Un negocio verdadero: el falso voto a Santiago

Un negocio verdadero: el falso voto a Santiago

Por Arturo del Villar*. LQSomos

Un sacerdote inteligente y decidido, francés, estudió el tema de los huesos compostelanos. Se llamaba Louis Duchesne (1843—1922), que tuvo el valor de publicar en 1900 en los Annales du Midi su estudio sobre Saint Jacques en Galice. Había sido ordenado en 1867 sacerdote de la Iglesia catolicorromana, y llegó a ser una de las personalidades científicas más prestigiosas de Francia…

La monarquía es un anacronismo en el siglo XXI, basado en mentiras y leyendas aceptadas durante esa época visionaria llamada Edad Media. Lo anormal es que en el siglo XXI todavía haya quienes crean en ellas. Se comprende en el caso de quienes se benefician de esas supercherías, que obtienen un dinero fácil mediante el engaño a las personas incultas y sin educación. Es el caso del gran negocio montado sobre el apóstol Santiago, llamado el Mayor, y durante siglos apodado Matamoros, un apodo que ahora se evita para no irritar a los mahometanos capaces de organizar matanzas en defensa de su fe, como han hecho siempre los fanáticos religiosos.

El arzobispo de la ciudad de Santiago de Compostela propala las leyendas increíbles, aduciendo que son milagrosas, y por lo tanto carecen de realidad. Los milagros son acontecimientos excepcionales protagonizados por algunos de los millares de personajes declarados santos por sus papas, o de las innumerables vírgenes que se aparecen a personas incultas. En consecuencia carecen de explicación, y es preciso creerlos para no caer en el anatema y dificultar la salvación eterna del alma.

La leyenda de Santiago es una de las más imaginativas creada por una mente calenturienta o desvergonzada, que sorprendentemente continúa siendo creída por personas simples. Quedan fuera de ese calificativo los obispos y curas dedicados a recoger los óbolos depositados por los peregrinos, con intención de ganar la indulgencia plenaria que perdone todos sus pecados, un beneficioso invento para quienes viven del cuento, o del milagro, que es lo mismo. Tampoco se incluye a quienes se benefician con la ingenuidad de los peregrinos, proporcionándoles alojamiento o víveres y objetos de recuerdo en su peregrinación a la catedral de Compostela.

En torno a Santiago se ha constituido un inmenso mercado, en el que se venden desde indulgencias hasta conchas de peregrinaje, estatuillas con las figuras labradas en la catedral, estampitas, libros con relatos vinculados al camino recorrido en peregrinaje, y otros géneros semejantes. En la actualidad Compostela reproduce a la perfección el templo de Jerusalén, calificado por Jesucristo de cueva de ladrones. Relatan los cuatro evangelistas que, con objeto de purificarlo, se hizo unos azotes de cuerdas y expulsó a los vendedores de su interior, a latigazos. En Compostela tendría que empezar por expulsar al arzobispo de su palacio.

La leyenda de Santiago en relación con España es una de las más increíbles que se pueden imaginar, superior a todos los cuentos de hadas y de misterio escritos a lo largo de la historia. Sin embargo, está aceptada ciegamente por muchos españoles incluso en este tiempo tecnificado, e igualmente por ciudadanos de otros países.

De Galicia a Zaragoza

La leyenda se asentó en Galicia, tierra cándida en leyendas, por la que se pasea la santa compaña, tiene bosques encantados, meigas y santos milagreros. Lo hizo con tanta fuerza que ha promovido la creación de una ciudad, Santiago de Compostela, capital política de Galicia, Arzobispado, con una Universidad renombrada y una catedral y otros edificios históricos que la han convertido en patrimonio de la humanidad para la UNESCO. Y todo empezó con una leyenda inverosímil.

