Carta a los obispos
El autor nos dejó en Mayo de 2015, colaboró con nosotras en los primeros años de LQSomos, ahora de nuevo republicamos algunas notas suyas, que siguen estando vigentes en pensamiento y obra.
Sit tibi terra levis
Antonio Pulido Centeno. LQSomos. Agosto 2015
Por el derecho a rechazar la religión impuesta.
La teocracia, más o menos encubierta, impuesta por la Iglesia a lo largo de siglos, ha situado a los señores obispos en una especie de paraíso terrenal, mucho más tangible, fructífero y cercano que esa entelequia que predican como posible premio en un hipotético más allá.
Tan es así, que cualquier movimiento que tan siquiera huela a revisión de sus parcelas de poder o, lo que es peor, a su bolsillo, los pone de los nervios.
Alarmados y revueltos, recaban firmas, -a pesar de que la Iglesia no se rige por el número de firmas, según manifestó uno de ellos (doble vara de medir)-; animan manifestaciones -aunque no las convocan- y caldean los ánimos del rebaño -de fieles- a golpe de pastoral en la que nunca manifiestan el verdadero motivo de su inquietud, sino que apelan a los derechos de no sé cuántas historias o a los tabúes de otras tantas: los padres con respecto a la educación religiosa de los hijos; los homosexuales con anhelos de matrimonio y adopción de hijos; los divorcios; el aborto, la eutanasia, las células madre y hasta la madre de las células. Pero lo que no manifiestan abiertamente es su temor a que les revisen la subvención económica del Estado.
Poca confianza tienen en sus fieles. Quizá piensen que no serían tan fieles si tuvieran que sufragar ellos solos mediante el rascado de su bolsillo el mantenimiento de lo que ahora costeamos entre todos, creyentes y no creyentes.
¡Por supuesto que los padres tienen derecho a dar a sus hijos la educación religiosa acorde con sus creencias! Que yo sepa nadie niega ese derecho. Pero también reivindico el mío a que no reciban mis hijos unas ideas que no concuerden con mis sentimientos. ¿Por qué convertir una opción absolutamente personal en materia obligatoria, puntuable a todos los efectos? Si tanto interés tienen los padres y los obispos ¿por qué no organizan catequesis en las parroquias a las que acudan todos aquellos interesados en la materia? Pues porque -pensarán los señores obispos- tal vez no hubiera tanto piadoso interés si esta medida obliga a los padres a detraer parte de su tiempo libre y posiblemente algo de sus ingresos. Evidentemente, es más cómodo meterlo todo en el mismo saco de la escuela que, además, resulta más barato. Si en la escuela hay islamistas, o protestantes, o simplemente agnósticos, pues se hace gala de espíritu tolerante y con la más exquisita caridad cristiana se los manda a otra parte, que para eso están en minoría. O mejor aún, se les obliga a abrazar el catolicismo, ya que, como siempre se ha dicho, en la Iglesia no se aprende nada malo. Pues verá usted, es cuestión de opiniones: la teoría que enseñan es magnífica: amor al prójimo, solidaridad, hacer el bien y rechazar el mal, y cosas por el estilo.
Lo que ocurre es que una teoría sin práctica es un conocimiento hueco. Pero una práctica que sea la antítesis de la teoría, es nefasta por hipócrita. Y he de confesar que esa es la enseñanza que he recibido de la Iglesia, me da igual que sea católica, protestante, islamista o de cualquiera de las confesiones que pululan por este planeta. ¿Es mejor el mundo con la religión? ¿Ya no hay guerras, ni hambre, ni explotación, ni corrupción, ni egoísmo, ni hipocresía, ni desinterés por todo aquello que exceda el ámbito de mi ombligo? Todo lo contrario. Aún no se ha visto a los señores obispos clamar contra las guerras, mucho menos si son promovidas por los de su bando: al causante de nuestra Guerra Civil y sus muchos miles de muertos y asesinados, lo llevaban bajo palio cuando asistía a algún acto religioso en el que se le daba la comunión y se le envolvía en densas nubes de incienso. Esto, por poner un ejemplo muy cercano a nosotros. Pero todos conocemos el cortejo de gente de iglesia que rodea a los numerosos déspotas del planeta que tratan de justificar su infamia buscando la aquiescencia y el apoyo -interesado- de la cúpula religiosa.
