Un tal Eduardo Mendoza se carga a Kafka

Un tal Eduardo Mendoza se carga a Kafka

Javier Coria*. LQSomos. Junio 2015

Eduardo Mendoza gana el premio literario checo Franz Kafka… El escritor es distinguido con el galardón literario más importante del país centroeuropeo por su trayectoria y extraordinaria calidad…

¡Coño! el que dijo que Kafka era un autor menor, y lo sabía…

Aquí va una nota escrita en julio de 2012, por Cristina Aguilar para “La Fiera Literaria

(Igor Stravinski despreciaba a  Vivaldi. Errores de un genio.
Eduardo Mendoza afirma que Kafka es un mal escritor. Errores de un tonto del culo.)

El enano Mendoza se ha querido cargar a Kafka

¿Hasta qué niveles de degradación va a descender la literatura española?

Anécdotas aparte, que en seguida contaremos, lo primero que queremos hacer es aludir al hecho de que, en el campo de la literatura española, están ocurriendo cosas que cada vez nos sitúan más en el inframundo. La corrupción que encharca todos los estamentos del país, la incompetencia de todos cuantos tienen en sus manos alguna influyente actividad, ha contagiado al mundo de la cultura, que chapotea en el fango de la corrupción, la mentira, la incompetencia, el amiguismo y la ignorancia. Y ello en todas sus parcelas: la ministerial, la académica, la de la supuesta creación, la de la llamada crítica literaria y la de la información periodística y libresca.

A nuestros lectores no creo que haya que ponderarles cuánto sabemos nosotros de todo eso. Desde abril de 1995, en que apareció nuestro primer boletín de papel, estamos señalando, demostrando, denunciando, en primer lugar, la ínfima calidad de nuestra novela y, en segundo, la incompetencia o venalidad de los críticos, que elevan a la categoría de obras maestras las que no son más que basura. Señalando y denunciando también los enjuagues en que consisten los llamados Premios Literarios, especialmente el Planeta, que un fabricante de libros –que no editor— convoca y otorga a un libro que él mismo va a editar, contando con un escritor inmoral, con el que previamente se ha puesto de acuerdo, y engañando a los lectores, al obtener una fabulosa cantidad de publicidad gratuita merced a la ignorancia de los periodistas y a la mentalidad tercermundista de los miembros de la Casa Real, del Ministro o la Ministra de Cultura de turno, de las “autoridades locales” como la Generalitat, de los miembros del jurado y de los componentes del llamado mundo literario, que se toman en serio y valoran como hecho cultural lo que no es más que una operación comercial. De hecho, La Fiera nació para luchar contra la que desvergonzadamente se llama industria cultural, a la que pertenecen todos esos.

Quiero decir con esto que, al cabo de diecisiete años de analizar, describir y evidenciar todos los recovecos de la inmundicia pseudocultural y sus agentes y beneficiarios, creíamos haberlo “visto todo”, y estar vacunados contra cualquier sobresalto. En esta creencia dormitábamos, sí, cuando nuestro hombre en Barcelona nos hizo llegar un video y la noticia de una conferencia de Eduardo Mendoza, uno de los mimados y consiguientemente más ponderados por la inexistente crítica “novelistas” de la recua hispana, pésimo relator de infumables novelas de entretenimiento que aburren, enemigo de las ideas y de la teoría literaria, ignorante de los clásicos y de la gran novela del siglo XX, chanchullero de premios amañados, aspirante lacayuno a un sillón en una Academia en la que cabe todo, y tonto del culo, como suele decirse.

Visto el video, con un Mendoza balbuciente, con gestos de estar auténticamente defecando sus conatos de ideas y ridículamente gesticulante, rebuznando cosas como que Kafka no sabía escribir, que empezaba sus novelas y no sabía continuar, que no contaba nada, que era confuso, que por eso nadie ha podido terminar de leer El Castillo, que el principio de La metamorfosises una tontería, que las novelas han de tener, como las suyas, planteamiento, nudo y desenlace y la insoslayable descripción pormenorizada del pueblecito donde se desarrollan… los feroces, conmocionados, fuimos presa de la consternación. Por alguna razón, aquellas muestras de la ignorancia osada de quien no se ha enterado de lo que es la novela del siglo XX, la mejor de todas las épocas, nos parecían aún más delictivas que cuantas habíamos sufrido con anterioridad.