Se trata de un invento absoluto, sin ninguna prueba documental, rechazable por toda mente lúcida. Debiera haberlo sido en cualquier tiempo, aunque con mayor razón en el nuestro, cuando la ciencia ha logrado un desarrollo extraordinario. Cuenta la ridícula leyenda que el apóstol Santiago se marchó de Jerusalén para evangelizar el Finisterre, el fin del mundo en la geografía antigua, que mantiene su nombre actualmente en una comarca, un municipio y un cabo de A Coruña, en gallego Fisterra.

No explica cómo viajaba, pero sí que se detuvo a descansar en Zaragoza, y allí se le apareció la virgen María “en carne mortal” el 2 de enero del año 40, y le dejó una columna de jaspe como recuerdo de la visita. Sobre ella se fueron edificando templos cada vez más esplendorosos, hasta llegar al barroco actual. Por ello a esa virgen se la llama Pilar, y es patrona de Zaragoza. Más leyenda derivada de la principal. Esta Virgen familiarmente conocida por la Pilarica entre los maños, fue elevada al rango de capitana general de los ejércitos españoles por Alfonso XIII el 8 de octubre de 1908, saltándose todo el escalafón, y el mismo crédulo monarca la nombró patrona de la Guardia Civil el 8 de febrero de 1913. El valor de las joyas que atesora esta imagen de palo de 38 centímetros en su basílica, supera los mil millones de euros. Con su venta se podría paliar la hambruna en África, pero al arzobispo de Zaragoza no le importan los africanos.

Concluida su tarea evangelizadora, de la que no quedó ningún vestigio, prosigue la leyenda contando que el apóstol regresó a Jerusalén, en donde fue decapitado el año 44 por orden de Herodes Agripa I, dato aceptado como verídico. El cuerpo y la cabeza fueron recogidos por siete discípulos, según unas fuentes, o por dos, Atanasio y Teodoro, según otras, con intención de llevarlos a enterrar en el Finisterre. Se ignoran los motivos de ese capricho, dada la lejanía de ambos lugares.

En el reino de Lupa

No importaba la distancia, porque los arriesgados discípulos disponían de una veloz barca de piedra, material insólito para cruzar los mares sin hundirse, pero así son los cuentos de hadas y de santos. Surcaba las aguas con tanta rapidez que en siete días de navegación llegaron desde Jerusalén a su destino en Iria Flavia, la actual Padrón. Quizá los remos también fueran de piedra, lo que aportaría mayor vivacidad al viaje. Por supuesto, el cuerpo se hallaba incorrupto, aunque con cabeza y tronco separados.

Los discípulos lo depositaron sobre una piedra lisa, que al recibir el santo cuerpo se transformó milagrosamente en un sarcófago, según es tradicional en las leyendas. Sin embargo, debía de ser piedra de mala calidad, porque el sagrado cuerpo incorrupto se corrompió, y debido a ello las supuestas reliquias del santo conservadas ahora se limitan a unos huesos. La Iglesia catolicorromana declara cierto este proceso, pero no aclara por qué el cuerpo se mantuvo incorrupto durante los siete días de navegación, y se corrompió precisamente al llegar a su destino.

Ese destino quedaba en el reino legendario de Lupa, y se vio alterado por una sucesión de acontecimientos milagrosos ocurridos con la arribada del precioso cargamento. Por ello Lupa se convirtió al cristianismo y cedió su palacio para que sirviera de túmulo al sacrosanto cuerpo. Añade la leyenda que a la muerte de los dos arriesgados discípulos, fueron enterrados uno a cada lado de la sepultura de su jefe.

Todo ello sucedió supuestamente en el siglo I de la era cristiana, sin que ninguno de estos maravillosos acontecimientos trascendiera. Es verdad que entonces los medios de comunicación de masas no existían, pero resulta muy extraño que se olvidara la existencia de la supuesta tumba del apóstol Santiago y dos discípulos, cuando los templos acumulaban reliquias inverosímiles. Una noticia de ese calibre debiera extenderse boca a boca por la cristiandad ansiosa de milagros.