Si Cristo, tal como predican, volviera a la tierra, me temo que se tendría que dedicar a arrojar a muchos mercaderes del Templo y a tildar nuevamente de sepulcros blanqueados a muchos fariseos actuales.
Están en su pleno derecho los señores obispos de continuar con su proselitismo y de engrandecer cada vez más su imperio. Pero por favor, dejen de imponer su criterio a la totalidad; respeten a esa gran minoría que componemos los que no comulgamos con sus ideas y acepten el hecho de que a lo mejor preferimos condenarnos pero bajo nuestro criterio y nuestra responsabilidad, sin notas a pie de página y sin el dirigismo de su Iglesia.
Se niegan los señores obispos a aceptar el matrimonio entre homosexuales, cuestión que suscita en mí únicamente el respeto por una opción personal; exactamente el mismo respeto que pueda sentir hacia la decisión del clero de abrazar el celibato. En ambos casos se trata de una opción libremente asumida y la expresión de un modo de amor que, en cualquier caso, siempre es preferible a las manifestaciones de odio e incomprensión tan comunes en nuestro entorno.
Condenan los señores obispos la adopción de hijos por parejas homosexuales, preocupados por la educación de los infantes y por su posible futuro como continuadores de la saga homosexual. Curiosamente, no suscita en los señores obispos la preocupación y alarma el futuro de los menores que son objeto de los frecuentes casos de pederastia en el seno de sus parroquias.
Se oponen los señores obispos al divorcio, cuestión perfectamente comprensible si tenemos en cuenta que por una causa de nulidad, en el tribunal eclesiástico cobran actualmente quinientos sesenta y cinco euros. La pela es la pela.
Se horrorizan los señores obispos ante la investigación con células madre -que podría en un futuro salvar muchas vidas- y se rasgan las vestiduras ante la sola idea del aborto aduciendo en ambos casos la protección de vida inocente.
Sorprendentemente, no abren la boca para clamar contra los poderosos gobiernos y grupos de poder que permiten el que cada dos segundos muera de hambre una persona en el mundo, amén de los que mueren asesinados en guerras injustas, los que mueren de desesperanza e insolidaridad, los explotados por las grandes potencias y un largo etcétera de horrores mucho más denigrantes para la raza humana que la simple permisividad de un aborto o una manipulación celular.
Quizá piensen los señores obispos que si abren la boca al respecto abrirían la caja de Pandora. Puede que su rebaño -de fieles- se preguntara si las enormes riquezas de la Iglesia no deberían tener un destino más digno y solidario, más acorde con las enseñanzas de Cristo. Y no me vengan los señores obispos con la milonga de que esas riquezas son donaciones de los devotos para honrar a Dios -no creo en un Dios tan cretino como para necesitar este tipo de manifestaciones- y que en realidad estos tesoros pertenecen al conjunto de los fieles.
Y no me vengan con esas, porque su obligación, como pastores y guías del rebaño -de fieles- es la de enseñar a esos devotos a encauzar sus donativos a empresas dignas de mejor causa.
¿Y dicen los señores obispos que existen actitudes beligerantes contra los fieles católicos?
Si la preocupación de esos fieles católicos se limita únicamente a que les impartan o no clases de religión a sus hijos, mirando hacia otro lado cuando se denuncian los hechos anteriores, estamos verdaderamente perdidos: la Humanidad no merece tal nombre en ese caso. O realmente quizá sea el que le corresponde.
Es posible que a los señores obispos les suene esta carta a pura herejía y consideren a su autor merecedor de una de las monstruosidades de las que impartía la ¿Santa? Inquisición.
Por mi parte no habría objeción a que me excomulgaran, habida cuenta de que no se muestran muy proclives a aceptar la apostasía -de hecho no soportan el que ninguno de los apuntados en su club pida la baja voluntaria y públicamente- , a juzgar por la negativa del arzobispo, creo que de Valencia, a un colectivo que deseaba apostatar. De su Dios hace muchos años que apostaté sin necesidad de intermediarios, peticiones ni permisos.