Recordando al poeta Enrique Banchs
Arturo Seeber*. LQSomos. Marzo 2015
Enrique Banchs, probablemente el más grande poeta argentino, es un caso curiosamente excepcional. Pese a vivir hasta los ochenta años, toda su obra poética la publica entre los diecinueve y veintitrés años: a partir de entonces se sume en un casi total silencio creativo. A tal punto, que su obras pasó sin reeditarse hasta que, en el año 1981, trece años después de su muerte, la Academia Argentina de las Letras edita en un tomo su obra poética , y en 1983 el conjunto de su prosa.
Desarrolló el resto de su vida una labor periodística, en el diario La Prensa y en la revista Atlántida, y por muchos años hasta su jubilación dirigió la revista del ex Consejo Nacional de Educación El Monitor de la Educación Común. Fue, también, miembro de la Academia Argentina de Letras.
Publica su primer libro en el año 1907, Las barcas. Con algunas reminiscencias del modernismo, pero sin la pompa y grandilocuencia de Rubén Darío, ya perfila su estilo de extrema sencillez que caracterizará al resto de su obra. Abra el libro con este poema, en versos pareados de catorce sílabas:
Las barcas
—Las proas están puestas a los descubrimientos,
Las aguas nos abrazan, nos conversan los vientos,
Orión, estrella amada de los peregrinantes,
alfombra nuestra ruta de flecos rutilantes.
Nuestras quillas se han hecho de cedros olorosos
con hachas perfumadas y cantos vigorosos;
desatamos las velas en una primavera,
las largas velas suaves como piel de pantera.
Vamos a las orillas del golfo del ensueño
como una melodía desgramada en un sueño.
Sabemos las palabras, de desalientos salvas,
que al morir de las noches conjuran vastas albas,
propiciamos las paces con cordajes orfeos
que alzan sobre los mares líricos apogeos.
Para volver con astros llevamos nebulosas
y llevamos simiente para volver con rosas.
Ya nada nos detiene, Somos águilas sueltas
y tanto hemos andado que olvidamos las vueltas
marcas sobre el ponto que gime y que se enarca…
¡Gloria al esfuerzo virgen!¡Paso a la nueva barca!…
Ya nos dará muestra de su maestría en el soneto, forma poética por entonces poco usual en Argentina, de la que El santo es uno de sus mejores ejemplos:
El santo
En el vetusto porque de la iglesia pueblana,
un santo de madera, desde hace ochenta años,
siente caer la lluvia que rueda de los caños
sobre las humildades de su cabeza cana.
En la espalda del santo, donde se unen los paños
de su traje simplista con la ojiva ventana,
al ritmo de los cantos de la ingenua campana,
han hecho tibio nido los pájaros huraños.
Y cada primavera, como abriéndose un arca,
salen muchos gorriones del hombro del patriarca
y se van los gorriones con la nube que pasa.
Mientras se queda el santo con su rostro de asceta
y su cabeza cana. La mano siempre quieta
bendice largamente los pinos de la plaza…
En 1908 aparece su segundo libro, El libro de los elogios, y en 1909 El Cascabel del Halcón. Concluye de publicar en 1911 con La urna, una colección de cien sonetos endecasílabos, del cual trascribo el primero:
Entra la aurora en el jardín, despierta
los cálices rosados; pasa el viento
y aviva en el hogar la llama muerta,
cae una estrella y raya el firmamento;
canta el grillo en el quicio de una puerta
y el que pasa detiénese un momento,
suena un clamor en la mansión desierta
y le responde el eco soñoliento;
y si en el césped ha dormido un hombre
la huella de su cuerpo se adivina;
hasta el mármol que tenga escrito un nombre
llama al Recuerdo que sobre él se inclina…
Sólo mi amor estéril y escondido
vive sin hacer señas ni hacer ruido.
Una vida burguesa, sencilla, laboriosa, sin los rimbombantes contrastes de la de Leopoldo Lugones; la muerte lo sorprendió en la vejez, serenamente, sin haberla llamado.
Más artículos del autor
* Arturo Seeber es miembro de la Asamblea de redacción de LQSomos.