Un tiempo belicoso

Saltemos sobre la historia hasta julio del año 711, cuando fue vencido Rodrigo, el último rey godo, por los invasores mahometanos, en la batalla conocida por la del río Guadalete, al haberse librado en sus orillas durante ocho días. Cada ejército servía a su dios, que no era el mismo. Los supervivientes cristianos perdieron su tierra, y se dispusieron a reconquistarla. Para insuflarles ánimos, un obispo imaginativo decidió inventar un cuento en el que se les asegurase la protección divina. Esa protección que les faltó a las orillas del Guadalete, sin duda porque no la merecían.

Así se creó la leyenda de Santiago Matamoros, protector del ejército cristiano. El apóstol estaba bien elegido para colocarlo en primera línea de las batallas, teniendo en cuenta que Santiago y Juan, hijos de un tal Zebedeo, fueron apodados Boanerges, esto es, Hijos del Trueno, por Jesucristo, dada su belicosidad (Evangelio según Marcos, 3:17).

Cuenta la historia que Mauregato consiguió hacerse con el trono de la Asturias resistente en el año 783, gracias a la colaboración de Abderramán I, emir de Córdoba. En agradecimiento, Mauregato aceptó pagar, así como sus sucesores, un tributo anual de cien doncellas a su benefactor. Este tratado molestó a los condes asturianos, que organizaron una sublevación contra Mauregato y lo mataron en 789. Durante su breve reinado de cinco años parece que fue compuesto el Himnus Sancti Jacobi fratris Sancti Johannis, tal vez por Beato de Liébana, la primera pista fiable sobre el culto al apóstol, que tanta repercusión iba a tener desde entonces y hasta nuestros días, porque hay personas que creen las leyendas como si fueran historias.

También asegura la tradición que su sucesor, Bermudo I, consiguió cambiar las doncellas por dinero, lo que resultaba un poco menos vergonzoso, pero un nuevo sucesor, Alfonso II el Casto (791–842), se negó a pagar nada a los infieles, se enfrentó a ellos en combate y los derrotó en Lutos.

Debido a que la guerra con los considerados infieles era inevitable, y además se presentaba muy larga, convenía insuflar ánimos a los cristianos para pronosticarles la victoria. En el año 813 un ermitaño anunció haber visto unas estrellas que revoloteaban sobre un campo, de donde parece derivarse el nombre de Compostela, es decir, campo de estrellas, aunque hay autores que niegan esa etimología. Al investigar el lugar se encontraron unos huesos, y el obispo de Iria Flavia anunció que allí sucedía algo milagroso. El rey Alfonso II el Casto decretó de real orden que aquellos huesos pertenecían al apóstol Santiago y sus discípulos, porque así lo atestiguaban las luces sobrenaturales indicadoras del lugar.

¿Por qué hasta el 813 no se le ocurrió a la potencia celestial que fuera, colaborar en el descubrimiento de la tumba de Santiago, perdida y olvidada desde hacía tantos siglos? En cuestiones milagrosas no caben razones. Lo cierto es que el rey ordenó edificar un templo en donde se venerasen debidamente las sagradas reliquias. Respecto al palacio de la reina Lupa que los había protegido inicialmente, no se volvió a saber nada.

Empieza la devoción jacobea

Entonces sí se apresuraron los clérigos a extender por Europa la milagrosa noticia de contar con las reliquias de un apóstol de Jesucristo, y animaron a sus fieles a viajar hasta Compostela para adorarlas. Tal es el origen del llamado camino de Santiago, que todavía hoy recorren muchos peregrinos, especialmente cuando la festividad del apóstol, el 25 de julio, cae en domingo, porque ese año es declarado santo por el papa de turno. ¿Qué trascendencia santificadora posee la coincidencia? Sólo el papa lo sabe.

Cristianos y musulmanes resultaban incompatibles, por lo que eran frecuentes las escaramuzas entre ellos. El equilibrio se complicó en el año 844, cuando el emir Abderramán II reclamó el tributo de las cien doncellas al rey Ramiro I (842-850). Continúa explicando la leyenda que el monarca cristiano se negó a cumplirlo, y armó un ejército que fue vencido por los sarracenos en Clavijo, en la comarca de La Rioja. Aquel día el Dios de los cristianos se despistó y permitió el triunfo de los infieles.

