Cine y abuso policial
Por Cristina Ridruejo. LQSomos.
De los casos en el mundo real, la mayor parte de las veces no nos enteramos, pero si lo hacemos, lo asimilamos sin pestañear, porque ya estamos “adiestradas” para aceptar el abuso policial como un elemento inevitable
Policías que se extralimitan: ¿realmente estamos en contra?
¿La policía debe cumplir la ley? La respuesta ante una pregunta así surge sin pensar, es un automatismo en cualquiera que se precie de demócrata. Todas y todos estamos de acuerdo en que la policía y la judicatura son las primeras que deben cumplir a rajatabla unas leyes que se encargan de hacer respetar.
Y sin embargo este tema requiere un análisis más profundo. ¿Realmente podemos decir que estamos de corazón en contra de que la policía se extralimite?
Hemos crecido viendo películas, mayormente estadounidenses, en las que “los buenos” (que suelen ser policías en activo o retirados, agentes o exagentes de la CIA, exmilitares, etc.) llega un punto en que indefectiblemente se saltan la ley porque resulta imprescindible para cazar a “los malos”.
Policías o investigadores que se cuelan sin orden judicial en casas particulares, agentes que maltratan o directamente torturan a personas detenidas, pactos bajo cuerda entre jueces, políticos y policías, detenciones arbitrarias basadas en “corazonadas” que maravillosamente acaban cumpliéndose, teléfonos pinchados sin orden judicial, y un largo etcétera que suele culminar en un asesinato cuidadosamente justificado: el “bueno” se ve forzado a matar al “malo”, pero siempre es en defensa propia o protegiendo a alguien, siempre su honor queda intacto, pero la cuestión es que el “malo” muere, porque a nadie le basta en la ficción (en esa ficción) con una condena a prisión.
Nuestros héroes (y recientemente, también heroínas) de ficción siempre se han saltado las normas, y ese mensaje que venimos recibiendo de manera sutil pero machacona durante años y años, acaba generando en nuestra conciencia una normalización de la impunidad, la violencia y la prepotencia policial que hace que nos parezca normal cuando nos enteramos de que estos comportamientos se producen también en el mundo real, y que por tanto no nos subleven.
Porque el mensaje que trasladan todas esas películas es meridiano: cumpliendo estrictamente la ley, no se puede acabar con el mal; es necesario que las autoridades se salten la ley.
Pero hay otros cines. La película noruega “22 de julio” narra la masacre de la isla de Utoya en 2011, en la que alderedor de setenta adolescentes y jóvenes perdieron la vida a manos del asesino de extrema derecha A. Breivik. La película es impresionante y muy recomendable en general, pero lo que más atónita me dejó fue cuando la policía noruega captura al autor de ese atroz crimen tan solo unas horas después, es decir, aún en caliente. El interrogatorio al asesino múltiple, que no solo reconoce su crimen, sino que afirma sin pelos en la lengua que lo volvería a hacer, tiene lugar en una sala impecable como de oficina de lujo, el detenido está sentado en una cómoda butaca mientras le sirven un café y unos croasanes. La escrupulosidad con que se respeta a ese personaje abyecto me dejó boquiabierta. Desconozco si el detalle del croasán en particular es real o no, pero no me cabe duda de que el comportamiento de la policía noruega fue ejemplar (1). En cualquier caso, sean como fueran los hechos en el mundo real, no estamos acostumbradas a que una película los describa así.
Mi estupefacción ante un comportamiento policial impecable, que debería ser lo normal en una sociedad democrática, me dejó reflexiva.
El cine (especialmente el estadounidense, pero también otros) nos tiene acostumbradas a esperar de las autoridades abusos, vulneración de derechos, violencia.
