Turquía en el ojo del huracán

Turquía en el ojo del huracán

Por Leandro Albani*

Turquía es un hervidero. No pasa un solo día sin que el país heredero del Imperio Otomano no sea noticia. La vorágine de la realidad que cruza el territorio se desprende de las dos décadas en el poder del presidente Recep Tayyip Erdogan, un líder que no esconde sus intenciones de devolver a Turquía el esplendor del sultanato que tuvo su auge durante más de seis siglos.

Recep Tayyip Erdogan

En veinte años, Erdogan, su partido Justicia y Desarrollo (AKP) y sus aliados internos ocasionales –en el pasado el clérigo islámico Fetullah Gülen y más recientemente el partido ultraderechista MHP– no solo transformaron a Turquía en una nación en la que la exclusión, la represión, el encarcelamiento a opositores y una economía cada vez más frágil son moneda corriente. El “modelo Erdogan” también intenta expandir su poderío territorialmente, bajo un proyecto de neo-otomanismo explícito. Las ocupaciones ilegales que Ankara sostiene en el norte de Siria y el norte de Irak, su alianza férrea con Azerbaiyán en detrimento de Armenia y su papel injerencista en países como Libia configuran un mapa en el que el nacional-islamismo de Erdogan busca imponerse.

A su vez, el presidente turco –embebido en el más puro pragmatismo– no duda en negociar con Estados Unidos, Rusia, China o la Unión Europea (UE), siempre sostenido por la posición estratégica de su país, que conforma un mercado de más de ochenta y cinco millones de personas, de las cuales veinte millones integran la comunidad kurda en el sudeste turco.

La cacería

Protesta por detención del alcalde Imamoglu

El principal opositor al gobierno turco, Ekrem Imamoglu, está tras las rejas. No importó que hubiera ganado democráticamente las elecciones que lo coronaron como alcalde de Estambul, la ciudad más poblada del país. Desde hacía mucho tiempo, la espada de Erdogan pendía sobre la cabeza del principal dirigente del Partido Republicano del Pueblo (CHP). El 19 de marzo pasado, Imamoglu fue detenido durante una operación policial, en simultáneo de que las fuerzas de seguridad arrestaran a más de cien personas, entre las que había políticos, periodistas y militantes. Las acusaciones contra el alcalde destituido son por supuesta corrupción y un clásico que esgrimen hasta el cansancio desde el Ejecutivo: su vínculo –que el gobierno no se molesta en comprobar– con una “organización terrorista”. En el mundo de Erdogan, “terrorista” no remite al Estado Islámico (ISIS) o Al Qaeda, sino al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK).

El encarcelamiento de Imamoglu está vinculado a la desesperación del mandatario turco por reformar nuevamente la Constitución y habilitar la posibilidad de presentarse a los comicios de 2028. Pero la razón es más profunda: Erdogan busca blindar el modelo neo-otomano que impulsa junto a sus aliados.

En diálogo con SANGRRE, el periodista vasco-navarro Manuel Martorell señaló que “el gobierno de Erdogan se encuentra en una situación de fuerza sin precedentes, tanto en Turquía como en Medio Oriente, hasta el punto de querer destruir al histórico Partido Republicano del Pueblo, el único que le puede hacer sombra en las próximas elecciones presidenciales”.

La destitución del alcalde de Estambul no es un hecho aislado. El mes pasado, The Economist reveló las cifras de la persecución: “En la última década, más de cien alcaldes kurdos elegidos para el cargo han sido destituidos, reemplazados por representantes del gobierno y, en ocasiones, arrestados. Muchos otros políticos kurdos han corrido la misma suerte. Selahattin Demirtas, ex candidato presidencial del partido precursor del DEM (partido prokurdo por la Igualdad y la Democracia), languidece en prisión desde 2016”.

Por estos días, las calles de las principales ciudades del país explotan de gente que se moviliza en contra del gobierno. ¿La respuesta oficial? Casi dos mil detenidos, de los cuales más de seiscientos fueron encarcelados. La agencia de noticias ANFNews apuntó que a los detenidos se los acusa de terrorismo, “un término indefinido, por lo que son suspendidos prácticamente todos sus derechos y enviados a prisión”. Frente a las actuales protestas, indicó la agencia, “el gobierno turco ha recurrido principalmente a la acusación por violación de la Ley N.º 2911 sobre reuniones y manifestaciones”, y para silenciar a los medios, en el Parlamento se aprobó la Ley contra la Desinformación, “que da total libertad al gobierno para incriminar a los trabajadores de la prensa y a los medios de comunicación, así como a la ciudadanía, por difundir lo que consideren ‘falso’”.

A su vez, el 31 de marzo comenzó una campaña en todo el país, impulsada por el CHP, que demanda la convocatoria anticipada de elecciones presidenciales y la liberación de Ekrem Imamoglu.

Paz lejana

Otro frente abierto que tiene el gobierno de Erdogan es la cuestión kurda. En Turquía, el pueblo kurdo fue reprimido sistemáticamente desde la fundación de la república en 1923. Con Erdogan en el poder, el plan de negación hacia los kurdos se mantuvo y, en varios períodos de tiempo, se profundizó. Pero desde hace varios meses, el Ejecutivo turco dice públicamente estar dispuesto a retomar los diálogos de paz con el PKK y su líder, Abdullah Öcalan, encarcelado en la isla-prisión de Imrali desde 1999.