Había que insuflar ánimos a los vencidos, y para ello cuenta la leyenda que aquella noche se le apareció en sueños el apóstol Santiago al abatido rey cristiano, y le prometió la victoria para el día siguiente, porque él mismo combatiría contra los moros infieles montado en un caballo blanco. Y efectivamente, asegura la leyenda que cumplió su palabra, y con enorme fiereza diezmó a las huestes sarracenas, exactamente el 23 de mayo del año de gracia 844. Y explica que la supuesta batalla se libró en el Campo de la Matanza, llamado así debido precisamente a lo sucedido.

¿Por qué Santiago no tuvo a bien actuar de la misma manera en la batalla del Guadalete, el año 711, para evitar la derrota de los cristianos y con ella la invasión de la península por los fanáticos mahometanos? Se hubieran ahorrado 133 años de enfrentamientos hasta entonces, y los que faltaban hasta el 1492, año de la victoria final con la toma de Granada al último rey moro. Pregunta absurda, porque los milagros no obedecen a la lógica humana. Los santos actúan cuando le place a su santa voluntad. Amén.

Éste es el motivo de que el apóstol haya sido venerado en España con el apodo de Santiago Matamoros: un altorrelieve en el pórtico de la catedral compostelana lo representa montado en su caballo blanco, sosteniendo un estandarte en la mano izquierda y blandiendo ferozmente la espada en la derecha. Esta iconografía, por lo general con uno o dos mahometanos rendidos bajo las patas del caballo, jalonaba los templos en el llamado camino de Santiago. En los últimos años, para no molestar a los emires dueños del petróleo, se han eliminado varias figuras morunas de las imágenes.

El invento del voto

El inventor de la leyenda acertó, porque desde aquel día el grito de “¡Santiago y cierra España!” resonó en toda la península, dando ánimos a los cristianos para reconquistar las tierras perdidas, transformar las mezquitas en iglesias, e invitar a los infieles a convertirse al cristianismo si deseaban conservar la cabeza en su sitio. Todo ello resulta muy bonito para un cronicón o un romance, pero la vulgar realidad confirma que nunca se libró una batalla en Clavijo, eso es incuestionable, y absolutamente todos los historiadores la niegan, incluso los pertenecientes a la secta catolicorromana.

La leyenda tiene un sentido muy práctico. Sigue contando que, en agradecimiento por tan milagroso favor, el día 25, instalado exactamente en Calahorra, el rey Ramiro I estableció el voto de Santiago, por el que los reyes cristianos debían entregar todos los años a la basílica de Compostela el diezmo de los cereales cosechados, y el del botín conquistado en las batallas, entonces muy frecuentes por encontrarse en plena reconquista. Este tributo especial se añadía al habitual de las primicias de las cosechas y vendimias, que los campesinos debían entregar a los párrocos en todas las iglesias de la cristiandad. Hay que admirar la capacidad inventiva de los clérigos para vivir a costa del pueblo. Tienen más imaginación que vergüenza. Cambiaron el tributo de las cien doncellas por el del diezmo.

Naturalmente, no se conserva el documento firmado supuestamente por Ramiro I, que dicen lo vio todo el mundo hasta que se extravió. Qué despiste. Lo cierto es que el arzobispo de Santiago fue desde entonces uno de los hombres más acaudalados de España, y lo sigue siendo, cada vez más, porque la credulidad de los catolicorromanos se identifica con la estupidez.

A causa de este invento el apóstol es el patrón de las órdenes militares todavía existentes en este reino, las de Santiago, Malta, Calatrava, Montesa y Alcántara. Los caballeros hacen guardia a las supuestas reliquias de Santiago, y las acompañan en las procesiones en las que son paseadas.

