Un viaje a la vida con Rafael Ballesteros

Un viaje a la vida con Rafael Ballesteros

Por Arturo del Villar

El Centro Cultural Generación del 27 amplía su acertada línea editorial para publicar obras de autores relacionados con Málaga, dando a la imprenta un volumen titulado Almendro y caliza, nuevo poemario de Rafael Ballesteros precedido por un largo estudio crítico del profesor José Lara Garrido, titulado “Indagaciones en los límites”. En realidad, si nos atenemos a la extensión de ambas secciones, el volumen debiera llevar el título del ensayo preliminar, puesto que abarca hasta la página 101, mientras que el poemario solamente ocupa 14 páginas. Es cierto que el estudio depende del poemario, sin el que no sería posible, y por ello siempre será primordial el texto procesado. Es el que vamos a leer detenidamente ahora.

Malagueño de nacimiento y residencia, catedrático de Instituto y además diputado por el Partido Socialista Obrero Español, Ballesteros ha creado un mundo lírico muy original, a partir de 1966, por medio de un lenguaje propio reinventado del castellano con resonancias clásicas. Si no he contado mal, este volumen hace el número 26 de los publicados por Ballesteros, de modo que su obra se presenta como un amplio corpus de invención personal, no contaminado por las varias corrientes estéticas sucedidas en la segunda mitad del siglo XX, no siempre fácil de comprender: poesía intelectual para intelectuales que no puede por eso mismo llegar a hacerse popular, ni el poeta lo pretende ni falta que le hace. La lectura se convierte en una aventura con sorpresa añadida, mediante un lenguaje que precisa desmaterializarse para resultar comprensivo.

En su obra anterior ha ido conformando una sólida estructura a partir de la métrica clásica, revisada con innovaciones programadas para presentificarla creadoramente. En especial llaman la atención los cuatro libros de Jacinto (1983—2002), en los que se sucede la introducción de un humanismo materialista que puede ser representativo de su intencionalidad en la escritura, planteando problemas dejados adrede sin resolver para buscar la complicidad emotiva del lector. Acompañar a Ballesteros en el tránsito por sus poemas resulta un camino dificultoso, que va poniendo dudas interpretativas para concluir con una gran inquietud abierta sobre el tiempo. No le importan las respuestas, sino las preguntas dejadas en suspensión.

Un dolor extensivo

Con Almendro y caliza nos lleva a una representación ecológica de la vida humana, una vida prototípica, por eso anónima, en la que participan el yo del autor y el nosotros de los lectores. La intención del poeta consiste primordialmente en establecer un diálogo con el lector, por lo que se dirige a él de manera concreta en un coloquio ficticio con el que pretende hallar la razón primera del tema que le preocupa sobre todo, el dolor, en una sucesión de preguntas y exclamaciones pendientes:

Y a la fin nos anega: si es sorpresa, ¡qué dolor!;
si adivinabas, ¡qué dolor!; si olvidarlo quieres,
¡cuánto dolor!; si no sabes, ¿hay más dolor que ese?
¿Y si miras al otro lado? ¿Es otra la espina? ¿Mengua?
No, no achica, nunca se apoca. (Página 109.)

El poeta escribe para plantearse a sí mismo esas preguntas que en los versos están dirigidas al invisible lector. El dolor es un sentimiento tan generalizado que cualquier desconocido receptor de ese mensaje se halla capacitado para intervenir en la conversación y proporcionar sus experiencias personales. De modo que el poemario quiere ser una invitación a los presuntos lectores para descubrir juntos la cuestión fundamental causante de la inquietud que aqueja al poeta.

Pero en esa inquisición lírica Ballesteros introduce las supuestas opiniones de otros personajes reales conocedores del tema. Así vemos o escuchamos, si es posible en una alucinación literaria, las confidencias de Dostoyevski y Pessoa. Es tan fuerte la intervención de Pessoa que habla con el autor más allá del tiempo y el idioma:

Y el lusitano, en persona, me siseó al oído:
”Ballesteros, Ibérica es imperial y masónica;
no cabe en ella nada más que susurros
y enormidades humanas”, y yo le pregunté,
dudoso: “¿No caben en ella (no, ya sé: el dolor,
no) pero sí pequeñeces y azucarillos, el descanso,
el alivio, la brisa?” (110)

En ese espacio metafórico se alza el almendro tomado como protagonista del poema, como ejemplo de una existencia intemporal “porque lo que será futuro es su presente” (110). Es el personaje principal, por lo que se halla dotado de cualidades humanizadas metafóricamente, utilizadas por el poeta para exponer la idea fundamental inspiradora de sus versos. El tiempo es discontinuo en su devenir, por lo que es posible considerarlo un horizonte en el que se agolpan todas las creencias eternas formuladas desde siempre por los seres humanos para inquietar a su espíritu.

