Tiempo de eufemismos
Llamar al pan, pan, y al vino, vino, molesta.
Las palabras son obligadas a travestirse para no ofender, no delinquir, no difamar.
Existe miedo a usarlas con toda su fuerza.
De ahí esa ridícula obsesión por llamarnos ciudadanos, porque llamarnos pueblo, llamarnos trabajadores recuerda tiempos pretéritos en los que la dignidad, la imperiosa necesidad de emanciparse abría las venas del sistema.
Convertirnos en ciudadanos es incluirnos en una masa amorfa que exige algunos derechos pero no todos, en mi opinión es denominarnos de una forma que no quiere rupturas radicales, que pide paso con buenos modales para poner en orden algunas cosas, pero rechaza frontalmente el parto nuevo, con nuevas formas de organizarse.
Yo no quiero pertenecer a esa estirpe experta en eufemismos que tiembla cuando habla.
No me llaméis ciudadana, llamadme pueblo, raíz, entraña.
Llamadme tierra, libertad, fuego, aire.
Pero no me llaméis ciudadana, soy una poeta pueblerina que abandera palabras amargas para vaciar las bocas de hambre.
Escribo versos porque cada dolor, sueño, esperanza, bandera, tiene, aunque moleste, su nombre.