La lógica dice que si no hubo batalla en Clavijo no pudo participar en ella Santiago, ni el rey Ramiro prometer el llamado voto. Es un montaje tan bien organizado que todavía en este siglo XXI se repite todos los años, por estúpido y mendaz que resulte. Está documentado que el voto al apóstol es un invento creado en el siglo XIII por Rodrigo Jiménez de Rada, astuto arzobispo de Toledo, en su cronicón titulado De rebus Hispaniae. Los historiadores se atrevieron ya en el siglo XVIII, el definido como de la Ilustración, a separar la realidad de la leyenda, pero la Iglesia catolicorromana impuso silencio y obligó a seguir pagando, so pena de ir al infierno.

Así se estuvo repitiendo el voto anual, como ejemplo idiota de un fanatismo del que se benefician por igual el altar y el trono, las dos instituciones deseosas de mantener la incultura popular para su provecho, hasta que las Cortes de Cádiz concluyeron en 1812 que si nunca se libró la inventada batalla de Clavijo, no era cierto el voto y debía suprimirse, como así se hizo. Por poco tiempo, ya que el indeseable Fernando VII lo restableció en 1816.

Durante la II República, puesto que no había rey obligado a cumplir el legendario voto de su lejano antecesor, quedó eliminada tan fanática costumbre. También por poco tiempo, ya que el exgeneral rebelde convertido en dictadorísimo la rehabilitó, y sus sucesores a título de rey la mantienen: lo dejó todo atado y bien atado. Cada 25 de julio se repite la mascarada, sin que ningún Gobierno proteste alegando que es una mentira histórica repetida por la desvergüenza de los arzobispos de Compostela, por la ignorancia de los políticos y por el fanatismo del pueblo inculto.

Unos huesos removidos

No se contuvieron los milagros, porque la imaginación clerical, siempre alerta cuando de dinero se trata, no tuvo bastante con los señalados, sino que los incrementó. En el año 997 el caudillo musulmán Almanzor conquistó parte de lo que ahora es Galicia, y destruyó el templo en donde se veneraban las supuestas reliquias de Santiago y sus discípulos. Por otro milagro de los que sucedían en aquellos tiempos, el sepulcro quedó intacto.

Otro más se dio en mayo de 1589, cuando el corsario británico Drake invadió Galicia, con sus marineros anglicanos incapaces de transigir con los inventos catolicorromanos. El arzobispo del momento, Juan San Clemente, ordenó que las presuntas sagradas reliquias fueran ocultadas en lugar seguro, a fin de evitar su profanación por los pérfidos servidores de la pérfida reina Isabel I. Las ocultaron tan bien que olvidaron el lugar en donde las habían metido, aunque no dijeron nada para que los peregrinos continuaran recorriendo el camino de Santiago, y dejando sus óbolos.

Tres siglos después otro arzobispo de Santiago, el cardenal Miguel Payá, ordenó hacer obras en la catedral, en busca del tesoro, y al perforar la bóveda el 28 de enero de 1879, fecha histórica si las hay en el mito santiaguero, apareció una urna que contenía varios huesos humanos. Encargó el cardenal a tres catedráticos de la Universidad de Santiago que los examinaran y dictaminasen si podían ser los de Santiago y sus discípulos.

Los tres confirmaron que sí lo eran. Informó el cardenal Payá al papa León XIII del hallazgo, y el dictador romano envió al cardenal Caprara a examinar el asunto, encargándole redactar después un informe. Este cardenal romano confirmó que los huesos eran de quienes se suponía, porque lo había comprobado él, y la palabra de un cardenal es indiscutible, si el discutidor no quiere exponerse al anatema.

