Vamos a celebrar el sesquicentenario de la I República

Vamos a celebrar el sesquicentenario de la I República

Por Arturo del Villar. LQSomos.

El próximo día 11 de febrero se cumplirán 150 años de la proclamación de la República Española. Fue un acto necesario, sin solemnidad, por decisión del Congreso y el Senado reunidos en Asamblea Nacional, para cubrir el vacío de poder dejado a consecuencia de la abdicación y apresurada huida del rey Amadeo I de Saboya. Es una fecha histórica, que los republicanos actuales debemos conmemorar todos unidos, en primer lugar para rendir homenaje a nuestros correligionarios de 1873, y además para demostrar al reino y al mundo entero nuestra fuerza.

Llegó la Niña Bonita cuando nadie la esperaba, y en un pésimo momento histórico. Los republicanos, siguiendo una arraigada costumbre suicida que todavía perdura, se hallaban divididos en dos corrientes principales opuestas y enemigas: la de los partidarios de la República unitaria y la de quienes preferían una República federal. Pero entre los federales también existían discrepancias entre los partidarios de aprobar un pacto sinalagmático entre las antiguas regiones ahora denominadas estados, y los que opinaban que los pactos son apropiados para los estados que se confederan, pero no para los federados. La teoría del pacto se convirtió así en causa de separación irreconciliable entre esas dos opciones republicanas desde el mes de mayo de 1870, separadas por el muro del pacto convertido en todo lo contrario.

En junio de 1871 se originó otro enfrentamiento entre los republicanos, al surgir dos tendencias respecto a la actitud que el partido debía mantener ante el Gobierno radical. Fueron denominadas estas tendencias benevolente e intransigente, dedicadas a hacerse la guerra dialéctica como enemigos implacables. Olvidaron voluntariamente el ideal que debiera unirlos, que era el republicano, y se produjo el grave error de considerar enemigos acérrimos a los republicanos de otras tendencias. Debe de ser el pecado original del republicanismo español, puesto que todavía hoy no somos capaces de superar las discrepancias sobre detalles mínimos.

Siguiendo esta deriva suicida se llegó a la mayor escisión como consecuencia de las interpretaciones dadas a un discurso pronunciado en el Congreso el 15 de octubre de 1872 por Francisco Pi y Margall, presidente del Directorio Federal. Se opuso a las insurrecciones porque al estar garantizada la libertad de opinión dejaban de ser un derecho para convertirse en un delito. Algunos republicanos le llamaron traidor y abandonaron el partido para constituir un Consejo Provisional de la Federación Española. Con la intención de unir a los discrepantes Pi convocó una Asamblea Federal en noviembre de 1872, disuelta sin avenencia y con un distanciamiento total entre las diversas facciones consideradas republicanas.

Así se hallaban cuando inesperadamente abdicó Amadeo I y debió constituirse la Asamblea Nacional el 11 de febrero de 1873. Ni siquiera entonces fue posible convencer a todos los defensores del ideario republicano sobre la conveniencia de unificar sus criterios discrepantes, y demostrar su capacidad para presentar un frente común. Toda la tarde la pasaron discutiendo los asambleístas. Se hallaban de acuerdo en que la única solución para cubrir el vacío de poder provocado por la abdicación de Amadeo I consistía en proclamar la República, pero discrepaban respecto al apellido que debía añadirse a ese nombre respetado por todos. En consecuencia, se redactó un acuerdo generalista que Pi leyó a las doce de la noche:

La Asamblea Nacional reasume todos los poderes y declara como forma de gobierno la República, dejando a las Cortes Constituyentes la organización de esta forma de gobierno. Se elegirá por nombramiento de las Cortes un Poder Ejecutivo que será amovible y responsable ante las Cortes mismas.

De modo que se proclamó una República amorfa, aplazando el conocimiento de sus características hasta que las futuras Cortes Constituyentes las decidieran. Fue una fórmula de compromiso para salir del vacío de poder, que los republicanos no pudieron aprovechar por hallarse enfrentados entre sí. Perdieron la oportunidad de presentarse como un partido unido capaz de encargarse de organizar y dirigir el nuevo régimen político.

Esta historia debiera servirnos de lección. Hemos de ser capaces de presentar a la nación un Partido Republicano firme en sus ideales, con un programa de acción único, capaz de mejorar la herencia dejada por las dos experiencias republicanas para tomar el poder y limpiarlo de la corrupción dejada por los borbones, gritando de nuevo “¡Viva España con honra!”

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