En medios feroces estamos habituados a los sustos. Cada nueva “novela” de Javier Marías, Almudena Grandes, Juan José Millás o Muñoz Molina; cada crítica de Pozuelo Yvancos, Ignacio Echevarría, Ricardo Senabre o Santos Sanz Villanueva; cada encíclica de Francisco Rico, José Carlos Mainer, Darío Villanueva o Jordi Gracia; cada entrevista con Juan Manuel de Prada, Pérez Reverte, Espido Freire o Lucía Etchevarría; cada artículo de Elvira Lindo, Álvaro Pombo, Maruja Torres o Antonio Gala nos suele provocar sarpullidos, fiebres intermitentes, dolores de cabeza, diarreas de diverso calado, punzadas en las articulaciones y otras dolencias basculantes, pero, la verdad, no los tumores de nalgas, las cefaleas coronarias, ni las subidas de triglicéridos y transaminasas que provocaron, sobre todo en los de más edad, los relinchos de Mendoza. Algunos, los más atosigados por la fiebre, balbucían: “no se puede ya caer más bajo”. Sobre todo porque estaban seguros de que ningún crítico desproveería a don Mendo, después de esto, del carnet de identidad ni de las credenciales de homo sapiens. Quedaría impune y en el lugar de honor que ya le había concedido, como impune quedó Muñoz Molina cuando se permitió burlarse de los grandes escritores comprometidos del siglo XX, Albert Camus, Sartre, Gide, Pratolini, Pavese, Hesse, Mann, Huxley, Steinbeck, etc., a los que retroactivamente aconsejaba que si querían mandar un mensaje, mejor que hubiesen enviado un telegrama, porque la novela no está para denunciar nada ni para influir en la sociedad. O Javier Marías cuando expectoró, en su discurso de ingreso en la Academia, que él le corregiría muchas cosas a Cervantes.

Los fieras de a pie, tanto como los motorizados, rezamos todos los días, maitines al amanecer y laudes a media mañana a Kafka, Joyce, Virginia Woolf, Faulkner, Proust, Musil, Svevo y todos los demás que, tras los grandes de la Novela psicológica y de aventuras del siglo XIX, iniciaron la novela obra-de-arte-literario… Debe de ser por esto por lo que las bravatas de castrado mental del Mendoza suscitaron tan grandes trastornos en nuestros organismos estéticos. Si cualquier indocumentado iconoclasta podía atentar contra el nuevo Parnaso con las bendiciones de la crítica, las cátedras de Literatura, las direcciones de los suplementos culturales –Fernando Rodríguez Lafuente, Blanca Berasátegui, María Luisa Blanco, Armas Marcelo, etc.–, la Academia y el Ministerio de Cultura, ¿qué podía venir después? Sin duda, la abominación de la desolación, el imperio absoluto de las mafias antiliterarias, la entronización de la mierda erigida en guardia de la porra de los caminos literarios…Un cuento de miedo contra el que no estábamos vacunados. En lugar de la novela universalista y acorde con el signo de los tiempos, basada en una nueva teoría estético novelística, el regreso al costumbrismo castizo vacío de ideas, practicado por unos tipos que, en sus columnas y artículos, denuncian la inmoralidad reinante y en sus carreras de presuntos escritores se prestan a todas las componendas, a todos los fraudes, a todos los embustes que haga falta para ganar dinero y fama, que es su objetivo, no el de hacer literatura.

Mi intención, al escribir este artículo, no era hablar del glorioso Franz Kafka ni de su contribución a la formulación de una nueva novela –no hace falta–, sino la de tratar de aplastar al rata Mendoza. Pero he encontrado en Internet, por donde tanta porquería circula, unos comentarios a su, después de todo, ingenua perorata, tan cultos y ajustados, que no me resisto a transcribirlos como postdata.

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Mónica Oporto

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