En consecuencia, y para que nadie osara dudarlo, León XIII, que no se distinguió precisamente por su inteligencia y su sabiduría, promulgó el 1 de noviembre de 1884 la bula Deus omnipotens: en ella se asegura que aquellos huesos pertenecen a los esqueletos de Santiago y discípulos. El papa estaba tan contento con este nuevo hallazgo de los restos sagrados que concedió el privilegio a la catedral compostelana de declarar año santo al que tenga en domingo el 25 de julio, festividad del apóstol, con los beneficios espirituales que acarrea, como el perdón de los pecados; siempre y cuando se entregue una limosna al templo, por supuesto. De algo tienen que vivir los arzobispos y los curas, ya que consideran el trabajo un castigo divino del que huyen como si fuera pecado mortal. Dos años después los huesos fueron introducidos en una urna de plata, donde continúan.

A pesar de la imposición papal, los historiadores sensatos, incluso clérigos con buena formación intelectual, que hay algunos, aunque pocos, rechazan que los huesos pertenezcan a quienes se los adjudicó León XIII. Los arzobispos no consienten que se abra la urna para examinar los huesos con las técnicas actuales, ellos sabrán por qué, si tan seguros están de su pertenencia, garantizada con una bula. Precisamente por eso alegan que no es necesaria otra investigación. Disponen de una frase latina para dirimir discusiones: Roma locuta, causa finita, y a callarse todos o irán al infierno.

El misterio óseo

En Compostela corría el rumor de que los tres catedráticos habían encontrado huesos de más de tres personas, y entre ellos estaban los de una mujer, por lo cual se descarta cualquier relación con el apóstol. No pudieron escribirlo en su dictamen, porque hubiera caído sobre ellos el anatema si discrepaban de la tradición aceptada por la Iglesia romana.

La opinión generalmente admitida es que los huesos corresponden a Prisciliano y sus seis discípulos, los primeros mártires cristianos asesinados en el año 385 por otros cristianos, al acusarlos de herejía. Lo que buscaba Prisciliano era la reforma de la Iglesia, basada en la correcta aplicación de la doctrina de Jesucristo según se expone en el Nuevo testamento, que había corrompido la jerarquía eclesiástica romana. Para lograrlo aceptaba el libre examen de los libros canónicos de la Biblia, así como una separación entre el altar y el trono, de manera que los emperadores romanos no influyeran en las decisiones estrictamente eclesiales. Téngase en cuenta que Hispania era entonces una provincia del Imperio romano, y lo fue hasta la invasión en el año 409 de las hordas germanas bárbaras, destructoras de toda la civilización en la península. Es la costumbre germánica, repetida con armas cada vez más aniquiladoras de la vida.

La exhortación de Prisciliano fue escuchada en lo que hoy conocemos como España, Portugal y Francia, y arraigó firmemente en la actual Galicia, de donde se piensa que era originario. Tuvo muchos seguidores, y fue elegido obispo de Ávila en el año 382. Como era de suponer, sus ideas reformadoras inquietaron tanto a los jerarcas eclesiásticos como a los servidores del emperador Graciano, quien mediante un rescripto lo desterró de todo el Imperio romano. Asimismo, un concilio de obispos reunido en Zaragoza, lo excomulgó en el año 380 con otros dos obispos.

Graciano murió asesinado en 383, y Prisciliano confió en poder defenderse ante su sucesor, Magno Máximo. El nuevo emperador convocó un concilio en Burdeos, para analizar la predicación de Prisciliano, con los obispos como autoridad infalible. Pero Prisciliano solicitó ser escuchado personalmente por el emperador, quien accedió a ello y le garantizó su protección.

La corte se había trasladado a Tréveris, actualmente una ciudad del estado federado de Renania—Palatinado, en la República de Alemania, en donde iba a nacer Karl Marx en 1818. Allí acudieron confiadamente Prisciliano y seis discípulos, entre ellos un mujer, pero fueron decapitados después de sufrir tortura para intentar que abjurasen de sus ideas. La ejecución fue ordenada por el emperador a instancias de los obispos en el año 385. El poder civil amparó al poder eclesiástico, según es costumbre secular hoy todavía vigente. Nadie debe confiar en la palabra de un monarca o de un obispo, ya que se mantienen en sus cargos gracias al engaño al pueblo.