La ficción siempre ha moldeado nuestra conciencia, no es nada nuevo. En tiempos más o menos lejanos según el rincón del mundo de que hablemos, ese papel lo cumplían las historias que se transmitían oralmente de unas generaciones a otras, las canciones, los poemas, las jarchas. Luego fueron los libros, hoy son las películas, pero la esencia es la misma. Como sociedad humana, usamos la ficción para trasladar mensajes sobre las normas morales, el funcionamiento de la sociedad, los comportamientos que se consideran adecuados o no, etc. Y la relación entre la ficción y la realidad es bidireccional. Es decir, la realidad influye por supuesto en la ficción, pero la ficción, a su vez, también influye en la realidad, pues moldea nuestra percepción de las cosas: qué toleramos, qué no, a qué aspiramos como persona y como sociedad. Es una pescadilla que se muerde la cola, pero que va evolucionando gradualmente. Los cambios en la realidad alteran las ficciones que creamos, pero los cambios en los mensajes que traslada la ficción también alteran la realidad que vivimos.
Si durante un tiempo suficiente no viéramos más que películas al estilo de “22 de julio” (2), en las que la policía se comportase de manera ejemplar, ¿toleraríamos que no lo hiciera en el mundo real? Y lo que es más importante aún: si quienes opositan al cuerpo de policía hubieran crecido viendo películas así, ¿serían luego capaces de saltarse las normas?
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Leo hoy el caso de Lili y su marido Stefan Lache, de veintiocho años, que murió bajo custodia policial en la comisaría de Padre Amigó, distrito de Carabanchel, en 2018. Una noche estando de fiesta, lo llevaron a comisaría por no identificarse al no llevar encima el NIE, y al día siguiente apareció muerto en el calabozo de la comisaría. El forense decretó muerte por “causas naturales”, pese a que en las grabaciones de las cámaras de seguridad de la propia comisaría se ve que, de madrugada, varios agentes lo arrastran hacia un rincón de la comisaría adonde no alcanza la cámara (casualidad, claro) y se dirigen hacia allí desenfundando la porra. Horas más tarde, Stefan aparece muerto en su celda “por causas naturales”. La causa fue archivada sin investigación, aunque su mujer sigue intentando que se reabra (3).
Este caso no es único. En nuestras comisarías suceden con demasiada frecuencia incidentes ante los que quizás nos rasgaríamos las vestiduras si no llevásemos toda la vida viendo el tipo de películas o series que vemos. Malos tratos, palizas, torturas, incluso asesinatos. Por no hablar de otros abusos de poder, corruptelas y chanchullos varios que tenemos asumidos. Policías extralimitándose, el pan nuestro de cada noche en la ficción televisiva o cinematográfica. De los casos en el mundo real, la mayor parte de las veces no nos enteramos, pero si lo hacemos, lo asimilamos sin pestañear, porque ya estamos “adiestradas” para aceptar el abuso policial como un elemento inevitable.
No es inevitable en Noruega. Seamos más noruegas. No toleremos los abusos policiales, denunciemos, critiquemos, echémonos a las calles si es preciso.
Notas:
1.- Anders Breivik (Norway Massacre) Trial: An Account
“Al día siguiente [de la masacre, horas tras su captura], en la comisaría central de Oslo, Breivik se negó a ser interrogado sin la presencia de un abogado. Solicitó que se llamase a un abogado que estaba defendiendo a un neonazi acusado de asesinato: Geir Lippestad. Una vez que este se presentó y que las autoridades accedieron a una lista de demandas (relacionadas con el acceso a un ordenador y sus condiciones de confinamiento), se realizó el interrogatorio”.
2.- 22 de Julio.
La película es noruega pero está producida por Netflix y la dirige Paul Greengrass, director británico con toda una carrera en Hollywood. Sin embargo al dirigir una película NORUEGA no aplica el estilo hollywoodiense, porque allí no se hubiera aceptado, y mucho menos refiriéndose a un hecho tan reciente y sensible, dado que aquella realidad es distinta
3.- Grupo de apoyo a Lili
– Cristina Ridruejo es miembro de Mujeres x la República. Forma parte del colectivo LoQueSomos
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