Una visión alucinada

Dentro de este panorama ideado existe una interconexión entre el ser humano y el árbol, que permite intercambiar sus papeles en la naturaleza, a partir de esa visión alucinada a la que nos ha conducido el poeta, como si se tratase de una fábula en esta ocasión no poblada por animales dotados de caracteres humanos, sino precisamente por el almendro humanizado:

El almendro se conoce a sí como cosa
que no es materia etérea, sino asunto concreto
y manual, condimento para la boca madura
o el diente roedor, paraje preciso donde poner
la estirpe, sitio virginal para el último objeto
que del humano se tiene: su dolor y ceniza. (112)

Siempre surge el pasajero inevitable en este viaje lírico, el dolor, para influenciar los sentimientos sucesivamente comprobados por Ballesteros en ese tránsito vital. En el principio fue el dolor, y de él se originó la poesía, que así consigue interesar a cualquier ser humano porque es doliente. Lo que lleva a cabo Ballesteros no es más que la recopilación selectiva de los sentimientos padecidos por la humanidad en sus diversas etapas evolutivas, dignificados al reproducirlos mediante una expresión lírica.

Desde esta perspectiva es factible considerar Almendro y caliza como un intento de superar el dolor vital a partir de la utilización de la literatura, precisamente lo que corresponde a la función del poeta. Comprendemos que Ballesteros llevó a término una profunda tarea de autocomprensión para ponerse en un proceso analítico de sí mismo, por ser el personaje humano al que mejor conoce, y lógicamente por el que siente mayor interés. Al pensar que sus descubrimientos trascienden la personalidad de un ser humano cualquiera, dedicó su atención a generalizarlos en su proyección mediante este libro, para ofrecer a los lectores una complicidad generosa.

Cada palabra comprende en su significado la exposición del dolor considerado como una muestra de un sentimiento común que cualquier lector puede considerar suyo. Es cierto que mi dolor es propio, solamente me aqueja a mí en este momento, nadie más puede compenetrarse conmigo hasta el punto de padecerlo también con su misma intensidad, aunque es seguro que sus consecuencias las comparten los prójimos:

Sí. Porque mira el humano
y puede soñar, palpa e ilusionarse puede,
pisa, contempla y puede imaginar; evoca,
supone y quimeras hace. Tiene presencia y
restos de otros mundos, que sirven para el mundo
que por sí se alimenta. Vida dentro de la vida
inmensa. Presencia dentro de lo presente
que es mutante siempre. (115)

Mira el humano dentro de sí mismo, y contempla la vida presente en sus mutaciones impuestas por el tiempo. Todo altera su forma y composición, nada persiste sino el dolor, que es idéntico al de todos los días, un dolor cósmico declarado nuestra segura compañía. Supone el suicida que con su gesto pondrá fin al dolor, sin entender que nada hay nuevo bajo el Sol, como ya señaló hace muchos siglos el dolorido autor del Eclesiastés. Si nos fijamos en las cosas comprobamos que todas son caricaturas distorsionadas de sí mismas: “Así el almendro ese, / el que espera junto a la caliza”, señala el poeta (115). Y son también el modelo del comportamiento humano en su pequeñez con la misma densidad continuada en sus mutaciones.

Acompañado por su Virgilio

Además del poeta y los lectores, como ya quedó señalado, se proyecta en el volumen la presencia de Fernando Pessoa, el poeta de las mil caras con sus heterónimos, al que admitimos como el Virgilio llegado para acompañar a Ballesteros en sus indagaciones. También él aporta preguntas dejadas sin respuesta para que los lectores las resuelvan, y entre todos vayamos acumulando dudas para formalizar la comedia no divina, sino muy humana:

Pessoa en persona me pregunta simbólico:
“¿La caliza no fue el cimiento del mundo, la
columna donde se levantó la mar entre sus
huecos, y la tierra hizo lodo y sequedad,
y luego cosa húmeda, comienzo de lo que
los humanos no sabrán nunca todo?” (117)

La invitación es lo bastante atractiva como para que Ballesteros se anime a formular una respuesta en lugar de seguir el ejemplo de dejarla pendiente, pero es una respuesta inconcreta: “Yo sé poco de lo que sé. El resto / se esparce en el deseo.” (117) El deseo de saber puede constituir el origen de la sabiduría, puesto que incita a plantear esas series de preguntas dejadas sueltas para que el tiempo las ajuste. Y si es así, en el origen de la sabiduría reside también el motivo de una poesía interrogativa dedicada a buscar el sentido de la vida humana, con la presencia perpetua del dolor.