Ante la carencia de datos ciertos es preciso utilizar la imaginación. Se sospecha que los cuerpos de los siete mártires fueron recogidos por otros discípulos y conducidos a tierras gallegas, en donde tenía tantos adeptos el priscilianismo. Sus restos serían los que en el 813 encontró el ermitaño, y los que por una burla del destino veneran los peregrinos en Compostela. No es más que una teoría, desde luego más lógica que las leyendas absurdas urdidas sobre Santiago.

Una observación clerical

Pese a la amenaza del anatema hubo un sacerdote inteligente y decidido, francés, por supuesto, que estudió el tema de los huesos compostelanos. Se llamaba Louis Duchesne (1843—1922), que tuvo el valor de publicar en 1900 en los Annales du Midi su estudio sobre Saint Jacques en Galice. Había sido ordenado en 1867 sacerdote de la Iglesia catolicorromana, y llegó a ser una de las personalidades científicas más prestigiosas de Francia: director de la École Française de Roma, miembro de la Académie Française, comendador de la Légion d’Honneur, presidente de la Société des Antiquaires de France, director del Institut Française d’Archéologie Orientale de El Cairo, fundador del Bulletin Critique de Littérature, d’Histoire et de Théologie, catedrático en varios centros docentes, doctor honoris causa de varias universidades europeas (no españolas, claro está), y autor de una extensa bibliografía, traducida a numerosos idiomas (no al español, claro está), superada por la dedicada a él.

Es verdad que a Pío X le escandalizaban sus teorías, pero todo el mundo sabe que es uno de los papas más inútiles de la historia eclesiástica. En 1912 cometió la tontería de poner en el Index librorum prohibitorum la monumental Histoire ancienne de l’Église, de Duchesne, publicada en tres volúmenes entre 1907 y 1910, obra de erudición exactamente documentada, texto de consulta obligada para todos los interesados en esa cuestión, que no sean papas, por supuesto, ni españoles papistas, por descontado.

Fracasó en su intención de acallar a Duchesne, porque su condena no consiguió más que incrementar la admiración de que ya gozaba por parte de los estudiosos del tema en Europa (excepto España, claro está) y los Estados Unidos, además de demostrar su propia y supina estulticia. En 1973 Duchesne fue rehabilitado por Pablo VI, el papa que debió ir arreglando los disparates de sus predecesores, en lo posible, que no fue mucho, ya que toda la historia de la secta catolicorromana es un completo disparate, además de un genocidio continuado que deberá pagar algún día.

Duchesne desmontó la leyenda sobre los huesos ricamente conservados en la catedral compostelana. Sin molestarse en negar los supuestos milagros coincidentes en la llegada del cadáver incorrupto de Santiago al Finisterre, adujo que ningún escritor, crónica o documento menciona la existencia del sepulcro compostelano antes del siglo VII, porque el culto comienza en el IX, y la Iglesia mozárabe lo ignoró.

Es increíble, razonaba, que los cristianos españoles hubieran olvidado durante siete siglos los huesos del apóstol, cuando los monasterios y las iglesias rivalizaban en presumir de poseer las más absurdas reliquias de santos de menor relevancia. En opinión de Duchesne, todo fue un montaje eclesiástico para incitar a los crédulos medievales a la guerra contra los invasores mahometanos, y de paso obtener un beneficio económico, algo para lo que siempre está dispuesta la clerigalla catolicorromana, más fiel servidora de las riquezas que de su falso dios. Sostienen el mismo criterio prestigiosos ensayistas, salvo los clérigos recalcitrantes.

No importa: una bula dice que los huesos son de Santiago, y por tanto deben seguir las peregrinaciones a Compostela, y dar un buen óbolo a los clérigos. Y también repetir el voto a Santiago por parte del rey de España o su delegado regio cada 25 de julio. ¿Cómo se le podría explicar al rey católico que el voto es un sacacuartos inventado por la Iglesia para su beneficio? De ninguna manera.

* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio
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