Sudáfrica: visiones de una tierra con Festival de Jazz al fondo (II)


Pero lo mejor anda por llegar. Bajamos hasta el Centro de Con-venciones. El Festival acaba de co-menzar, consultamos el programa. Siete de la tarde, cinco escenarios: Kippies, Basil «Manenberg» Coet-zee, Rosies, Moses Molelekwa y Bassline, este último destinado a Hip hop y DJ´s. Cruzamos el Kippies, la enorme nave central que inaugura Mafikizolo en una suerte de gospel efecto llamada para la gente que se va congregando en los asientos traseros y en el enorme espacio diáfano frente al escenario. En el Manenberg ya suena la guitarra de Errol Dyers al mando de un cuarteto de músicos jóvenes que va emocionando con su cape jazz a la audiencia que se acerca poco a poco a las tablas bajo el paso elevado de la N2. Resulta emotivo estar ahí con Luca, abrazados, cerveza en mano, presumiendo de mi pase de prensa, jugando a los reporteros, sin pisar una rueda de prensa, mientras suena de pronto para nosotros esa música que con el tiempo ha llegado a comandarme el alma: District Six, standars de Robbie Jansen y Zacks Nkosi, pocas veces he sentido tanta consciencia y gratitud por estar donde estoy… y suena la trompeta y el bajo y el trombón y la guitarra y el sol se pone veloz en Cape Town mientras llega la gente linda de toda Sudáfrica y todos bailan con ese estilo desenfadado e innato que Luca y yo intentamos recobrar y sale bien, porque la gente nos mira y sonríe, sonrisas de aceptación, miradas concordantes de los lim-piadores, vendedores mestizos de biltong, camareros, estudiantes, artistas y agentes invisibles de seguridad, jamás se vio en Europa una organización igual, 30.000 gatos viviendo la música y divirtiéndose sin el menor altercado, sin la menor disputa, sabiendo bailar y beber y sonreír y flipar con cada solo, con cada voz, con cada soplo de libertad multicolor, una ciudad respirando en armonía los ritmos infinitos de este continente VIP, de esta nación ejemplar al final del túnel, al final de África, y en ese momento Cuba atraca en el escenario del Kippies con su Buena Vista Social Club, un milenio si se suman las edades, Omara Portuondo invita a bailar a Papi Oviedo y aquello se viene abajo, y a Luca y a mí se nos afloja la cadera y bailamos agarraos el Chan Chan entre un corro improvisado de pedis, xhosas, betswanas, in-dios, coloureds e ingleses; todo está bien porque en ese mismo momento Chano Domínguez está bosquejando flamenco al piano en el Rosies aunque no necesitemos escucharlo, otras veces lo hemos gozado en el Central o en el viejo San Juan (Evangelista), pero lo mismo nos encanta saberlo en Cape Town, restándole mediocridad a la marca España. ¿Otra birra, Luca? Las que haga falta, mi negrito. Afuera, al Manenberg se ha subido ya Jean-Luc Ponty con su banda, vamos a ver qué tal los gabachos taicuá, casi a desgana, una desidia que se evapora a la segunda nota de un violín wah wah azul cobalto escoltado por tres músicos excepcionales que hacen suya la paleta sonora del país que los acoge. El bajo del camerunés Guy Akwa Nsangué catapulta a la banda a lo alto de la Table en perfecta sintonía con las 176 teclas de William Lecomte y las baquetas estoparias de Damien Schmitt, fogonazo de talento. Alternamos con la diva Zonke, divinidad de voz comercial bien entendida, peleo dos Winhoek Lager en la barra, nos mecemos en un policromo mar de gente pasándolo en grande, y sucede que el tipo a mi lado alza su cuba libre y me dice, Man, I can see that you are having a great time; brindamos previa risotada escalante la la chilena.