En febrero de este año, y después de casi cuatro años sin tener noticias sobre su situación, se conoció un mensaje de Öcalan, que fue leído el 27 de febrero por representantes del partido DEM. La declaración llegó luego de tres reuniones públicas con miembros de dicha fuerza política, que integra el amplio movimiento político kurdo, en el que participa el PKK y sus guerrillas asentadas en el Kurdistán iraquí (Bashur, norte de Irak).

En su mensaje, Öcalan llamó al desarme de las guerrillas y a la disolución del PKK, pero demandó garantías legales para que esto suceda, algo que, hasta el momento, el gobierno de Erdogan niega. El fundador del PKK también asumió su responsabilidad para participar en un proceso de paz que no solo resuelva la cuestión kurda en Turquía, sino que también permita la democratización del país. La dirección del PKK apoyó el llamado de Öcalan, pero demandó que el líder participe con total libertad en un congreso partidario donde se discuta la disolución de la organización y el desarme de la insurgencia.

Para Martorell, autor de libros fundamentales como Los kurdos: historia de una resistencia, Kurdistán: viaje al país prohibido y Kurdos, el gobierno turco “busca la rendición incondicional del movimiento kurdo de liberación”, pero lo más importante para Ankara “es acabar con la autonomía en Rojava (Kurdistán sirio), exigiendo, sobre todo, el desarme de las YPG/YPJ (Unidades de Protección del Pueblo y de las Mujeres) y la desarticulación del PYD (Partido de la Unión Democrática)”.

“El movimiento kurdo no debiera consentir acuerdo ni paso adelante alguno sin garantías previas de que esos pactos se cumplirán de forma práctica y con un calendario establecido”, opinó el periodista sobre un posible (aunque todavía difuso) proceso de paz entre el Estado turco y el PKK.

Como defensa ante la postura del gobierno de Erdogan, Martorell manifestó que “la única forma de hacer frente a esta peligrosa e imprevisible coyuntura es reforzar la unidad de todas las organizaciones kurdas, abandonando las políticas de imposición hegemónica que han funcionado hasta ahora. Todo está, como siempre, en manos de unos dirigentes políticos que debieran estar a la altura de estas difíciles circunstancias”.

Detrás de la frontera

Con la lira turca cada vez más devaluada y sumergido en una cacería de opositores, el gobierno siempre apela resolver sus crisis internas afuera de sus fronteras. Como bien decía Martorell, la obsesión del presidente turco está focalizada en Siria, en especial en la región kurda. Desde 2012, en Rojava funciona una administración autónoma encabezada por los kurdos y de la que participan árabes, armenios, asirios, entre otros pueblos, bajo el “paradigma” del confederalismo democrático, teorizado por Öcalan y defendido por el Movimiento de Liberación de Kurdistán. Esta propuesta tiene en sus líneas generales la liberación de las mujeres (que permite la liberación de la sociedad en su conjunto), la convivencia de diferentes naciones y religiones, la organización comunal y cooperativa de los pobladores, y la defensa del medioambiente.

Para Erdogan, el proceso que encabezan los kurdos del otro lado de la frontera sur de Turquía es un blanco a eliminar. Por eso, su gobierno financia a grupos mercenarios –ahora integrados al Ejército Nacional Sirio (ENS) – que ocupan ilegalmente territorios de Rojava, como las regiones de Afrin, Serekaniye, Jarabulus y Gire Spi. A su vez, la aviación turca bombardea diariamente ciudades y poblados de la zona, dejando como saldo decenas de civiles asesinados.

Erdogan además se encuentra detrás del “gobierno de transición” en Siria, encabezado por el grupo terrorista Hayat Tahrir al Sham (HTS), aunque su influencia por momentos parece flaquear. Acechando a Damasco también se encuentra Arabia Saudita, que intenta posicionarse como polo de poder en una Siria devastada por más de una década de guerra.

“Las últimas decisiones del nuevo gobierno sirio, controlado por los islamistas radicales de HTS, también indican que este grupo, con el apoyo de Ankara, no está dispuesto a reconocer ni los derechos de las minorías religiosas, ni los de las mujeres ni los del pueblo kurdo”, asegura Manuel Martorell. Y agrega: “Los grupos islamistas que llegan al poder propugnando el respeto a los derechos humanos y las minorías por lo general suelen tener una agenda oculta para conseguir su verdadero objetivo: la islamización del conjunto de la sociedad y del sistema político”.

Esa “agenda oculta” de la que habla Martorell no difiere demasiado de la que hace veinte años construye con mano de hierro Recep Tayyip Erdogan.

* Leandro Albani, periodista y escritor. Autor de No fue un motín. Crónica de la masacre de Pergamino, y Ni un solo día sin combatir. Crónicas latinoamericanas. Tiene cuatro libros sobre Kurdistán. Ha realizado coberturas desde Venezuela, Bolivia, México, Cuba, Ecuador, España, Bélgica, Irán y Bashur (Kurdistán iraquí).
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