Tomar partido
Juan Gabalaui*. LQS. Julio 2020
Sin reparar las heridas. Sin reflexionar sobre el pasado. Sin justicia. Cómo se puede fundar una democracia con una mayoría de equidistantes. La democracia implica tomar partido. No podemos mirar nuestra historia y blanquearla
Valladolid comparte probablemente con Sevilla el tristísimo campeonato de ciudades y provincias en que mayor número de crímenes se cometieron en la zona nacional. Aparece en la capital castellana para unos y leonesa para otros, como en Madrid, una llamada Escuadra del Amanecer, que pertenece a la Falange y que justifica su denominación porque ejecuta a las víctimas en las primeras horas del día y en las carreteras. Esto fue escrito por Guillermo Cabanellas en su libro La Guerra de los mil días aludiendo a la represión que se vivió en Valladolid. El historiador Hugh Thomas señaló que un testigo ocular que vive en Valladolid dice que una patrulla del amanecer de falangistas, al comienzo de la guerra, fusilaba a 40 personas cada día: Onésimo Redondo, el fundador de las J.O.N.S. de Castilla, que recientemente había sido librado de la cárcel, se entregó a esta labor de purga (1). La narrativa que impuso la dictadura fascista española convirtió a Valladolid en capital del alzamiento, a Onésimo Redondo en un mártir y a La Falange en un movimiento legítimo y heroico. Este falseamiento de la realidad y de los hechos acaecidos durante la II República española, el golpe de estado y la guerra civil formó parte del discurso oficial dirigido a blanquear un régimen autoritario, represor y criminal.
Cuarenta años de narrativa asimilada y una transición que decidió mirar hacia otro lado, sin reparación ni justicia ni verdad, configuraron un escenario donde las heridas no se pudieran curar. Cualquier intento de sanarlas ha sido respondido con acusaciones de guerracivilismo, amenazas veladas y burlas. Podemos recordar las reacciones de la derecha ante cualquier modificación del estado de las cosas como el Valle de los Caídos o la búsqueda de los cuerpos de los asesinados para que pudieran ser enterrados por sus familias. La derecha española determinaba que era reabrir heridas. Las que nunca permitieron que se cerraran. La narrativa fascista no se pudo contrarrestar porque se la validó y quedó larvada esperando el contexto adecuado para que volviera a resurgir. Como el actual. Aunque probablemente lo que más daño ha hecho han sido las posturas equidistantes que permitían equiparar a los que dieron un golpe de estado, desencadenaron una guerra civil e impusieron un régimen dictatorial con las víctimas. Esta equidistancia se ha difundido en los medios de comunicación generalistas, en televisión, radio y prensa, llegando a una gran mayoría de la población. Mientras el discurso fascista, más burdo, se difundía a través de medios con menor audiencia pero muy fanatizada.
La equidistancia crea una sensación falsa de ecuanimidad y moderación. En realidad es una postura reaccionaria ya que equipara al agresor con la víctima, aludiendo que esta última tampoco era trigo limpio. Sería algo equiparable al que culpa a la víctima de violencia de género por provocar al agresor. De esta manera el agresor encuentra una justificación de sus comportamientos. Si no me hubiera provocado no la hubiera agredido. La conversión de la víctima en responsable, en el mismo plano que el agresor, y en este caso incluso con mayor responsabilidad aún, valida los comportamientos del agresor que se pueden redefinir como salvadores, necesarios e inevitables. En la España republicana el comunismo era marginal, en comparación con el socialismo o el anarquismo, pero se convirtió en una de las principales justificaciones de la acción de los actos bárbaros del franquismo. De repente pasaron de ser agresores y se convirtieron en salvadores. Esta es la narrativa que impusieron y que muchos equidistantes han homologado con sus opiniones mediáticas, aceptadas acríticamente por una mayoría que no solo no tiene tiempo de contrastar sino que la música de esas opiniones le resulta familiar. No es raro escuchar que la dictadura fue mala pero que el comunismo hubiera sido peor. Pero ¿de qué comunismo están hablando? Podríamos apellidarlo como inventado.
Con estos mimbres se quiso construir una democracia. Sin reparar las heridas. Sin reflexionar sobre el pasado. Sin justicia. Cómo se puede fundar una democracia con una mayoría de equidistantes. La democracia implica tomar partido. No podemos mirar nuestra historia y blanquearla. Olvidarnos de los crímenes cometidos durante la colonización americana. Olvidarnos de la persecución a los judíos y a los gitanos. Olvidarnos de la represión, torturas y asesinatos durante la dictadura franquista. Olvidarnos de la lucha antiterrorista y las violaciones de los derechos fundamentales. Olvidarnos de la participación del Estado Español en la guerra de Iraq y la colaboración en las torturas a detenidos árabes cometidas por el gobierno de Estados Unidos. La democracia implica tomar partido pero por los torturados, los asesinados, los represaliados y los perseguidos. Probablemente la democracia como tal no nos sirva sino es justa socialmente. Sino es respetuosa con los derechos humanos. Probablemente, por estas condiciones, no existe la democracia en el mundo. Solo países que se denominan demócratas, con un pasado cubierto de sangre, que glorifican al agresor y ocultan y olvidan a las víctimas. Esta inversión moral es simplemente perversa.
Nota:
(1) Martín Jiménez, I., (2000). La Guerra Civil en Valladolid (1936-1939). Amaneceres ensangrentados. Valladolid, España: Ámbito Ediciones, S.A.
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