dio en Toledo, Ohio, a raíz de la publicación de El espejo enterrado (1992). Excelente oportunidad para corroborar lo que, en uno de sus cuentos, había dicho en broma, aunque, al escucharlo, parecía en serio: sólo hay dos mexicanos que hablan bien el inglés, Jorge Castañeda y Carlos Fuentes. De esa visita recuerdo el comentario que me hizo el profesor marxista filipinoamericano, Epifanio San Juan, sobre la ingenuidad de Fuentes en cuanto a su insistencia en lo barroco latinoamericano. Guardé silencio.
Además de esa vez que lo vi en persona, la otra proximidad con el escritor se dio en marzo de 2008, cuando estuve en la Biblioteca Carlos Fuentes de Xalapa, Veracruz. De esta cercanía mediatizada, quedó un recuerdo contradictorio: el del edificio relativamente grande, robusto, al que le faltaban libros. ¿Más cuerpo que alma? ¿Más fachada que sustancia? Imagen de una casa grande con más cuartos que hijos que la ocuparan. Por eso, aunque tenía traducciones de sus libros a otros idiomas, la biblioteca nunca se me pareció al escritor.
En cuanto a su literatura, como lector puertorriqueño, ninguno de sus libros me tocó tanto como el de ensayos, Tiempo mexicano (1971), cuya a referencia al Estado Libre de Puerto Rico me sacó de balance. Por primera vez vi de cerca algo que entendía, pero que nunca había visto así, a calzón quitado, dicho por un no puertorriqueño: Puerto Rico es lo que no le debe pasar a ningún otro país latinoamericano.
Veinticinco años después, en Los ciudadanos de la morgue (1997), Iván Silén le devolvía a Fuentes el tiempo puertorriqueño: “Todo lo que [Estados Unidos] ensayó en Puerto Rico durante noventa y ocho años [1898-1996] ahora se practica cínicamente en el resto de Latinoamérica [desde 1994] con el Tratado de Libre Comercio.”
De sus novelas, La muerte de Artemio Cruz (1962) será siempre mi favorita: puesta en escena de la etapa conservadora de la revolución, cuando los nuevos ricos redefinen los intereses a partir de 1940. A su vez, La región más transparente (1958) es la novela que más me interesa releer, sobre todo para ver la ciudad de México de 1950 desde la pintura de Diego Rivera. De Cambio de piel (1967), nunca olvidaré la vez que uno de los personajes se pone un libro de almohada. Y de Terra Nostra (1976) me quedará el ingrato recuerdo del que se sintió vencido por la obra total (segunda de sus novelas en la lista de relecturas). Ninguno de sus cuentos, una politización de lo magicorrealista, me gustó tanto como “Chac Mool” (1954), sobre todo por la influencia que tuvo en el de Rosario Ferré, “La muñeca menor” (1976).
En cuanto a la política de Fuentes, recuerdo de primera instancia lo peor: la vez que, en el supermercado Pueblo de Isla Verde, Puerto Rico, en la zona de los vinos, me encontré su prólogo en el libro del Carlos Slim venezolano, Gustavo Cisneros: Un empresario global (2005). ¡El horror! Además, cuando leí Contra Bush (2004), me pregunté si no debió Fuentes, como mexicano, haber escrito uno contra Clinton, que fue más duro con México. Sobre Hugo Chávez, dijo en You Tube que era un payaso, comentario que me pareció incompleto.
En la entrevista que publicó el El País el 14 de mayo, hecha mientras se encontraba en La Feria del Libro de Buenos Aires a principios de mayo, Fuentes habló como una persona de 84 años que se sentía llena de energías. Entre otras cosas, dijo que no tenía ningún miedo literario, que estaba escribiendo dos libros y que se sentía feliz con su mujer y con la vida que tenía en frente. Al siguiente día, el 15 de mayo, el titular de El País anunció su muerte. Efecto literario: ¿qué había pasado con el escritor enérgico del día anterior?
Rebotes. La muerte de Fuentes me hizo pensar instintivamente en Eduardo Galeano (1940). ¿Le toca al uruguayo tomar el próximo tren? ¿O está primero el escritor cubano Roberto Fernández Retamar (1930)? ¿O el artista uruguayo Carlos Páez Vilaró (1923)? ¿O el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer (1907)?
Entropía.