Por tener ese origen y esa motivación, la poesía de Ballesteros prescinde de las figuras retóricas a menudo consideradas esenciales para la edificación del poema. Nada de eso se encuentra en estos versos, tan compactos que conforman una unidad nacida de una sola inquietud. Para saber es preciso preguntar, y así resulta la poesía de Rafael Ballesteros una enorme pregunta en persecución de la respuesta necesaria para posibilitar la comunicación con los lectores cómplices. Nos consideramos cómplices debido al dato de compartir las dudas perdidas por estas páginas entregadas a la consolidación del lenguaje común:

Lo sé. Yo lo sé.
Porque la palabra es tea que a la materia
ilumina y linda, la muestra en su grandeza
y variedad sutil. Es tofo y úlcera para aquel
que es pobre de corazón y entendimiento;
mas diploma y agua fresca para aquel primoroso,
que exige, a toda hora, belleza y claridad. (119)

Esta exaltación de la palabra en general se perfecciona con la palabra poética en su idioma respectivo. Las vanguardias sucedidas en los primeros treinta años del siglo XX pretendieron demostrar que la poesía puede prescindir de la palabra, para lo cual utilizaron toda clase de sustituciones dejándolas en libertad. Resultaron un fracaso todos esos intentos contra la palabra como comunicación natural entre los seres humanos, con una mención especial para los poetas, esos trabajadores del espíritu empeñados en resaltar la “belleza y claridad” de las palabras.

La palabra del todo

Es el caso de Ballesteros, que consagra esta parte de su poema a calificar los atributos de la palabra. Ya ha encontrado la razón de escribir, circunscrita al afán de contar todo lo que existe por ser la realidad, y todo lo que no existe porque es factible imaginarlo. Tal es el poderío de la palabra, con la que se sostiene el mundo por cuanto llena un vacío anuncio de la nada, que es la negación de la realidad entera:

Oh, pasión de la materia que subsiste radical.
Toda mi vida es la vida toda, en mi palabra es
todos los nombres, mi paso es la medida de lo
entero a nada, y el vacío será para después
el todo nuevamente, dentro del fango elemental. (120)

Con esta epifanía se completa la indagación mantenida hasta el momento para descubrir las motivaciones del devenir existencial. Ha sido un viaje largo y tenso por la historia narrada en las palabras. El pensamiento del poeta se ha ido abandonando en pistas que condujeron finalmente al acto de desvelar la palabra clave de todo, en la que Ballesteros fundamentó “la vida
toda”, su propia vida considerada materia de interpretación. Por eso afirma con seguridad que “en mi palabra es / todos los nombres”, principio y fin del lenguaje con el que puede describirse el mundo.

Al llegar aquí Ballesteros recuerda a Gabino Alejandro Carriedo, amigo en un tiempo de intenciones perdidas, tratando de perseguir la creación de una vanguardia a destiempo, con Ángel Crespo, Carlos de la Rica y algunos más, todos ya sombras en la memoria, muy queridas. Sucedió en un momento desquiciado de la historia de España, y en consecuencia de su escritura, por lo que resultó imposible consolidar todos los esfuerzos merecedores de mejor suerte y desde luego de un recuerdo:

Allí, en la roca y el almendro no hay línea.
Allí Carriedo cerraría su boca también. Ya dijo,
hace miles de años (las aguas de los ríos y el tiempo
fluyen de continuo) que “una línea es tal
línea solo si es convergente (que converge),
si es recta que hacia todos se extiende”. (122)

Hacia todos, empezando por los que nunca leen poesía, para que alguna vez coincidan por suerte con un libro y se conviertan a su atracción fatal. Es lo que le gustaría a Ballesteros, y a muchos más. Tal es el mensaje final que Almendro y caliza quiere dejar flotando en el espíritu del lector:

Así que entre lo inciso del almendro
y la caliza, la vida, su misterio,
lo más propio del humano.

Vayan allí, a visitar las cenizas, los que,
en silencio contemplan.
Y allí
busquen la paz sencilla del mundo natural,
la cándida hermosura de la tierra. (123)

Es el mensaje que cierra el volumen, un consejo ecológico que parece la respuesta a todas esas preguntas que anteriormente quedaron pendientes. La vida humana es un misterio latente que merece el afán de entenderlo.

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